Cosecha del 2010: Las 10 mejores películas del año

1. Toy Story 3

Una obra maestra animada por la fantasía y el espíritu de la infancia perdida. Toy Story 3 es la guinda perfecta a una saga ya inmortal en la historia del cine. No sólo dentro del género de animación o infantil, sino como una obra maestra del cine con mayúsculas, aquel de grandes iconos de carne y hueso, proyecciones ancestrales y absolutos genios de la dirección. Pixar lo ha logrado por méritos propios, con cariño enternecedor, mesura, diversión sana y originalidad sin límites. Por ello se ha colocado entre las películas mejor valoradas del año 2010 y, como no podía ser de otro modo, a la cabeza de nuestra lista anual de favoritas. 
Y es que, recordemos, el arte no está sujeto a clichés o géneros estandar. La prueba está en que el mejor cine de los últimos quince años ha estado confeccionado con efectos digitales  y una pasión irredenta por contar historias que entroncan con el espíritu del niño que todos llevamos dentro.



2. Origen

El sueño compartido de Chuang Tzu. Christopher Nolan actualiza el mundo onírico según las claves del cine comercial contemporáneo sin perder las evidentes pretensiones de autoría, exigiendo un mínimo de esfuerzo intelectual a un público masivo de multisalas. El resultado; Origen, una laberíntica fábula surrealista, apabullante visualmente, que nos conduce a los íntimos estados del subconsciente de un anti-héroe lastrado por el peso de los recuerdos y la ambición desmedida que suscitó su desgracia. 
Nolan reinventa el thriller, le añade suspense, romance y ciencia ficción, y luego lo agita para conformar un cóctel explosivo de calidad evidente. Se hablan de muchas referencias, desde Buñuel y Resnais hasta Hitchcock, pasando por la espectacularidad futurista de Matrix, sin embargo, parece que Nolan se basta y se sobra para elaborar un discurso cinematográfico más o menos coherente, poderoso y original que se erige como una de las películas más interesantes del año.
3. Shutter Island
 Esto es cine. Scorsese no especula con grandes ideas, ni reflexiona en tono grandilocuente acerca de la naturaleza humana, únicamente cuenta una historia, en la mayoría de las ocasiones inspirada en una novela, con todos los mecanismos que el arte cinematográfico le confiere. No escatima en efectos sonoros, encuadres aberrantes o movimientos imposibles; es puro cine.
Shutter Island te atrapa en una telaraña de misterio con final sorpresa que, afortunadamente, se aleja de la trama tramposa y efectista en la que muchas películas caen en una tendencia redundante en los últimos tiempos. Scorsese vuelve a sorprendernos, en esta ocasión con suspense y el mejor estilo de género. Un artesano del cine que no se esfuerza en ocultarlo. 
4. Buried
Una experiencia fílmica sin concesiones. Son necesarias dosis ingentes de osadía, coraje y escaso temor al fracaso para llevar a cabo uno de los experimentos fílmicos más estimulantes del año. Y el joven director español Rodrigo Cortés lo ha hecho con una maestría que ya quisieran para si legiones de experimentados realizadores con demasiado ego para reconocer el talento desmedido de las nuevas generaciones.
 Buried (Enterrado) es una apuesta radical por el cine de espectáculo bien confeccionado, a medio camino entre el consumo rápido del público de multisalas y el disfrute pausado de los más acérrimos amantes del cine. Y es que Rodrigo Cortés únicamente necesita a Ryan Reynolds , un ataúd (en realidad fueron siete para adaptarse a las diferentes necesidades de la trama), una fotografía sensacional en claroscuros de Eduard Grau y la inquietante música de Víctor Reyes para montar un apasionante experimento cinematográfico de 90 minutos de tensión constante.

5. Biutiful

La fonética de una vida desgarrada. Una de las cintas más incomprendidas del año. Las comparaciones entre Iñárritu y Arriaga son odiosas. Pero el viaje por el interior de un ser humano al borde del precipicio emocional no puede pasar desapercibido en nuestra lista. Javier Bardem se consagra como actor y nos regala uno de los mejores papeles de su carrera.
6. El Escritor

Las apariencias engañan. Roman Polanski arrasa en los Premios del Cine Europeo y lo hace con una película que emula el espíritu de las grandes películas de Alfred Hitchcock y el clásico suspense de la Historia del Cine. Gracias a El Escritor, hemos descubierto de nuevo al gran Ewan McGregor y a un desaparecido Pierce Brosnan.

7. La Red Social

 La definición del siglo XXI. Una de las películas mejor escritas del año y con una dirección formidable. Sin embargo, la trama no da más de sí y nos parece muy sospechoso que haya recibido tantas y tantas alabanzas. La historia es simple, está muy bien narrada y cuenta con buenas recreaciones, aunque sigamos sin soportar a Jesse Eisenberg.
8. El Americano

 
Cambio de rumbo. Gran ejercicio de estilo de su director, Anton Corbijn, y arriesgada apuesta de George Clooney quien protagoniza y produce la película. Pese a su nulo éxito entre el público, nosotros hemos decidido incluir esta cinta entre las mejores del año. Su intrigante pulso narrativo y la reconversión en la carrera como actor de Clooney bien merecen la pena.
9. The Lovely Bones
El onírico retrato del más allá. Peter Jackson no nos defrauda y ofrece al espectador una compleja historia en la que se mezclan, con enorme talento, una gran diversidad de géneros que matizan, ahondan o rebajan, según convenga, las fuertes emociones que le trama destapa y desarrolla a lo largo de la película. El asesinato de una joven vital y resplandeciente a manos de un retorcido asesino con apariencia de anodino vecino de al lado bien podría haberse convertido en un drama antológico sobre la lucha de unos padres desesperados por conocer la verdad, y esa sin duda es una de las vertientes que explota Lovely Bones, sin embargo Jackson va más allá y complementa la historia con fantasía, intriga e incluso humor.
Todo ello engarzado con un montaje prodigioso y una dirección francamente insuperable. Lovely Bones puede parecer a algunos algo remilgada o sencillamente desvirtuada, no obstante, lo que no se le puede negar es la pasmosa habilidad de Peter Jackson para engarzar la fantasía con la realidad, combinando planos, voces y lugares de forma continua, como una larga secuencia de dos horas de duración sin cortes aparentes.
10. El Concierto
Melodioso canto hilarante. La comedia europea está de enhorabuena. Más allá de los gags escatológicos que imperan en el cine estadounidense, los realizadores del continente han encontrado su fórmula en personajes tiernos, historias entrañables y un ritmo frenético que propicia la sonrisa constante antes que la carcajada espontánea. En la mente de todos están cintas como las recientes Bienvenidos al Norte o Buscando a Eric. Son películas con alma, dirigidas al corazón, aparentemente sin pretensiones aunque con un profundo poso de crítica. 
Todos estos son ingredientes que se aglutinan en la certera El Concierto, tercer largometraje del rumano Radu Mihaileanu afincando en Francia, tras las muy apreciables y divertidas El tren de la vida y Vete y vive. Emociones engarzadas en una hilarante trama de chistes políticos y situaciones absurdas hábilmente conducidas es lo que nos ofrece ahora Mihaileanu en una recomendable cinta para el entretenimiento de una tarde de invierno.

Crítica The Tourist; Los Niveles del Desastre

1/10
Nunca el talento de dos actores estuvo tan desaprovechado como en The Tourist, la última película del director de La Vida de Los Otros, Florian Von Donnersmack. Johnny Depp y Angelina Jolie ponen su rostro a esta incierta aventura en la que uno sale de la sala de cine creyendo que podía haber salvado el mundo con tan solo ahorrarse el dinero de la entrada.
Existen varios niveles a la hora de hablar de fracaso o desastre.Yo distingo entre drama, tragedia y hecatombe. Si en un drama, uno se puede sentir afectado de alguna manera, normalmente se pueden sacar cosas positivas del visionado de una película. En el segundo grado, la tragedia, el llanto se hace presente cuando uno ve una cinta y se encuentra con una decepción. Llora porque piensa que le han estafado o timado con lo que ha leído y la vida sigue.
Pero está el tercer nivel. La hecatombe. El desastre mayúsculo. ¿Por qué? Muy sencillo. En primer lugar tenemos la evidente ofensa de que un director consagrado con una película europea casi de culto como es La Vida de los Otros haya vendido su caché a Hollywood con el propósito de ser más conocido en Estados Unidos y de hacer caja fabricando un producto altamente insufrible. En segundo lugar, los dos protagonistas. Muy pocas veces en los 116 años de historia del cine se ha desperdiciado tanto el talento de dos buenos intérpretes como son Johnny Depp y Angelina Jolie. No faltará quien prorrumpa en una sonora carcajada al leer estas líneas, sobre todo si le ha encantado la película, es decir, la tomadura de pelo que yo me acabo de meter en el cuerpo. Pero todas las opiniones son respetables. Incluida la mia. 
Es un entretenimiento. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero es que Noche y Día (la chorrada esa que hicieron Tom Cruise y Cameron Díaz) tiene el doble de calidad y el doble de buenos momentos (incluyendo la bochornosa aparición de la ciudad de Sevilla) que The Tourist. Un guión patético con frases salidas de la mente de algún guionista de televisión frustrado o recientemente despedido son lo que nos encontramos a lo largo de estos más de 90 minutos de tortura cinematográfica.
Alguien pensará que por tener esta película tres nominaciones a los Globos de Oro ya tiene que ser una de las obras cumbre del año. Y mucho ojito a las categorías. La primera de ellas, Mejor Película de Comedia o Musical. Una película donde lo único que se hace es mirar el reloj e intentar reirte mientras contemplas a Johnny Depp poniendo cara de no poder repetir lo mismos gestos que en Piratas del Caribe o a una bellísima Angelina Jolie paseando y luciendo palmito por Venecia mientras tiene lugar una historia complicadamente simple. Estos dos actores, protagonistas absolutos ambos, también están nominados. Depp puede sentirse orgulloso ya que este año le han hecho los honores por Alicia en el País de las Maravillas (interpretación calcografiada de la saga de los piratas con exceso de color) y por esta monstruosidad de tamaño descomunal. Si yo fuera él, estaría pasando vergüenza ajena.
Lo interesante es saber que ésto es un remake de una cinta francesa titulada Anthony Zimmer. Pero más interesante aún es descubrir que no tiene absolutamente nada que ver con la producción gala. Lo que nos lleva a pensar más aún en lo complicado que ha tenido que ser el proceso de elaboración del guión. Mentes sofisticadas al servicio de las palomitas y la taquilla. Así va el cine actual.
En una película en la que los protagonistas son dos actores con carreras ejemplares, como es el caso, se presupone que deben tener algo muy elemental llamado `química´. Algo que les atraiga en pantalla y una sensación de hormigueo en el espectador que nos haga ser cómplices de esa atracción y de ese amor al que estamos asistiendo embelesados. En The Tourist, la química se ha ido de vacaciones y nos ha dejado a Depp y Jolie abandonados a su suerte. Ambos actúan mal, muy mal. No es propio de su presupuesta categoría cinematográfica. No es propio de la mujer que interpretó a la madre sufrida en El Intercambio o a la demente de Inocencia Interrumpida. No es propio del hombre que ha resucitado a los piratas del Mar Caribe con su inolvidable Jack Sparrow, su Eduardo Manostijeras o su Ed Wood
Hace poco yo mismo rodé un pequeño documental casero en el que imitaba al actor Jim Carrey. A lo mejor lo mando el año que viene a los Globos de Oro y tenemos una sorpresa. Quien sabe. Como esto siga así, dentro de poco le daremos el Oscar honorífico a Chewbacca. 
¿Y El Americano era mala? Por favor, señores.  

Dulce Cine de Juventud… ¡en Navidad!; Jungla de Cristal

7/10
En las Navidades de 1987 se inspira esta película, icono del cine de acción de los años 80 y que constituye uno de los mejores platos de entretenimiento de cualquier tarde o noche de estos días de intensas vacaciones en los que podemos disfrutar más que en todo el año de buenos ratos de cine.
Casi nadie recuerda que Jungla de Cristal se desarrolla en plenas fiestas navideñas, cuando el agente John McClane acude a Los Ángeles para ver a su esposa, Holly, y a sus dos hijos. Cuando menos se lo espera se verá envuelto en un acto terrorista en el edificio más alto de la ciudad mientras unos revolucionarios alemanes luchan por zafarse de su incómoda presencia y su originalidad para frustrarle los planes a Hans Gruber, el malo malísimo de la película genialmente interpretado por el gran actor británico Alan Rickman. 
Si hemos venido recordando en este mes de diciembre películas tan emblemáticas de la Navidad como Love Actually, ¡Qué Bello es Vivir! o Cuento de Navidad ya es hora de sacar a la luz cintas no tan emblemáticas cuya acción también transcurre en la Navidad pero no se hace continua referencia a ella. Es el caso de esta, primera y fantástica película de una saga en la que las más destacables son las que llevan un número impar. Hablo de ésta y de la tercera, Jungla de Cristal: La Venganza, exquisitas aventuras con una acción y suspense que nada tiene que envidiar a las grandes películas del género.
Santa Claus les trae a los niños a su padre y a nosotros, espectadores ansiosos de buenas películas, nos trae esta cinta en la que Bruce Willis hacía una gloriosa entrada en el mundo del cine. Tras su paso por la serie Luz de Luna y la cimedia del recientemente fallecido Blake Edwards Cita a Ciegas, el actor protagonizó esta aventura que lo catapultó a lo más alto del estrellato hollywoodiense. Ciertamente, el papel de John McClane permanece en el imaginario popular como uno de los mayores héroes de acción que ha dado la Historia del Cine.
Y es que Jungla de Cristal posee un montaje vertiginoso, una banda sonora asfixiante compuesta por Michael Kamen, un guión sólido con algún fallo puntual pero con un ritmo agobiante que llega a contagiarse al espectador que verá como las más de dos horas de metraje pasan volando mientras observa expectante las peripecias de Bruce Willis para escapar del edificio.
Se me llena la boca hablando de esta película, sin duda una de las aventuras más apasionantes que mi dilatada infancia cinematográfica ha vivido. Escenas míticas como el comienzo de la misión de Al Powell, interpretado por el entrañable Reginald VelJohnson (el padre de familia de Cosas de Casa) y sus conocidas y malsonantes frases o la escena final viendo el «desplome» del personaje de Alan Rickman son secuencias que mi retina se ha encargado de mantener vivas en mi propio imaginario.
Bien es cierto que el espíritu navideño se pierde a los quince minutos de metraje pero sobreviene sobre nosotros una de las mejores películas de acción de la Historia del Cine, todo un icono que absolutamente nadie debe perderse jamás. Una aventura que no deja un minuto libre para tomar aire. Una cinta que merece la pena ver, tanto en estas fechas estivales como en cualquier época del año. Sin embargo, las referencias a Santa Claus, las luces navideñas, el ambiente invernal e incluso la canción final Let It Snow interpretada por Frank Sinatra nos invitan a ver esta gran película que a nadie dejará indiferente.

Cine Navideño; Los fantasmas atacan al jefe

Son muchos los señores Scrooge que nos rodean. Avaros sin sentimientos apreciables, malencarados, seres indolentes al dolor ajeno e inalterables en su acusado desdén por cualquier atisbo de fraternidad. La Navidad no es más que la canalización idónea para los odios y rencores anidados en sus oscuros y maltratados espíritus. Ese antihéroe literario decimonónico concebido por Charles Dickens (del que buena cuenta dimos aquí hace tan sólo unos días), perseguido por los fantasmas de las navidades pasadas, presente y futuras, nos queda ya muy lejos en su apariencia formal, aunque el preciso retrato psicológico del escritor permanezca indemne y de evidente actualidad. Ahora el señor Scrooge ha mutado en su forma, no escatima en gastos para conservar una imagen exterior acorde con sus ambiciones, y sí que le importa la opinión del resto para legitimar su posición dentro de la sociedad. Podría ser un banquero, un abogado, un traficante de armas (de esos de altos vuelos), un político o, por qué no, un directivo de una cadena de televisión.
Con la década de los 80’s desgranando sus últimas obras maestras populares, el mítico Richard Donner (Los Goonies, Arma Letal) produjo y dirigió Los fantasmas atacan al jefe (o Scrooged en su título original), una divertida y cáustica actualización de la legendaria obra de Dickens, Un cuento de Navidad, en torno a la figura de un despiadado director de contenidos televisivo. Curiosamente es esta obra premonitoria la que encomienda Frank Cross a todo el equipo de la cadena para ser representada en directo la noche del 24 de Diciembre, impidiendo de esta forma que todos ellos pasen esas entrañables fechas con la familia y acrecentando el macabro prestigio del jefe. Y quién mejor para dar vida a este impasible personaje que Bill Murray, ese actor que con un simple parpadeo es capaz de expresar tantos de grados de pesadumbre e ironía. Aquí es él quien llena la pantalla, quien vertebra la trama, quien provoca la carcajada desde su histrionismo espontáneo o su contenido sarcasmo, haciendo de Los fantasmas atacan al jefe todo un catálogo de momentos gozosos de un cómico inspirado.
A través de surrealistas episodios coincidentes con los de su original literario, Donner ofrece un producto destinado al gran público sin grandes alardes de estilo pero con un acusado gusto por la sátira de la actualidad y el mundo de los medios de comunicación como escenario de excepción para ilustrar el Scrooge moderno. No existen los escrúpulos en un mundo donde la lógica de los beneficios es la que impera sobre el bienestar de los trabajadores o la salud mental de sus espectadores (a estos hay que golpearlos con anuncios martilleantes, explosiones y eslóganes sentenciosos), y así lo demuestra en cada escena Frank Cross, hasta que la aparición súbita de unos extraños seres provoquen la ruptura de su aparentemente cohesionada existencia. Cada uno de ellos, ya sea un taxista diabólico (una caracterización fascinante), un hada irritante y maliciosa o el mismísimo Caronte, le mostrarán lo despiadado de su conducta y las terribles consecuencias que esta acarrea en aquellos que lo rodean.
Los fantasmas atacan al jefe es una viva muestra del cine ochentero que ha inspirado a tantas generaciones y que aún hoy continúa vigente en nuestras mentes. La navidad televisiva no se concibe sin la enésima reposición de un clásico que nos recuerda, como ya lo hiciera el gran Dickens aunque ahora desde una visión actualizada, lo poco que cuesta hacer feliz a los seres queridos que nos rodean, concretamente con algo menos de acritud en el carácter y dosis moduladas de dulzura tan necesaria en esta época del año. Tomemos ejemplo del reformado Frank Cross en esa actuación final apoteósica en directo, apelando a los corazones de su público desde la sinceridad de un espíritu al que se le ha mostrado la cruda realidad y amenazado con la más solitaria de las muertes. Bill Murray acrecienta aquí su leyenda de cómico particular de la mano de un maestro del género de entretenimiento, Richard Donner, con momentos de gran brillantez y un producto final apreciable de visionado obligatorio cuando las navidades se acercan. Sólo queda relajarnos en una de estas gélidas tardes de apacible desocupación y disfrutar de la sutil ironía y el hábil sentido del humor de Los fantasmas atacan al jefe.

¡Feliz Navidad con…. Qué Bello es Vivir!

8/10
Una de las películas más bonitas jamás realizadas que todas las televisiones tienen la suerte de programar para estas fechas tan señaladas. Las pocas familias que tienen la ocasión de poder saltar de cadena y zappear entre el eterno programa de Raphael, los indiferentes programas de Antena 3 y los homenajes eclécticos a la música de los últimos años de Telecinco, encuentran en alguna emisora autonómica este clásico navideño homenajeado hasta la saciedad por decenas de series y películas de nuestra era moderna.
Frank Capra dirigió al inmortal James Stewart, a Donna Reed y al teatral Lionel Barrymore en uno de esos clásicos que todo el mundo debería ver, al menos, una vez en la vida. Una película optimista que nos enseña que la vida merece la pena vivirla por muy mal que nos vayan las cosas.
Una historia humilde en la que un hombre bueno, honrado y honesto se tiene que enfrentar a un grave problema relacionado con la empresa que heredó de su padre. Problemas económicos que siempre acarrean las mayores preocupaciones de cualquier familia que se precie. Una gran cantidad de dinero desaparece de un día para otro y a nuestro James Stewart le comienza a entrar el estado de desesperación. Tanto es así que se plantea la última solución de todas: el suicidio. 
Sin embargo, a lo largo de la película, descubriremos a un ángel entrañable que quiere que Dios le de sus alas. Su misión será enseñarle al personaje de Stewart cómo será la vida de la localidad en la que vive y que será de sus seres queridos cuando él consiga consumar su vengativo acto contra su propia vida. A partir de ahi, en unas secuencias inolvidables, se nos narra un inimitable cuento de Navidad acerca del optimismo y las ganas de vivir. Toda una moraleja en la que aprenderemos que, a pesar de los avatares de la vida, el ser humano merece cada minuto de su existencia. 
No cuento nada más. Se trata de que con estas pocas palabras, seas tú el que vea la película y disfrute de todo un clásico navideño. 
De momento, te dejo con un aperitivo. Una de las escenas más preciosas de la película y de toda la Historia del Cine. Amor, romance, deseos y mucho, mucho cariño. Ese amor que todos queremos por muy mal que nos vayan las cosas.

¡Feliz Navidad con… La vida de Brian!

 8/10
Hay cierta ironía blasfema en la elección de esta mítica obra cumbre de los geniales Monty Python’s para conmemorar el entrañable día 25 de Diciembre o, lo que es lo mismo, el nacimiento del niño Jesús. Esperemos que en su largo peregrinaje desde Oriente hasta el remoto pueblo de Belén, los tres Reyes Magos no se desvíen en su camino (ya sea por la crisis económica o por las intensas nevadas que asolan Europa) y erren en su adoración al recién nacido, como ya les ocurrió hace más de dos mil años cuando visitaron el humilde pesebre de un pobre diablo llamado Brian que, en contra de lo que esperaban,  tendría escaso protagonismo en el devenir de la Historia de la humanidad. O al menos es lo que sugerían Terry Jones, John Cleese, Eric Idle, Michael Palin y Terry Gillian en la fantástica y épica obertura de esta joya descacharrante de la irreverencia en la que se revisitaba desde una óptica un tanto heterodoxa la vida (o más bien el ambiente histórico) del mesias más persuasivo que ha conocido el mundo.
No obstante, en esta película inmortal que se programa de forma reincidente en todas las televisiones del mundo coincidiendo con tan señaladas fechas para el disgusto manifiesto de los cristianos más recalcitrantres y encorsetados, no se retrata de un modo exhaustivo las peripecias del bueno de Jesús, sino que se traslada el foco sobre un personaje circunstancial y aparentemente carente de interés que tuvo la desgracia de vivir bajo la sombra de un ser excepcional destinado a acuñar una nueva religión, nada más y nada menos. Brian, por el contrario, se debía conformar con militar en el reivindicativo Frente Popular de Judea, soportar a su malévola madre, un tanto masculina, y lidiar con las hostiles hordas romanas y su complejo sistema de declinaciones lingüísticas. Cosas del destino.
Compuesta por un extenso repertorio de sketches hilarantes engarzados por un trama descabellada, La vida de Brian se ha erigido como la obra más importante del grupo cómico británico Monty Python’s. Y no es para menos. Pocas citas se han dado en el cine con un humor tan surrealista y mordaz como el desplegado aquí con gran inspiración por la inefable compañía, regalando momentos inolvidables de carcajadas incontenibles. Entre ellos, esa lapidación «exclusivamente» masculina devenida en toda una batalla campal producto del ansia de un poco de entretenimiento, esa lucha de gladiadores escualidos pero con gran resistencia en la media marathón, o esa reunión clandestina de la oposición nacionalista donde se ensalzaban los grandes beneficios de la dominación romana;  «Muy bien, pero además de la sanidad, la medicina, la educación, el vino, el orden público, las cañerías, las carreteras, los acueductos y la salud pública, ¡¿qué han hecho los romanos por nosotros?!».
Mención aparte precisan esos títulos de créditos antológicos al más puro estilo 007 o ese final apoteósico con todos los crucificados cantando al unísono. La vida de Brian es la sal del cine bíblico, esa nota discordante tan necesaria entre las edulcoradas revisitaciones cinematográficas en torno a la vida de Jesucristo que pueblan a la menor oportunidad las parrillas de nuestras televisiones. Humor inteligente, sarcástico, punzante, transgresor, surrealista, estrepitoso, verderamente divertido… Todo un clásico del cine idóneo para celebrar el nacimiento de un personaje diferente que, si bien no cambió el rumbo de la historia, sí que nos hizo pasar un rato agradable. Ahora, cantemos todos ese evocador Always look on the bright side of life.
… Y ¡Feliz Navidad!

Crítica Balada triste de trompeta; Una ‘payasada’ con garra y estilo

6/10
Partiendo de la premisa que impone el carácter nihilista, perverso y decididamente histriónico del cine de Alex de la Iglesia, pocas objeciones se pueden argumentar contra esta nueva entrega de portentoso ritmo y estética apabullante que viene a acentuar el marcado estilo de su director. Balada triste de trompeta es una de esas extrañas obras cinematográficas que nos recuerdan las ilimitadas posibilidades de un arte tan dúctil como voluble en sus diferentes usos cuya única condición indispensable es la libérrima creatividad que lo inspira. En ese sentido, De la Iglesia es uno de los escasos autores que plasman en la pantalla un extenso y variopinto imaginario personal compuesto por rarezas, manías y caprichos de valor intrínseco para componer un producto final que, independientemente de su aceptación en el público, se caracteriza por una incontestable originalidad; algo que no es poco en los tiempos presentes de estandarización cultural y desidia creativa.
Y además lo hace con un descacharrante sentido del humor que impacta contra el abotargado espíritu del espectador que acude a la sala de cine ‘para que le cuenten una historia’. Aquí no hay un convencional desarrollo de la trama que desemboque en un final más o menos previsible; todo está compuesto por hilarantes cuadros de acción bizarra enlazadas abruptamente por un ritmo endiablado y una potente banda sonora de ecos retumbantes. Como esa excepcional obertura de créditos que recoge el amplio catálogo de payasos que este país ha padecido en el último siglo, algunos más creíbles que otros aunque todos tristes y sin un ápice de gracia. O como ese comienzo memorable dominado por la figura de Fernando Guillén Cuervo, uno de esos actores tan prescindibles dentro del panorama español aunque aquí sorprendentemente creíble, arengando con ‘cojones’ a las filas republicanas compuestas incluso por un payaso de rizos de oro devenido en el fragor de la batalla en un sangriento guerrillero pertrechado con machete en mano (e interpretado por el excesivo Santiago Segura). Un baño de sangre sucio, hipnótico, visualmente poderoso, con una iluminación mágica, una dirección artística asombrosa y un baile perfecto de soldados milimétricamente sincronizados para dar verismo a una escena antológica de nuestro cine.
Es una verdadera lástima que a partir de este arranque demoledor, la película camine de forma dubitativa a lo largo del resto de la  trama, con chispazos de verdadero ingenio aunque con una tónica general que se instala en un terreno cercano al tedio y la repetición. El esbozo apresurado de los personajes centrales, especialmente el payaso triste al que da vida Carlos Areces (Muchachada Nui, Spanish Movie), nos sitúa en un complejo triángulo amoroso que une a este último con la explosiva trapecista del circo en el que comienza a trabajar (interpretada por Carolina Bang, también vista en la aventura televisiva de De la Iglesia, Plutón BRB Nero) y con su novio, el violento payaso tonto que encandila a los niños y atemoriza con su cólera imprevisible a los adultos (genial una vez más Antonio de la Torre, reivindicándose como uno de los actores con más talento del panorama interpretativo español). Las tensiones desatadas entre este improbable trío de personajes rocambolescos precipitarán una serie de hechos trágicos auspiciados por la súbita mutación del payaso triste, antes apocado y ahora devenido en un ser sediento de venganza.
A partir de este punto, la acción se torna un tanto repetitiva, protagonizada por una persecución infinita que condena a los personajes a encontrarse una y otra vez, un aciago destino de amores imposibles y odios viscerales anidados durantes años. El guión adolece aquí del vigor suficiente para mantener la tensión dramática que la historia requiere. Alex de la Iglesia naufraga así entre momentos de inexcusable inspiración (esa mordedura al Generalísimo o la apelación a los etarras; «¿ustedes de qué circo sois?») y tramos anodinos de cuestionable valor, hasta alcanzar un clímax final apoteósico con el trío protagonista encaramado en la imagen icónica por excelencia de la dictadura de Franco. Un desenlace muy del gusto del realizador vasco que sorprende por la poderosa estética gótica que impregna la escena y el último giro de guión que vuelve a enfrentar, como una mueca grotesca del azar, a los dos payasos entre risas y lágrimas de desesperación.
Balada triste de trompeta es una muestra más de la imaginación desbordante de un autor que ahonda con cada obra en un mundo interior inabarcable. Como una suerte de parada de los monstruos, la película ofrece una visión valleinclanesca y desmadrada de una realidad enquistada en nuestro país. Pues, qué mejor forma que acercarse al drama de la guerra civil y sus terribles consecuencias que desde el mundo de la farándula y el esperpento, ese que deforma las apariencias hasta llegar al núcleo primigenio de su verdad. De la Iglesia compone aquí una payasada cinematográfica de altura, pero con garra y pasión insoslayables. Digna de nuestra admiración es su valentía, aunque el resultado final no sea completo. Sin duda, no se nos ocurre un presidente mejor para nuestro cine que este macabro, sensible y genial payaso con alma de artista. 

Crítica Ahora los Padres Son Ellos y Retrospectiva

                       
Ahora Los Padres Son Ellos      2/10
La decepción corría por mis venas mientras transcurría la medida duración de la tercera parte de la franquicia de Los Padres de Ella. No me esperaba que fuera a ser una película mejor que las dos anteriores y tenía mis dudas acerca de si la calidad fílmica iba a ser la adecuada. Pero me negaba a pensar que me fuera a decepcionar una trama con la que me he divertido en un sinfín de ocasiones en estos últimos años cada vez que recuperaba alguna de las dos películas anteriores en DVD.
Sin embargo, mi pronóstico se hacía realidad. Que lo mejor de la película sea el siempre cumplidor Robert De Niro, la más que atractiva Jessica Alba y sus sensuales apariciones en pantalla y las tres secuencias en las que aparece mi adorado Dustin Hoffman es algo alarmante. Y digo bien. Aunque Hoffman aparezca poco en pantalla, el actor tiene ese aura que hace que todo papel que toca se convierta en oro y llegue a salvar lo que parece insalvable. Su rol en esta película sorprenderá a más de uno, puesto que nos toca muy de cerca en nuestra ciudad de Sevilla y en alguna de sus costumbres. No desvelo más. Pero ver a Dustin chasqueando los dedos o moviéndose al son de cierto baile popular no tiene precio.
Lo demás, sobra. Me sobra el canoso Ben Stiller, el cual parece ya cansado de hacer su papel y repite una y otra vez los gestos que hicieron mundialmente conocido a su personaje, Gaylord Focker (o en español, Gay Lofollen, literalmente traducido). Me sobra su señora esposa Blythe Danner, me sobra Teri Polo y me harta Owen Wilson. No entiendo que hace en la película. Si en la primera resultaba gracioso, ahora ya roza el patetismo con su recreación de un gurú de vaya usted a saber qué.
La película no tiene guión alguno y se debate entre una sucesión de evidentes «homenajes» a películas como Tiburón sin saber por donde continuar y perdiéndose en un mar de dudas que ahogan las escasas risas que el espectador puede emitir. Quizás el cambio de director, pasando de Jay Roach a Paul Weitz (creador y primer director de la saga American Pie), el que ha provocado este súbito descenso en la calidad de la última entrega de unas películas divertidas, alegres, frescas y con un humor muy inteligente que ha sido superado por el tiempo, la desgana y una evidente falta de criterio. La película es previsible, no sorprende, no cala. Hay momentos en que todos los personajes llegan a resultar antipáticos e indeseables. Todos los actores están perdidos. Nadie sabe encontrarse, ni tan siquiera el espectador, al cual sólo le queda volver a casa y poner en su DVD las dos anteriores. 
Porque nunca debimos saber que ahora los padres son ellos.
Los Padres de Ella       6/10
La primera, la (en teoría) mejor de las tres películas de esta saga fue la que nos dio a conocer a la familia Byrnes cuyo patriarca, Robert De Niro, encarnó a uno de los seres más maléficos de los últimos años de la comedia norteamericana. Su rol, el de un ex-agente de la CIA reconvertido a «jardinero» le reportó numerosos éxitos y reconocimientos. La incursión del cómico Ben Stiller en un papel muy acorde con sus capacidades interpretativas hizo que fueran los dos mejores personajes de la película. Los Padres de Ella significó un antes y un después en la excesivamente repetitiva fórmula de la comedia en Estados Unidos y le dio un soplo de aire fresco tanto a sus protagonistas como al propio género. Escenas que quedan en la memoria colectiva (quien no se acuerda del interrogatorio en el polígrafo) dirigidas por Jay Roach, aquel que jamás debió abandonar el barco y quedarse fuera de la tercera entrega. Pero así es Hollywood. Muy recomendable para una tarde lluviosa, soleada, nevada o granizada en la que se pretenda buscar un buen entretenimiento.

Los Padres de Él      7/10
Para mi gusto, la mejor de todas es la que incluyó en el reparto al gran Dustin Hoffman como Bernard, padre del interfecto sujeto llamado Gaylord y con un evidente desorden mental que hará las delicias de cualquier aficionado al cine. Por otro lado, tenemos a su madre, a la actriz y cantante Barbra Streisand (la cual regresó al cine específicamente para rodar esta película) convirtiendo a los padres de él en un matrimonio absolutamente perfecto para una tarde de aburrimiento. Situaciones surrealistas combinadas con un humor muy efectista hicieron que esta película, a mi personalmente, me calara muy hondo. De hecho, es la que más veces he visto y con la que más he disfrutado. Tengo debilidad por Dustin Hoffman y su papel en esta película me parece una demostración latente de uno de sus registros menos explotados: la comedia pura. Un guión sólido compone las relaciones entre los cuadriculados padres de ella y los exacerbados padres de él. Y por si fuera poco aparece un niño adorable que endulza (pocas veces ocurre) el visionado de la película con escenas realmente fantásticas. Jay Roach volvió a lucirse en la dirección al igual que el elenco protagonista. 
Y ahora, un pequeño apunte. Si obtiene la copia de la película en DVD, busque las tomas falsas. Ahí descubrirá lo grande que es el cine.

Cine Navideño; Cuento de Navidad

 7/10
Unas navidades sin Dickens…no son unas navidades. De poco importa que hayan transcurrido siglos desde que el genial escritor británico de obras tan imperecederas como Oliver Twist, Historia de Dos Ciudades o Un Cuento de Navidad dejase de existir en toda su corporeidad física, pues a partir de esa oscura y tan humana imaginación que guió su labor literaria, continúa visitándonos, como un espíritu a veces burlón, a veces tierno, o a veces implacable, siempre que halla el momento idóneo para hacernos reflexionar sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que llegaremos a ser.
Y es que cuando se acercan estas fechas tan señaladas, una vaga sensación de desasosiego se apodera de nuestro ánimo y nos impulsa a someternos a un introspectivo examen cuyo único objetivo es legitimar nuestros actos, así como suscitar el anhelo de llevarlos a cabo de un modo diferente. Obviamente, no somos perfectos, y la Navidad nos impele a acercarnos, aunque sea de forma aproximada y entusiasta, a esta máxima que rige (o debería regir) nuestras vidas, como un contagioso espíritu de bondad y fraternidad hibernado a lo largo del año y desatado ahora por un ambiente icónico, el navideño, arraigado vigorosamente en la cultura popular. Sin embargo, muchos precisan de una ayuda más poderosa que el destello de las luces o la ilusión de los regalos.
El señor Scrooge, un avaro y malévolo anciano que regenta un viejo negocio usado como parapeto ante el mundo, odia las Navidades, repudia las muestras de cariño que el resto se prodiga en esas fechas, desdeña ese convencional espíritu que nos incita a reunirnos con nuestros seres queridos al calor de la lumbre en tiempo de vacaciones. Y lo manifiesta con feroz convicción. O al menos así lo hace hasta que recibe la fantasmal visita de tres espíritus, el de las navidades pasadas, la presentes y las futuras, quienes muestran al viejo cascarrabias la pobre imagen que proyecta a su alrededor y las terribles consecuencias que su desdeñoso comportamiento traerá a su vida de forma inminente.
Robert Zemeckis, un maestro absoluto del género de cine familiar (Regreso al Futuro, Quién engañó a Roger Rabbit) retomó recientemente esta inmortal historia de Dickens, aunque de un modo radicalmente actualizado. Si ya en 2004 Zemeckis deslumbró a muchos con otra película de incontestable espíritu navideño como Polar Express, para la que utilizó una nueva técnica digital de captura de movimiento (y a la que se prestó amablemente Tom Hanks), y en 2007 sentara las bases del 3D con la épica Beowulf; ahora el director de Forrest Gump o Náufrago no ha dudado en ahondar en su transgresora afición por los nuevos formatos cinematográficos digitales con un apasionante viaje por el barroquismo del Londres de Dickens.
Para ello, se vale de la poderosa figura (digital, se entiende) de Jim Carrey como el anciano señor Scrooge, todo un portento creativo que muestra las infinitas posibilidades de las nuevas técnicas, al que acompañan  una fascinante terna de actores reconocidos aunque previamente filtrados por el todopoderoso ordenador; Gary Oldman, Colin Firth, Bob Hoskins o Robin Wright Penn, entre otros. En el registro visual, la película de Zemeckis alcanza cotas de belleza inauditas hasta ahora en el cine, combinando a la perfección el fuerte contraste de luces de los interiores del siglo XIX con la imaginería estética desbordante del sueño vívido de Scrooge. Aunque en ocasiones todo parece descontrolarse, la película mantiene el pulso cadencioso de la inmortal historia, ejercita un manifiesto gusto por los ambientes oscuros y aboga por el surrealismo latente de la trama, algo que sin duda puede suscitar cierto distanciamiento con el público más infantil.
Y es que en el apartado narrativo, Zemeckis saca a relucir su catálogo de experto realizador, jalonando la acción con detalles exquisitos de gran valor cinematográfico. Como ese maravilloso arranque en el que Scrooge identifica al recién fallecido Marley, su socio en la tienda, y muestra, a modo de introducción, el carácter avaro del protagonista, arrebatando las monedas que deberían dar paso a su amigo por las aguas de Caronte; momento tras el cual, con un mero plano fijo y una cartel resquebrajándose, nos traslada a diez años más tarde. La estructura claramente definida del original literario es, por otro lado,  respetada con gran fidelidad aquí, por lo que la originalidad de este nuevo Cuento de Navidad reside principalmente en la cuidada puesta en escena y el efectivo uso de las nuevas técnicas visuales.
Zemeckis recupera, así pues, el espíritu más rendidamente navideño con esta nueva y digna adaptación cinematográfica de la novela de Dickens, a la que incorpora el 3D y la captura de movimiento como principales atractivos para una historia conocida por todos aunque no por ello menos sugestiva. El señor Scrooge, como cada año, nos recuerda la importancia de fortalecer ese espíritu de fraternidad y bondad con todos los que nos rodean en estas fechas tan señaladas… O los malos espíritus acudirán a nuestros sueños…

Películas para Dos Vidas; Hasta Que Llegó Su Hora

El western siempre ha sido una buena muestra de que el cine clásico seguía vivo, al menos en la época dorada del cine. Sus mayores logros fueron en los años 50, 60 y 70. La década de los 80 fue poco productiva en este género y los 90 vieron como Clint Eastwood, uno de los máximos exponentes del género, le daba al cine del Oeste el final anunciado que merecía con una de las piezas maestras del director: Sin Perdón.

A partir de ahí, poco hemos vuelto a oír hablar de cine del Oeste salvo en contadas ocasiones y sin demasiada repercusión. Yo, aficionado al cine clásico, he tenido siempre la espinita del gusto por el buen western, un género que siempre he considerado como «la misma película», aquellas en las que tipos duros americanos se vestían de vaqueros y perseguían a los indios hasta matarlos mientras dejaban en casa a su amada, siempre una jovencita doncella ansiosa por ver a su esposo valiente.
Esa visión recortada del cine del Oeste me ha hecho no fijarme demasiado en las películas del género. Hasta que llegó la hora de ver una de las grandes producciones de la Historia. Una cinta dirigida por el maestro Sergio Leone titulada Hasta que Llegó Su Hora. Esta sección se denomina «Películas para Dos Vidas» y he querido terminar el año con uno de mis descubrimientos cinematográficos más notables, aquel que me ha hecho abrir los ojos ante las maravillas narrativas que se pueden encontrar omitiendo esa forma de ver el western y abriendo la mente ante películas que reposan en el imaginario colectivo.
Es el caso de esta obra de Leone que hoy expongo en este artículo. Hasta que Llegó Su Hora es un viaje interminable hacia la muerte, la creencia manifiesta de que todos los personajes de la película tienen que morir en algún momento. Sin embargo, en 165 minutos de duración, el espectador descubrirá cual de ellos merece con más ahínco ser el malo de la película. Nadie parece tener un papel definido puesto que todos tienen por donde callar. Es ahí donde cuatro grandes actores entran en juego para ofrecernos interpretaciones absolutamente magistrales.
Hablamos de Henry Fonda, uno de mis actores predilectos y siempre visto en cintas en las que representaba al americano honrado, valiente y con una cara amable con la que enfrentarse en los problemas. No obstante, su cambio de registro en la cinta de Leone es toda una lección de interpretación que todo aficionado al cine debería contemplar. Por otro lado, encontramos a Charles Bronson, ese actor con rostro inconfundible y tantas veces mencionado a lo largo de la historia del cine y la televisión, encuentra una vía de escape a su gran talento reprimido en películas bélicas donde no tenía ocasión de mostrar todo lo que su capacidad como actor nos tenía reservado.
Jamás hubo dos secundarios que redondearan su actuación de una manera tan brillante. Por un lado, Jason Robards, uno de los más desconocidos actores de la época pero a la vez uno de los mejores y más importantes de la última generación del cine dorado. Su contrapunto en esta película a los personajes de Fonda y Bronson parece complicado, pero lo saca con notables aptitudes. Y como me puedo olvidar de una de las más grandes bellezas que han pasado por la gran pantalla, Claudia Cardinale, gran actriz que le otorga el punto de sensualidad a la película demostrando nuevamente su talento interpretativo confirmado en El Gatopardo o Rocco y sus Hermanos.
Este es un spaguetti-western, de esos que les gustan a nuestros abuelos. Cualquiera que haya nacido después de 1980 se quedará dormido. Y razón no le falta. Su extensa duración hace que los minutos no corran con la rapidez que uno desea. Sin embargo, la película no defraudará al que se mantenga atento y expectante. Ennio Morricone se encarga de, con muy pocos acordes de harmónica, mantener una tensión que se puede cortar con una navaja. El guión, obra de tres grandes genios europeos como son Bernardo Bertolucci, Dario Argento y el propio Leone, es una maravilla del género del Oeste. Sus diálogos, escasos pero inimitables, son la prueba fehaciente de que el cine se escribe con mayúsculas.
Gracias a Hasta que Llegó Su Hora descubrí el western y lo hice por la puerta grande. Ahora te toca a ti, querido lector, sumergirte en el polvoriento ambiente del Oeste norteamericano y disfrutar con secuencias y secuencias, una detrás de otra, del mejor cine que se ha hecho jamás.