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[Crítica] Her

Resulta harto complicado hablar de la última película de Spike Jonze sin caer en el tópico o en la palabra fácil. Estamos ante la obra más delicada que han visto nuestros ojos en mucho tiempo, una pieza cumbre e imperecedera, piedra angular en la exposición del talento de su protagonista y con uno de los libretos más sobrecogedores de la contemporaneidad cinematográfica.
Her roza en su proximidad el término distopía, una sociedad ficticia que se queda atrás en este golpe de efecto pero que aporta una disconformidad con lo establecido. No se consigue distinguir si Her es una denuncia contra las normas tecnológicas establecidas en esta ordenación social en la que el mismo concepto de “sociedad” tal y como lo conocíamos está cambiando de forma vertiginosa. Ya no hay relaciones entre personas cara a cara y, las que permanecen, se encuentran viciadas y faltas de interés.
Spike Jonze, en cada línea de guión, asesta una puñalada frontal al concepto actual de las relaciones humanas. A todo lo que creíamos establecido sobre el trato con los viejos amigos o, con lo que resulta más chocante, con la propia pareja. El eje central de este paradigma se encuentra en el rostro de Joaquin Phoenix, injusto olvidado en los Oscars pero presente en quienes de verdad sienten el cine más puro y absoluto. Su interpretación es un total cambio de registro con su película anterior, la genial The Master. Pocos actores se encuentran en una plenitud de talento tan consagrada como la de Phoenix. Spike Jonze lo arma con el mejor guión y construye un Theo doliente, enamorado y perdido en un mar de dudas entre su pasado real, su presente virtual y su futuro. Jonze crea una obra con un carácter visionario y se eleva a los altares de cuantos vieron un futuro cercano antes que nadie y lo supieron mostrar sin perder un ápice de sentido del realismo.
Theo representa la clave de una nueva forma de contar las historias de amor, de cara a la pantalla y en su propio trabajo, escribiendo notas de amor para terceras parejas. El futuro de tan honorable sentimiento está siendo enterrado bajo toneladas de litio, plástico y acero. ¿Puede existir el amor hacia alguien que no conoces y con el sabes que nunca podrás interactuar? Aquí es donde aparece una actriz sin la que la película no encontraría su sentido. Scarlett Johansson, con su sensual voz rota, enamora a su protagonista y nos seduce a los espectadores. Un sistema operativo que rompe los esquemas de Theo y le hace preguntarse quién es, qué desea en este presente incierto de su vida en el que acaba de destrozar su anterior relación (magnífica siempre Rooney Mara). No termina de ser apetecible ver cómo existe un perfecto individualismo romántico pero tampoco podemos evitar no esbozar una sonrisa al observar al encantador Theo consiguiendo lo que siempre deseó, alguien que le comprendiera, le escuchase y con quien compartir su vida.
Pero, ¿quién sabe?

[Crítica] La gran estafa americana

La gente cree lo que quiere creer.

Con esta premisa, pronunciada por Amy Adams más lejos que pronto, se resume la nueva película de David O. Russell, una de esas cintas con personalidad propia que transita en terrenos donde el espectador se siente defraudado vilmente o entra en juego con los personajes de un guión calibrado como una pieza de relojería.
Christian Bale, Amy Adams, Bradley Cooper, Jennifer Lawrence y Jeremy Renner se encuentran en una perfecta comunión interpretativa con su director y un guión que les hace justicia como intérpretes y les aleja de cualquier tópico o papel anterior. Sus concepciones a la hora de hacer frente a tan compleja, pero sencilla trama, les hacen ser merecedores de todo elogio que se pueda verter sobre ellos. Especialmente nos fijamos en sus dos inspirados protagonistas, Adams y Bale. Bale y Adams, un tándem perfecto que, juntos o por separado, se llevan el mayor aplauso.
Decía Jean De la Fontaine, fabulista francés, que “engañar al que engaña es doblemente entretenido.” En este sentido, saltamos de la pantalla al texto, para referirnos a un libreto que resulta absolutamente adictivo y fascinante. Cada línea de diálogo es diametralmente opuesta a la anterior. Cualquier premisa que se vierte, será tumbada instantes después. No hay lugar para la sorpresa porque no es su lugar. Simplemente, estamos ante una historia de estafadores narrada por otro estafador nato, un David O. Russell al que encumbramos este año por su capacidad para resarcirse tras aquel producto perecedero llamado El lado bueno de las cosas.
La gran estafa americana es una parada en la estación de la mentira, del engaño, donde hay que dejarse llevar y no pretender entender nada de lo que está sucediendo. Ya lo hicieron, y para muchos lo consiguieron, los hermanos Coen con su Quemar después de leer. Aunque no estamos ante una comedia absurda, sino ante una representación nada literal del Caso Abscam que sacudió a Estados Unidos en los 70 y que terminó con la detención de un senador y seis congresistas norteamericanos.
Con una fotografía inmejorablemente ajustada a los criterios de la época, una banda sonora que evoca los más grandes temas de aquellos días (Live And Let Die de McCartney & Wings con Delilah de Tom Jones, por ejemplificar) o un desfile de peluquería que en nada, si pudiéramos, desmerece la cinta, La gran estafa americana es deudora de guiones del mejor George Roy Hill, Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, en sus etapas más inspiradas.
Diez nominaciones son las que reúne esta American Hustle para la próxima edición de los Oscar. La pelea de este año por convertirse, a ojos de la Academia de Hollywood, en la película del año no puede estar más reñida. Y O. Russell y su equipo parten con ventaja sobre muchas de sus competidoras al ser una de las propuestas más frescas y divertidas del año.