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Dulce Cine de Juventud… ¡en Navidad!; Jungla de Cristal

7/10
En las Navidades de 1987 se inspira esta película, icono del cine de acción de los años 80 y que constituye uno de los mejores platos de entretenimiento de cualquier tarde o noche de estos días de intensas vacaciones en los que podemos disfrutar más que en todo el año de buenos ratos de cine.
Casi nadie recuerda que Jungla de Cristal se desarrolla en plenas fiestas navideñas, cuando el agente John McClane acude a Los Ángeles para ver a su esposa, Holly, y a sus dos hijos. Cuando menos se lo espera se verá envuelto en un acto terrorista en el edificio más alto de la ciudad mientras unos revolucionarios alemanes luchan por zafarse de su incómoda presencia y su originalidad para frustrarle los planes a Hans Gruber, el malo malísimo de la película genialmente interpretado por el gran actor británico Alan Rickman. 
Si hemos venido recordando en este mes de diciembre películas tan emblemáticas de la Navidad como Love Actually, ¡Qué Bello es Vivir! o Cuento de Navidad ya es hora de sacar a la luz cintas no tan emblemáticas cuya acción también transcurre en la Navidad pero no se hace continua referencia a ella. Es el caso de esta, primera y fantástica película de una saga en la que las más destacables son las que llevan un número impar. Hablo de ésta y de la tercera, Jungla de Cristal: La Venganza, exquisitas aventuras con una acción y suspense que nada tiene que envidiar a las grandes películas del género.
Santa Claus les trae a los niños a su padre y a nosotros, espectadores ansiosos de buenas películas, nos trae esta cinta en la que Bruce Willis hacía una gloriosa entrada en el mundo del cine. Tras su paso por la serie Luz de Luna y la cimedia del recientemente fallecido Blake Edwards Cita a Ciegas, el actor protagonizó esta aventura que lo catapultó a lo más alto del estrellato hollywoodiense. Ciertamente, el papel de John McClane permanece en el imaginario popular como uno de los mayores héroes de acción que ha dado la Historia del Cine.
Y es que Jungla de Cristal posee un montaje vertiginoso, una banda sonora asfixiante compuesta por Michael Kamen, un guión sólido con algún fallo puntual pero con un ritmo agobiante que llega a contagiarse al espectador que verá como las más de dos horas de metraje pasan volando mientras observa expectante las peripecias de Bruce Willis para escapar del edificio.
Se me llena la boca hablando de esta película, sin duda una de las aventuras más apasionantes que mi dilatada infancia cinematográfica ha vivido. Escenas míticas como el comienzo de la misión de Al Powell, interpretado por el entrañable Reginald VelJohnson (el padre de familia de Cosas de Casa) y sus conocidas y malsonantes frases o la escena final viendo el «desplome» del personaje de Alan Rickman son secuencias que mi retina se ha encargado de mantener vivas en mi propio imaginario.
Bien es cierto que el espíritu navideño se pierde a los quince minutos de metraje pero sobreviene sobre nosotros una de las mejores películas de acción de la Historia del Cine, todo un icono que absolutamente nadie debe perderse jamás. Una aventura que no deja un minuto libre para tomar aire. Una cinta que merece la pena ver, tanto en estas fechas estivales como en cualquier época del año. Sin embargo, las referencias a Santa Claus, las luces navideñas, el ambiente invernal e incluso la canción final Let It Snow interpretada por Frank Sinatra nos invitan a ver esta gran película que a nadie dejará indiferente.

Cine Navideño; Los fantasmas atacan al jefe

Son muchos los señores Scrooge que nos rodean. Avaros sin sentimientos apreciables, malencarados, seres indolentes al dolor ajeno e inalterables en su acusado desdén por cualquier atisbo de fraternidad. La Navidad no es más que la canalización idónea para los odios y rencores anidados en sus oscuros y maltratados espíritus. Ese antihéroe literario decimonónico concebido por Charles Dickens (del que buena cuenta dimos aquí hace tan sólo unos días), perseguido por los fantasmas de las navidades pasadas, presente y futuras, nos queda ya muy lejos en su apariencia formal, aunque el preciso retrato psicológico del escritor permanezca indemne y de evidente actualidad. Ahora el señor Scrooge ha mutado en su forma, no escatima en gastos para conservar una imagen exterior acorde con sus ambiciones, y sí que le importa la opinión del resto para legitimar su posición dentro de la sociedad. Podría ser un banquero, un abogado, un traficante de armas (de esos de altos vuelos), un político o, por qué no, un directivo de una cadena de televisión.
Con la década de los 80’s desgranando sus últimas obras maestras populares, el mítico Richard Donner (Los Goonies, Arma Letal) produjo y dirigió Los fantasmas atacan al jefe (o Scrooged en su título original), una divertida y cáustica actualización de la legendaria obra de Dickens, Un cuento de Navidad, en torno a la figura de un despiadado director de contenidos televisivo. Curiosamente es esta obra premonitoria la que encomienda Frank Cross a todo el equipo de la cadena para ser representada en directo la noche del 24 de Diciembre, impidiendo de esta forma que todos ellos pasen esas entrañables fechas con la familia y acrecentando el macabro prestigio del jefe. Y quién mejor para dar vida a este impasible personaje que Bill Murray, ese actor que con un simple parpadeo es capaz de expresar tantos de grados de pesadumbre e ironía. Aquí es él quien llena la pantalla, quien vertebra la trama, quien provoca la carcajada desde su histrionismo espontáneo o su contenido sarcasmo, haciendo de Los fantasmas atacan al jefe todo un catálogo de momentos gozosos de un cómico inspirado.
A través de surrealistas episodios coincidentes con los de su original literario, Donner ofrece un producto destinado al gran público sin grandes alardes de estilo pero con un acusado gusto por la sátira de la actualidad y el mundo de los medios de comunicación como escenario de excepción para ilustrar el Scrooge moderno. No existen los escrúpulos en un mundo donde la lógica de los beneficios es la que impera sobre el bienestar de los trabajadores o la salud mental de sus espectadores (a estos hay que golpearlos con anuncios martilleantes, explosiones y eslóganes sentenciosos), y así lo demuestra en cada escena Frank Cross, hasta que la aparición súbita de unos extraños seres provoquen la ruptura de su aparentemente cohesionada existencia. Cada uno de ellos, ya sea un taxista diabólico (una caracterización fascinante), un hada irritante y maliciosa o el mismísimo Caronte, le mostrarán lo despiadado de su conducta y las terribles consecuencias que esta acarrea en aquellos que lo rodean.
Los fantasmas atacan al jefe es una viva muestra del cine ochentero que ha inspirado a tantas generaciones y que aún hoy continúa vigente en nuestras mentes. La navidad televisiva no se concibe sin la enésima reposición de un clásico que nos recuerda, como ya lo hiciera el gran Dickens aunque ahora desde una visión actualizada, lo poco que cuesta hacer feliz a los seres queridos que nos rodean, concretamente con algo menos de acritud en el carácter y dosis moduladas de dulzura tan necesaria en esta época del año. Tomemos ejemplo del reformado Frank Cross en esa actuación final apoteósica en directo, apelando a los corazones de su público desde la sinceridad de un espíritu al que se le ha mostrado la cruda realidad y amenazado con la más solitaria de las muertes. Bill Murray acrecienta aquí su leyenda de cómico particular de la mano de un maestro del género de entretenimiento, Richard Donner, con momentos de gran brillantez y un producto final apreciable de visionado obligatorio cuando las navidades se acercan. Sólo queda relajarnos en una de estas gélidas tardes de apacible desocupación y disfrutar de la sutil ironía y el hábil sentido del humor de Los fantasmas atacan al jefe.

¡Feliz Navidad con…. Qué Bello es Vivir!

8/10
Una de las películas más bonitas jamás realizadas que todas las televisiones tienen la suerte de programar para estas fechas tan señaladas. Las pocas familias que tienen la ocasión de poder saltar de cadena y zappear entre el eterno programa de Raphael, los indiferentes programas de Antena 3 y los homenajes eclécticos a la música de los últimos años de Telecinco, encuentran en alguna emisora autonómica este clásico navideño homenajeado hasta la saciedad por decenas de series y películas de nuestra era moderna.
Frank Capra dirigió al inmortal James Stewart, a Donna Reed y al teatral Lionel Barrymore en uno de esos clásicos que todo el mundo debería ver, al menos, una vez en la vida. Una película optimista que nos enseña que la vida merece la pena vivirla por muy mal que nos vayan las cosas.
Una historia humilde en la que un hombre bueno, honrado y honesto se tiene que enfrentar a un grave problema relacionado con la empresa que heredó de su padre. Problemas económicos que siempre acarrean las mayores preocupaciones de cualquier familia que se precie. Una gran cantidad de dinero desaparece de un día para otro y a nuestro James Stewart le comienza a entrar el estado de desesperación. Tanto es así que se plantea la última solución de todas: el suicidio. 
Sin embargo, a lo largo de la película, descubriremos a un ángel entrañable que quiere que Dios le de sus alas. Su misión será enseñarle al personaje de Stewart cómo será la vida de la localidad en la que vive y que será de sus seres queridos cuando él consiga consumar su vengativo acto contra su propia vida. A partir de ahi, en unas secuencias inolvidables, se nos narra un inimitable cuento de Navidad acerca del optimismo y las ganas de vivir. Toda una moraleja en la que aprenderemos que, a pesar de los avatares de la vida, el ser humano merece cada minuto de su existencia. 
No cuento nada más. Se trata de que con estas pocas palabras, seas tú el que vea la película y disfrute de todo un clásico navideño. 
De momento, te dejo con un aperitivo. Una de las escenas más preciosas de la película y de toda la Historia del Cine. Amor, romance, deseos y mucho, mucho cariño. Ese amor que todos queremos por muy mal que nos vayan las cosas.

¡Feliz Navidad con… La vida de Brian!

 8/10
Hay cierta ironía blasfema en la elección de esta mítica obra cumbre de los geniales Monty Python’s para conmemorar el entrañable día 25 de Diciembre o, lo que es lo mismo, el nacimiento del niño Jesús. Esperemos que en su largo peregrinaje desde Oriente hasta el remoto pueblo de Belén, los tres Reyes Magos no se desvíen en su camino (ya sea por la crisis económica o por las intensas nevadas que asolan Europa) y erren en su adoración al recién nacido, como ya les ocurrió hace más de dos mil años cuando visitaron el humilde pesebre de un pobre diablo llamado Brian que, en contra de lo que esperaban,  tendría escaso protagonismo en el devenir de la Historia de la humanidad. O al menos es lo que sugerían Terry Jones, John Cleese, Eric Idle, Michael Palin y Terry Gillian en la fantástica y épica obertura de esta joya descacharrante de la irreverencia en la que se revisitaba desde una óptica un tanto heterodoxa la vida (o más bien el ambiente histórico) del mesias más persuasivo que ha conocido el mundo.
No obstante, en esta película inmortal que se programa de forma reincidente en todas las televisiones del mundo coincidiendo con tan señaladas fechas para el disgusto manifiesto de los cristianos más recalcitrantres y encorsetados, no se retrata de un modo exhaustivo las peripecias del bueno de Jesús, sino que se traslada el foco sobre un personaje circunstancial y aparentemente carente de interés que tuvo la desgracia de vivir bajo la sombra de un ser excepcional destinado a acuñar una nueva religión, nada más y nada menos. Brian, por el contrario, se debía conformar con militar en el reivindicativo Frente Popular de Judea, soportar a su malévola madre, un tanto masculina, y lidiar con las hostiles hordas romanas y su complejo sistema de declinaciones lingüísticas. Cosas del destino.
Compuesta por un extenso repertorio de sketches hilarantes engarzados por un trama descabellada, La vida de Brian se ha erigido como la obra más importante del grupo cómico británico Monty Python’s. Y no es para menos. Pocas citas se han dado en el cine con un humor tan surrealista y mordaz como el desplegado aquí con gran inspiración por la inefable compañía, regalando momentos inolvidables de carcajadas incontenibles. Entre ellos, esa lapidación «exclusivamente» masculina devenida en toda una batalla campal producto del ansia de un poco de entretenimiento, esa lucha de gladiadores escualidos pero con gran resistencia en la media marathón, o esa reunión clandestina de la oposición nacionalista donde se ensalzaban los grandes beneficios de la dominación romana;  «Muy bien, pero además de la sanidad, la medicina, la educación, el vino, el orden público, las cañerías, las carreteras, los acueductos y la salud pública, ¡¿qué han hecho los romanos por nosotros?!».
Mención aparte precisan esos títulos de créditos antológicos al más puro estilo 007 o ese final apoteósico con todos los crucificados cantando al unísono. La vida de Brian es la sal del cine bíblico, esa nota discordante tan necesaria entre las edulcoradas revisitaciones cinematográficas en torno a la vida de Jesucristo que pueblan a la menor oportunidad las parrillas de nuestras televisiones. Humor inteligente, sarcástico, punzante, transgresor, surrealista, estrepitoso, verderamente divertido… Todo un clásico del cine idóneo para celebrar el nacimiento de un personaje diferente que, si bien no cambió el rumbo de la historia, sí que nos hizo pasar un rato agradable. Ahora, cantemos todos ese evocador Always look on the bright side of life.
… Y ¡Feliz Navidad!

Cine Navideño; Cuento de Navidad

 7/10
Unas navidades sin Dickens…no son unas navidades. De poco importa que hayan transcurrido siglos desde que el genial escritor británico de obras tan imperecederas como Oliver Twist, Historia de Dos Ciudades o Un Cuento de Navidad dejase de existir en toda su corporeidad física, pues a partir de esa oscura y tan humana imaginación que guió su labor literaria, continúa visitándonos, como un espíritu a veces burlón, a veces tierno, o a veces implacable, siempre que halla el momento idóneo para hacernos reflexionar sobre lo que fuimos, lo que somos y lo que llegaremos a ser.
Y es que cuando se acercan estas fechas tan señaladas, una vaga sensación de desasosiego se apodera de nuestro ánimo y nos impulsa a someternos a un introspectivo examen cuyo único objetivo es legitimar nuestros actos, así como suscitar el anhelo de llevarlos a cabo de un modo diferente. Obviamente, no somos perfectos, y la Navidad nos impele a acercarnos, aunque sea de forma aproximada y entusiasta, a esta máxima que rige (o debería regir) nuestras vidas, como un contagioso espíritu de bondad y fraternidad hibernado a lo largo del año y desatado ahora por un ambiente icónico, el navideño, arraigado vigorosamente en la cultura popular. Sin embargo, muchos precisan de una ayuda más poderosa que el destello de las luces o la ilusión de los regalos.
El señor Scrooge, un avaro y malévolo anciano que regenta un viejo negocio usado como parapeto ante el mundo, odia las Navidades, repudia las muestras de cariño que el resto se prodiga en esas fechas, desdeña ese convencional espíritu que nos incita a reunirnos con nuestros seres queridos al calor de la lumbre en tiempo de vacaciones. Y lo manifiesta con feroz convicción. O al menos así lo hace hasta que recibe la fantasmal visita de tres espíritus, el de las navidades pasadas, la presentes y las futuras, quienes muestran al viejo cascarrabias la pobre imagen que proyecta a su alrededor y las terribles consecuencias que su desdeñoso comportamiento traerá a su vida de forma inminente.
Robert Zemeckis, un maestro absoluto del género de cine familiar (Regreso al Futuro, Quién engañó a Roger Rabbit) retomó recientemente esta inmortal historia de Dickens, aunque de un modo radicalmente actualizado. Si ya en 2004 Zemeckis deslumbró a muchos con otra película de incontestable espíritu navideño como Polar Express, para la que utilizó una nueva técnica digital de captura de movimiento (y a la que se prestó amablemente Tom Hanks), y en 2007 sentara las bases del 3D con la épica Beowulf; ahora el director de Forrest Gump o Náufrago no ha dudado en ahondar en su transgresora afición por los nuevos formatos cinematográficos digitales con un apasionante viaje por el barroquismo del Londres de Dickens.
Para ello, se vale de la poderosa figura (digital, se entiende) de Jim Carrey como el anciano señor Scrooge, todo un portento creativo que muestra las infinitas posibilidades de las nuevas técnicas, al que acompañan  una fascinante terna de actores reconocidos aunque previamente filtrados por el todopoderoso ordenador; Gary Oldman, Colin Firth, Bob Hoskins o Robin Wright Penn, entre otros. En el registro visual, la película de Zemeckis alcanza cotas de belleza inauditas hasta ahora en el cine, combinando a la perfección el fuerte contraste de luces de los interiores del siglo XIX con la imaginería estética desbordante del sueño vívido de Scrooge. Aunque en ocasiones todo parece descontrolarse, la película mantiene el pulso cadencioso de la inmortal historia, ejercita un manifiesto gusto por los ambientes oscuros y aboga por el surrealismo latente de la trama, algo que sin duda puede suscitar cierto distanciamiento con el público más infantil.
Y es que en el apartado narrativo, Zemeckis saca a relucir su catálogo de experto realizador, jalonando la acción con detalles exquisitos de gran valor cinematográfico. Como ese maravilloso arranque en el que Scrooge identifica al recién fallecido Marley, su socio en la tienda, y muestra, a modo de introducción, el carácter avaro del protagonista, arrebatando las monedas que deberían dar paso a su amigo por las aguas de Caronte; momento tras el cual, con un mero plano fijo y una cartel resquebrajándose, nos traslada a diez años más tarde. La estructura claramente definida del original literario es, por otro lado,  respetada con gran fidelidad aquí, por lo que la originalidad de este nuevo Cuento de Navidad reside principalmente en la cuidada puesta en escena y el efectivo uso de las nuevas técnicas visuales.
Zemeckis recupera, así pues, el espíritu más rendidamente navideño con esta nueva y digna adaptación cinematográfica de la novela de Dickens, a la que incorpora el 3D y la captura de movimiento como principales atractivos para una historia conocida por todos aunque no por ello menos sugestiva. El señor Scrooge, como cada año, nos recuerda la importancia de fortalecer ese espíritu de fraternidad y bondad con todos los que nos rodean en estas fechas tan señaladas… O los malos espíritus acudirán a nuestros sueños…

Dulce Cine de Juventud… ¡en Navidad!: Solo en Casa

 ¿Qué niño de 8 o 9 años no ha soñado alguna vez con quedarse una temporada solo en casa y alejado de las pertinentes reprimendas paternas o el carácter quisquilloso de sus hermanos? El bueno de Macauly Culkin lo tenía bien claro y sus promesas no tardaron en cumplirse. A la mañana siguiente de su convencida conjura tras un altercado con las pizzas de queso, su familia al completo se encaminaba a París mientras él quedaba plácidamente dormido y, por ende, olvidado por el resto, dando pie a una trepidante aventura cinematográfica que incluía gamberradas infantiles, miedos viscerales relacionados con el sótano a los que hacer frente y una apoteósica batalla asimétrica contra dos cacos un tanto patosos a los que castigar con ingeniosas y macabras trampas. Y es que Solo en casa es básicamente eso, entretenimiento navideño para toda la familia que, a pesar del esquematismo de su planteamiento, ha sido encumbrada como una de esas cintas inmortales que todos recordamos con una amplia sonrisa en el rostro y momentos juveniles de verdadera diversión; una película, en fin, de nuestro Dulce Cine de Juventud y, además, ¡navideña!.
Sólo en casa puede identificarse como el punto de inflexión cinematográfico que marcó el final del género de aventuras Amblin de los 80’s (del que hemos dado buena cuenta en este ciclo) y dio inicio a una tendencia que buscaba un público objetivo más familiar y, consecuentemente, más amplio, de la que se erigiría como gran abanderado el propio Chris Columbus. Si en años pretéritos este había escrito el guión de clásicos del cine juvenil como Gremlims, El secreto de la Pirámide o Los Goonies, ahora le llegaba el turno para ejercer como director con esta apuesta segura escrita por el prestigioso John Hughes a la que seguiría su secuela, La Señora Doubtfire, Nueve Meses o las dos primeras entregas de la saga Harry Potter (es una lástima que su carrera se haya ido al traste en los últimos años). Lo cierto es que la ternura, la comicidad evidente aunque no por ello menos eficaz de las rocambolescas situaciones que retrata, el ritmo fluido y ameno de la trama, o la acertada caracterización de los personajes que Columbus imprime a sus cintas, hacen de su cine un producto redondo para un consumo masivo a la vez que satisfactorio. No en vano, la película en cuestión logró unas cifras de recaudación estratosféricas, además de adquirir una popularidad que aún hoy continua detentando de forma evidente, pues, ¿quién se atreve a replicar que no ha visto Solo en Casa alguna vez en su vida?
La película gira en torno a la figura de Kevin McCallister, un niño de ocho años que vive con su numerosa familia (es francamente una tarea imposible contar todos los hermanos y primos que desfilan por la pantalla) en una coqueta e imponente casa de un barrio residencial cualquiera, todo un deleite para ladrones con visos de dar un buen golpe aprovechando las vacaciones navideñas. Curiosamente esas que emprenden la familia McCallister al completo, o casi, tras una frenética mañana de prisas y desconcierto general. Kevin se despierta en medio de la soledad más absoluta y se percata de que está solo en casa; es entonces cuando una mirada pícara desvela el entusiasmo inicial del niño ante una libertad hasta ahora inédita en su vida. Sin embargo, no todo será diversión y parranda. La situación adoptará un cariz preocupante cuando un inefable dúo de cacos muestre su disposición a desvalijar su hogar y el joven ‘hombre de la casa’  deba erigirse como el único escollo que salvar antes de llegar hasta el botín. Vea el tráiler aquí.
Solo en Casa no puede entenderse sin el carisma de un niño prodigio como Macaulay Culkin, quien daba inicio aquí a una fulgurante carrera cinematográfica que lo llevarían a cosechar éxitos como  Mi Chica, El buen hijo o Niño Rico, y que desembocaría poco después en una espiral de drogas, sexo y descontrol hasta su defenestración definitiva como actor (sus recientes intentos de resurgimiento no han resultado). No obstante e independientemente de la triste historia en la que devino su vida, debemos reconocer el prematuro talento de Culkin, capaz de sostener todo el peso de una película gracias a su sorprendente comicidad y su verborrea de ‘niño grande’ (como apunte anecdótico, señalaremos que su hermano, Kieran Culkin, también intervenía en un breve papel como Fuller, el primo meón de Kevin). A la vertebración cómica de la película también contribuyó la descacharrante interpretación de Joe Pesci y Daniel Stern como los torpes y desgraciados malvados de la función, un risible dúo enzarzado permanentemente en disputas que nunca llevaban a nada que se autocatalogan como los bandidos mojados. 
 Solo en casa nos regala un puñado de escenas inolvidables que, a pesar de la simpleza de su sentido del humor, son enormemente efectivas desde una perspectiva cómica. Aunque sea duro reconocerlo, todos nos hemos reído con esa fantástica recreación fílmica doméstica que Kevin adaptaba a las exigencias del guión para asustar al pizzero de turno a los ladrones que lo acosaban y que acababa con la mítica frase de «quédate con el cambio sabandija asquerosa» (véalo aquí); o con esa colosal gymkana de trampas a cual más cruel estratégicamente colocadas a modo de barricada hogareña (qué momento cuando ambos cacos quedan colgados en la cuerda que los lleva a la casa del árbol o viendo cómo ardía en llamas las cabeza del fantástico Joe Pesci tras ser prendida por un soplete).Y cómo olvidar esa maravillosa banda sonora compuesta por John Williams (una más en su larga lista de éxitos inmortales) para la que confeccionó algún que otro villancico que ha pasado a la historia cinematográfica musical, como el Somewhere in my memory o el Carol of the bells. (Escuchenlo en los siguientes enlaces; bells, memory)
Sólo en casa es una película con la que todos hemos disfrutado por su genuina capacidad de provocar la carcajada sin descuidar un argumento elaborado y bien filmado por un maestro del género como Chris Columbus. Es una lástima que la secuela, aunque conservaba un espíritu deudor del original y se reforzaba con personajes geniales como ese curioso grinch amanerado interpretado por Tim Curry, perdiera parte de su comicidad en su tramo final debido en parte a que repetía la misma fórmula en un escenario diferente.
Con las fechas navideñas a la vuelta de la esquina, se va haciendo pertinente desempolvar nuestro reproductor de VHS y poner la cinta que tantos buenos ratos nos hizo pasar cuando éramos más jóvenes y menos exigentes. Y si no, esperaremos a que las cadenas de televisión hagan honor a su demostrada falta de originalidad en la programación de las fiestas y vuelva a proyectarla, una vez más, para el goce de su público. Mientras tanto, aquí os dejamos con su flamante entrada en nuestro icónico ciclo de Dulce Cine de Juventud.

Cine Navideño; Un Padre en Apuros

Una película navideña no tiene porque ser necesariamente un tratado social ni una investigación profunda por parte de un director o guionista acerca de las complicadas relaciones que se establecen entre los seres humanos cuando comienza a olerse la Navidad.
Si mi compañero ha tenido el feliz acierto de comenzar este ciclo navideño con una de las más grandes muestras del cine actual en lo referente a las fiestas de Diciembre, Love Actually, yo quiero comenzar con una de las grandes muestras de la simpleza navideña. Los críticos de los supuestos «grandes» periódicos no han reparado en frases ignominiosas hacia la película que yo he escogido para recordar una época que, a mi gusto, podría pasar lo más rápidamente posible.
Un Padre en Apuros es una película simple, sin artificios, sin un guión complejo y con la divertida presencia de uno de mis actores favoritos: Arnold Schwarzenegger. He de reconocer que Governator es uno de esos actores por los que pago una entrada para ir al cine o por los que me quedo horas y horas sentado en el sofá viendo esa cantidad de películas de factura tan indeterminada como por ejemplo TerminatorEl Sexto Día, Depredador o Mentiras Arriesgadas. Arnold es capaz de lo mejor y de lo peor, aunque siempre sabe aderezarlo con algún gesto sacado de su pétreo rostro para divertir al más insulso. 
Arnold también es experto en gritos, como así se demostró hace algunas semanas en un vídeo que circula por Internet (que puedes ver en el siguiente enlace), aunque los más conocidos son los que prorrumpe en Poli de Guarderia y Un Padre en Apuros.
En esta ocasión, Arnold ejerce de padre irresponsable que (cómo no) se pierde todos los acontecimientos importantes de la infancia de su hijo, interpretado por Jake Lloyd (que tres años más tarde se convertiría en un niño mundialmente conocido por recrear los primeros años de vida de uno de los villanos más impactantes de la Historia del Cine: el Anakin Skywalker pre Darth Vader). Arnold pretende soliviantar la tristeza de su vástago obsequiándole con el regalo que él más quiera y desee por Navidad. Y ese no resulta ser otro más que un muñeco de acción llamado TurboMan.
Y emulando la vida real, Schwarzenegger comienza una carrera contrarreloj por conseguir un juguete que ya ha sido vendido incluso cuatro meses antes de la llegada de las propias fiestas. La desesperación se ceba con nuestro protagonista que inicia la peor jornada de su vida llegándose a enfrentar con un cartero (interpretado por el siempre cansino Sinbad) ansioso por conseguir el idolatrado juguete. 
No te voy a contar el final, pero vas muy bien encaminado si piensas lo que yo creo. Un Padre en Apuros es una película mala, con interpretaciones muy pobres. Pero es que no está hecha para ser un plato de buen gusto de los amantes del cine. Un Padre en Apuros es una cinta navideña con un espíritu de entretenimiento que ya quisieran muchas superproducciones. Una película para divertirse en familia, con una hora y media de duración que nadie lamentará nunca.
¿Quién no ha ido a buscar un regalo de última hora para alguno de sus familiares? A lo mejor no hemos vivido los mismos vaivenes que Schwarzenegger pero un grupo de ancianas ansiosas por cualquier regalo bueno, bonito y barato en plena tarde del día 24 de Diciembre es una de las cosas más peligrosas que puede existir. 
Un Padre en Apuros es el pequeño homenaje a nosotros, a todas esas personas que hemos pecado de pereza a la hora de ir a buscar algún regalo navideño y nos hemos encontrado con una falta de existencias que nos ha hecho temblar nuestra propia existencia (valga la redundancia) y temer llegar a casa con las manos congeladas y con el solo abrigo de los guantes de lana. 
Y lo peor de todo, sin bolsas de plástico con decenas de ilusiones en su interior.

Cine Navideño; Love Actually

 8/10

Ya huele a Navidad… El humo de las castañas hace palidecer las luces de la ciudad, los escaparates de las tiendas se tiñen de rojo, la publicidad hace de los regalos su mayor estandarte, los niños y jóvenes venden polvorones por doquier, el frío y la lluvia nos recluyen en el calor de nuestros hogares… y el árbol de navidad, los adornos, el deseo, en fin, de vivir una de las épocas del año más entrañables paara pequeños y mayores. La Navidad se siente cuando arranca Diciembre, y con él, el cine; ese que nos hace soñar con un paisaje nevado (aunque en el sur debamos conformarnos con el hielo), historias de amor, amistad, ilusión, reencuentros imposibles, ternura y paz, espíritu de ser mejores personas. De poco importa si son sentimientos impostados, o clichés acuñados en esta parte del mundo avanzado y consumista a más no poder, pues, a veces, todo ello resulta de alguna forma improbable y se contagia ese anhelo por congraciarse con el resto. Nuestro blog no podía ser menos y arranca un ciclo de cine navideño que repasará algunas de las películas más emblemáticas de esta época del año, aquellas que gusta ver en casa con un gran tazón de chocolate y una manta en la que cobijarnos.
Y qué mejor forma para comenzar una retrospectiva navideña que con una película que desde su estreno en 2003 se erigió como un clásico del género gracias a su desenfadada apuesta por componer una oda divertida, melodramática, tierna y deliberadamente edulcorada a la Navidad. Love Actually es todo un mosaico de historias enlazadas por un nexo tan poderoso como escurridizo, el amor, en sus diferentes manifestaciones, desde ese inocente abordaje juvenil que instala mariposas en el estomágo, hasta el romance sin fronteras idomáticas, pasando por las relaciones frustadas y devastadas por el paso del tiempo, amores imposibles o pasiones ministeriales. Todo ello narrado con gracia, sentido del ritmo, una banda sonora memorable, un elenco actoral de altura y un indiscutible espíritu navideño que inunda la trama de principio a fin.
Como responsable inmediato, debemos señalar a Richard Curtis, un guionista curtido en comedias británicas de gran tradición como Cuatro bodas y un funeral o Notting Hill que aquí da un salto cualitativo a su carrera como hombre de cine dirigiendo con tesón y desparpajo su ópera prima. Y es que además lo hace respaldado por uno de los cast más sugerentes de los últimos años compuesto por una amalgama de actores dispares y genuinos en sus respectivos ámbitos liderados por Hugh Grant, Liam Neeson, Colin Firth, Emma Thompson, Alan Rickman o Bill Nighy; la flor y nata, por decirlo de otra manera, de la mina interpretativa británica. Todos ellos al servicio de una historia coral que desgaja la evolución romántica de sus personajes a lo largo de una particular cuenta atrás hasta la señalada fiesta de Nochebuena.
Love Actually es una película encantadora; de esas que encandilan cuanto más se ven, que ensalzan el espíritu navideño con un tierno sentido del espectáculo, que refuerzan el ánimo del espectador con una necesaria dosis de ilusión y romanticismo. Y que además nos legan una inestimable colección de momentos difíciles de olvidar. Comencemos este particular catálogo de las cinco escenas más entrañables, divertidas o románticas del film.

1. Una declaración de amor a la portuguesa
 El bueno de Jamie ya había tenido que soportar ser engañado por su novia (además con su hermano) y decidió cortar por lo sano. Se marchó a una tranquila y solariega casa de campo marsellesa para escribir, sin apenas percatarse de que allí mismo hallaría el tan ansiado amor de su vida en una tímida portuguesa que ni siquiera hablaba su idioma. Lo cual no fue óbice para que ambos ejercitasen sus destrezas lingüísticas y volviesen a encontrarse el día de Navidad, con toda la población local como espectadores, en una apoteósica declaración de amor en el restaurante donde la chica trabajaba. Inolvidable escena. Véala aquí.
2. Los carteles del amor imposible
Debe ser sumamente difícil estar enamorado de la chica de tu mejor amigo, más si cabe cuando te impones una dura disciplina de indiferencia, «un rollo de supervivencia». Andrew Lincoln sufre lo indecible con esta situación, aunque se permite una desgarrada, original, sincera y edulcorada demostración de amor con tan sólo unos carteles escritos que resumen sus sentimientos, «para mí, eres perfecta». Hemos de suponer que su sufrimiento continuó, pero al menos se ganó el beso de la chica y la certeza de que había hecho todo lo que su enamorado corazón le permitía. 
3. La mejor función escolar de la historia
Para aquellos que piensen que los actos escolares son una completa pérdida de tiempo, vean el apasionante acto final de Love Actually, que incluye una pintoresca recreación del portal de Belén con langostas y pulpos incluidos, un número musical de genuino espíritu navideño con un batería perdidamente enamorado, o el apasionado beso del Primer Ministro británico con su ex-secretaria. Ante esto, sólo queda sonreir, hacer una reverencia y saludar. Imposible de no esbozar una amplia sonrisa con tantos acontecimientos improbables contenidos en la función de Navidad del colegio de la parte chunga de Londres. Recuérdelo aquí.
4. El baile de la victoria
Si alguien no se ha reído nunca con Hugh Grant (lo que demostraría una acusada falta de sentido del humor) que vea cómo mueve el esqueleto en un pisito de Downing Street tras dar un soberano varapalo al mismísimo presidente de los Estados Unidos (un malhablado Billi Bob Thornton) en una rueda de prensa. El hombre tenía motivos, y es que cuando el amor se cruza en la vida de cualquier persona, la política y la hipocresía palidecen en la misma medida que este crece. Disfruten de este baile de la victoria ya inmortal en la historia del cine.

 5. Billy Mack o cómo ser un cantante de éxito
Desde el arranque de la película con los compases pegadizos del Christmas is all around, Billy Mack (o Bill Nighy, como se prefiera) se erige como el vértice cómico por excelencia de la película, ya sea protagonizando un videoclip subido de tono, aconsejando a los niños que se conviertan en estrellas del pop para conseguir drogas gratis, restregando sus partes pudendas al presentador de un programa televisivo o hablando en la radio de sus escarceos amorosos con Britney Spears. Un gran tipo que no será fácil de olvidar. Una muestra aquí.