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[Crítica] Nueva vida en Nueva York

Tercera entrega de la trilogía dirigida por Cédric Klapisch y protagonizada por tres de los actores más respetados  del cine francés actual. Romain Duris, Audrey Tatou, Cécile De France culminan con un notable éxito unas aventuras y desventuras basadas, ante todo, en ese casi perdido sentido de la amistad. En esta ocasión, Xavier viaja hasta Nueva York para iniciar una nueva vida tras su separación y compaginar un nuevo trabajo, que no llega, con unos hijos que viven en la paradójica nueva vida de su madre. 

Una efectista banda sonora, orquestada por Christophe Minck, ayuda a romper cada una de las secuencias que abren los diferentes actos de una película perfectamente construida, aliviada en su tramo final y muy destacable en su función de pura comedia. Nueva vida en Nueva York juega con sus personajes, los que ya nos sorprendieron en las anteriores películas de esta saga, al más puro estilo Woody Allen. Hay trazos incluso de Manhattan, salvando las distancias, en esta cinta convirtiendo incluso a la propia ciudad en uno de los personajes clave donde se desarrollan los miedos, inseguridades y problemática de cuanto aquel salga en la gran pantalla.
Nueva vida en Nueva York consigue salvar los muebles con ligereza, apuntándose tantos críticos a la situación de la inmigración, al grave problema de los matrimonios de conveniencia o incluso a la durísima situación que vive la infancia cuando los progenitores deciden poner fin a su matrimonio. Klapisch lleva con maestría a sus personajes y nos deja en manos de un solventísimo Romain Duris el peso más consistente de una trama con mucho fondo pero con una forma sencilla y sin pretensiones.

[Crítica] No se aceptan devoluciones

No se aceptan devoluciones es una comedia que ha revolucionado México y todos los lugares allá por donde ha pasado. Su éxito se debe, en parte, al carisma que desprende su director, guionista y protagonista Eugenio Derbez. Sin embargo, todo lo bueno que posee la película se diluye poco a poco en un mar de sentimentalismo, misoginia (merecida, si somos objetivos), reiteración de fórmulas que evitan disfrutar de una frescura de guión muy necesaria.

Derbez pretende ser conmovedor con una historia de paternalismo y autodescubrimiento de talentos y capacidades. Hay una notable evolución de personajes, especialmente el trío protagonista, pero el contexto en el que se mueve limita los movimientos de cada uno de ellos quedando constreñidos a sus cinco minutos de gloria. Hay momentos en que roza la pedantería más absoluta, de voz de su pequeña protagonista, con mucho que decir pero con poco para demostrar.
Existen, a lo largo de la película, multitud de códigos que podemos identificar con los de la telenovela más típica. Gente que va y viene sin razón aparente buscando explicaciones que ni el guión consigue descifrar. Derbez ha querido crear su particular Kramer contra Kramer, con sobredosis de histrionismo y una duración ampliamente considerable para la historia a la que nos referimos. En lugar de eso, le ha salido un fallido experimento que de nuevo evidencia la necesidad de autocrítica cuando el éxito y los datos de taquilla sobrepasan las expectativas y se suben a la cabeza de los ejecutivos que estén detrás de todo el producto.

[Crítica] 9 meses… de condena

El humor absurdo debería ser considerado ciencia desde el momento en que, lo que parece que va a hacernos levantar del asiento, cerrar el libro o apagar el sistema, nos hace esbozar una vergonzosa sonrisa que no sabemos si borrar rápidamente antes de que nos descubran o mantenerla con todas las consecuencias. En cine hay multitud de ejemplos que ilustran situaciones que rozan el límite de lo que debería ser considerado “humor”. Sin embargo, en todos nosotros existe un cierto componente morboso que nos hace ir más allá.
En 9 meses… de condena, el actor, guionista y director Albert Dupontel nos pone en la tesitura de rendirnos ante lo que se presupone una nueva muestra del absurdo barato o seguir viendo una comedia sobre los equívocos provocados por una noche descontrolada de una magistrada excesivamente controladora. Llena de paradojas y situaciones que bordean peligrosamente la comedia con la vergüenza ajena, 9 meses… de condena es una experiencia disfrutable pero no olvidable. ¿A qué se refiere el término “no olvidable”? Pues a dos apariciones sorpresa, que no desvelaré por motivos inherentes a la crítica, que hacen desembocar la sonrisa en carcajada. Una mención, evidentemente retocada, al preso más peligroso de cierta Familia encarnado por un Monty Phyton (ojo al dato) y un peculiar traductor al lenguaje de signos de un telediario recreado por un actor francés recientemente galardonado con el Oscar.
Todo ello se encuentra aderezado con pinceladas, pocas pero concisas, de comedia surrealista. Una película que se ríe de sí misma y que, por lo menos, cumple lo que promete. No decepciona pero tampoco interesa demasiado más allá del mayor pecado del film, sacrificar la historia completa al recuerdo por parte del espectador de secuencias a cual más bizarra obviando grandes premisas que podrían haberla convertido en, otra más, deliciosa comedia muy del estilo francés. Sin embargo, los galos cuando quieren también dominan el arte de provocar desde lo más primigenio.