Archivo de la categoría: Críticas 2010

Crítica Héroes; La generación de los 80 comienza a dar sus frutos

 7/10
La generación que creció con los compases trepidantes de la década de los 80, incluso aquellos que llegaron un poco más tarde pero con un espíritu de aventura muy similar, ha desarrollado una particular capacidad para sentir nostalgia de todo aquello que marcó su infancia y juventud; se ha divinizado de algún modo unos años en los que nada parecía imposible, el mundo se abría ante nuestros ojos ingenuos como un infinito baúl de historias fantásticas que compartir con los amigos de toda la vida, aquellos con los que el tiempo carecía de límites o preocupaciones. El cine, en este sentido, fue el aliado perfecto para anclar el imaginario popular de esta generación a una época de tintes épicos y esencia inmortal a través de películas que hicieron de la amistad y la inocencia pre-adolescente sus máximas indiscutibles.
Esos jóvenes que pasaron las largas tardes de verano bajo un sol de justicia en la plaza jugando al fútbol, a las chapas o al trompo, inspirados por las imágenes icónicas del cine hollywoodiense, han madurado y, en cierto modo, han olvidado los preciosos momentos que atesoraron en su tierna juventud. Aunque no todos ellos. Algunos quedaron tan prendidos de esas historias heroicas de piratas, extraterrestres y tesoros que dedicaron sus vidas al noble arte del cine para recrear humildemente las leyendas con las que forjaron su imaginación. Pau Freixas y Albert Espinosa son el ejemplo español idóneo de esta estirpe de treinteañeros nostálgicos y mitómanos que no han podido desprenderse de su bagaje emocional juvenil y que han utilizado la creación cinematográfica como válvula a través de la que exorcizar la melancolía y ternura suscitadas por el recuerdo de una etapa de sus vidas que añoran desde su incipiente madurez.
En ese sentido, Héroes es una oda sincera y emotiva a un cine que marcó a toda una generación de jóvenes; un tributo ingenuo y franco a las aventuras y pesares de unos niños que comienzan a caminar dubitativamente hacia la incierta e inminente adolescencia. Su director, Pau Freixas, no se ha esforzado lo más mínimo en ocultar sus referencias; ese retrato descarnado y emotivo que compuso de forma genial Rob Reiner en Cuenta Conmigo (la recordamos hace apenas unos días en este blog), las fantásticas andanzas de Los Goonies (en el film podemos ver un póster colgado en el dormitorio de uno de los protagonistas), la mítica serie española Verano Azul, el tierno canto nostálgico de Spielberg en E.T el extraterrestre; y un largo etcétera de películas de la época. De hecho, hasta uno de los miembros de Héroes, el inadaptado Colo, ostenta una apariencia sorprendentemente similar a la de Corey Feldman en un alarde selectivo del director de casting, al igual que el jefe de la pandilla de los mayores es idéntico al joven Kiefer Sutherland de Cuenta Conmigo.
Héroes teje su hilo argumental en dos tiempos bien marcados; por un lado seguimos el accidentado camino de un exitoso aunque algo amargado publicista (interpretado por Álex Brendemühl) hacia una importante reunión tras toparse con una perspicaz mochilera llena de sorpresas (en la piel de una renacida Eva Santolaria); mientras que por otro regresamos a ese luminoso verano de los 80 del interior rural catalán repleto de bicicletas, pandillas, aventuras y emociones a flor de piel. A pesar de ese innegable espíritu intrépido deudor de la época (no en vano la obsesión de estos improbables ‘héroes’ es conseguir la mágica cabaña del árbol de la pradera), la película de Freixas no elude derivas dramáticas que tiñen la historia de claroscuros, cuya pertinencia puede estar sujeta a debate (estos episodios han sido extraídos de la propia experiencia del realizador a modo de terapia), pero que de cualquier forma conducen al ensalzamiento de la amistad por encima de todo.
Héroes está concebida con ternura, con una inocencia a la que no estamos acostumbrado en el cine contemporáneo pero que entronca a la perfección con la esencia de épocas pasadas. Aquí no hay lugar para el cinismo, las dobles morales o la envidia; tan sólo asistimos a un espléndido viaje retrospectivo hacia aquellos momentos inolvidables de los primeros amores, los largos días junto a los amigos, la ilusión sin límites de unas mentes estimuladas por la fantasía y el anhelo de aventuras. Para ello, Freixas recurre a un plantel de actores jóvenes cuya espontaneidad es su mayor virtud, sin despreciar la colaboración de intérpretes veteranos como Lluís Homar, Enma Suárez o los antes citados Brendemühl y Santolaria. La música de Arnau Bataller y la fotografía cálida de Julián Elizalde hacen el resto subrayando la carga emocional del guión escrito por Albert Espinosa (también guionista de Planta Cuarta y Tu vida en 65′).
El público del festival de Málaga agradeció con entusiasmo este melancólico regreso al pasado concediéndole su premio y nosotros no podíamos más que recomendar una cinta hermosa, agridulce en su desarrollo pero profundamente evocadora en nuestra memoria, tanto en la cinéfila como en la más personal. Volvamos pues a soñar, a creer en las hazañas, a recobrar ese espíritu de inocencia perdido en los años de nuestra madurez. La generación de los 80 comienza a dar sus frutos. .

Crítica The Tourist; Los Niveles del Desastre

1/10
Nunca el talento de dos actores estuvo tan desaprovechado como en The Tourist, la última película del director de La Vida de Los Otros, Florian Von Donnersmack. Johnny Depp y Angelina Jolie ponen su rostro a esta incierta aventura en la que uno sale de la sala de cine creyendo que podía haber salvado el mundo con tan solo ahorrarse el dinero de la entrada.
Existen varios niveles a la hora de hablar de fracaso o desastre.Yo distingo entre drama, tragedia y hecatombe. Si en un drama, uno se puede sentir afectado de alguna manera, normalmente se pueden sacar cosas positivas del visionado de una película. En el segundo grado, la tragedia, el llanto se hace presente cuando uno ve una cinta y se encuentra con una decepción. Llora porque piensa que le han estafado o timado con lo que ha leído y la vida sigue.
Pero está el tercer nivel. La hecatombe. El desastre mayúsculo. ¿Por qué? Muy sencillo. En primer lugar tenemos la evidente ofensa de que un director consagrado con una película europea casi de culto como es La Vida de los Otros haya vendido su caché a Hollywood con el propósito de ser más conocido en Estados Unidos y de hacer caja fabricando un producto altamente insufrible. En segundo lugar, los dos protagonistas. Muy pocas veces en los 116 años de historia del cine se ha desperdiciado tanto el talento de dos buenos intérpretes como son Johnny Depp y Angelina Jolie. No faltará quien prorrumpa en una sonora carcajada al leer estas líneas, sobre todo si le ha encantado la película, es decir, la tomadura de pelo que yo me acabo de meter en el cuerpo. Pero todas las opiniones son respetables. Incluida la mia. 
Es un entretenimiento. Hasta ahí estamos de acuerdo. Pero es que Noche y Día (la chorrada esa que hicieron Tom Cruise y Cameron Díaz) tiene el doble de calidad y el doble de buenos momentos (incluyendo la bochornosa aparición de la ciudad de Sevilla) que The Tourist. Un guión patético con frases salidas de la mente de algún guionista de televisión frustrado o recientemente despedido son lo que nos encontramos a lo largo de estos más de 90 minutos de tortura cinematográfica.
Alguien pensará que por tener esta película tres nominaciones a los Globos de Oro ya tiene que ser una de las obras cumbre del año. Y mucho ojito a las categorías. La primera de ellas, Mejor Película de Comedia o Musical. Una película donde lo único que se hace es mirar el reloj e intentar reirte mientras contemplas a Johnny Depp poniendo cara de no poder repetir lo mismos gestos que en Piratas del Caribe o a una bellísima Angelina Jolie paseando y luciendo palmito por Venecia mientras tiene lugar una historia complicadamente simple. Estos dos actores, protagonistas absolutos ambos, también están nominados. Depp puede sentirse orgulloso ya que este año le han hecho los honores por Alicia en el País de las Maravillas (interpretación calcografiada de la saga de los piratas con exceso de color) y por esta monstruosidad de tamaño descomunal. Si yo fuera él, estaría pasando vergüenza ajena.
Lo interesante es saber que ésto es un remake de una cinta francesa titulada Anthony Zimmer. Pero más interesante aún es descubrir que no tiene absolutamente nada que ver con la producción gala. Lo que nos lleva a pensar más aún en lo complicado que ha tenido que ser el proceso de elaboración del guión. Mentes sofisticadas al servicio de las palomitas y la taquilla. Así va el cine actual.
En una película en la que los protagonistas son dos actores con carreras ejemplares, como es el caso, se presupone que deben tener algo muy elemental llamado `química´. Algo que les atraiga en pantalla y una sensación de hormigueo en el espectador que nos haga ser cómplices de esa atracción y de ese amor al que estamos asistiendo embelesados. En The Tourist, la química se ha ido de vacaciones y nos ha dejado a Depp y Jolie abandonados a su suerte. Ambos actúan mal, muy mal. No es propio de su presupuesta categoría cinematográfica. No es propio de la mujer que interpretó a la madre sufrida en El Intercambio o a la demente de Inocencia Interrumpida. No es propio del hombre que ha resucitado a los piratas del Mar Caribe con su inolvidable Jack Sparrow, su Eduardo Manostijeras o su Ed Wood
Hace poco yo mismo rodé un pequeño documental casero en el que imitaba al actor Jim Carrey. A lo mejor lo mando el año que viene a los Globos de Oro y tenemos una sorpresa. Quien sabe. Como esto siga así, dentro de poco le daremos el Oscar honorífico a Chewbacca. 
¿Y El Americano era mala? Por favor, señores.  

Crítica Balada triste de trompeta; Una ‘payasada’ con garra y estilo

6/10
Partiendo de la premisa que impone el carácter nihilista, perverso y decididamente histriónico del cine de Alex de la Iglesia, pocas objeciones se pueden argumentar contra esta nueva entrega de portentoso ritmo y estética apabullante que viene a acentuar el marcado estilo de su director. Balada triste de trompeta es una de esas extrañas obras cinematográficas que nos recuerdan las ilimitadas posibilidades de un arte tan dúctil como voluble en sus diferentes usos cuya única condición indispensable es la libérrima creatividad que lo inspira. En ese sentido, De la Iglesia es uno de los escasos autores que plasman en la pantalla un extenso y variopinto imaginario personal compuesto por rarezas, manías y caprichos de valor intrínseco para componer un producto final que, independientemente de su aceptación en el público, se caracteriza por una incontestable originalidad; algo que no es poco en los tiempos presentes de estandarización cultural y desidia creativa.
Y además lo hace con un descacharrante sentido del humor que impacta contra el abotargado espíritu del espectador que acude a la sala de cine ‘para que le cuenten una historia’. Aquí no hay un convencional desarrollo de la trama que desemboque en un final más o menos previsible; todo está compuesto por hilarantes cuadros de acción bizarra enlazadas abruptamente por un ritmo endiablado y una potente banda sonora de ecos retumbantes. Como esa excepcional obertura de créditos que recoge el amplio catálogo de payasos que este país ha padecido en el último siglo, algunos más creíbles que otros aunque todos tristes y sin un ápice de gracia. O como ese comienzo memorable dominado por la figura de Fernando Guillén Cuervo, uno de esos actores tan prescindibles dentro del panorama español aunque aquí sorprendentemente creíble, arengando con ‘cojones’ a las filas republicanas compuestas incluso por un payaso de rizos de oro devenido en el fragor de la batalla en un sangriento guerrillero pertrechado con machete en mano (e interpretado por el excesivo Santiago Segura). Un baño de sangre sucio, hipnótico, visualmente poderoso, con una iluminación mágica, una dirección artística asombrosa y un baile perfecto de soldados milimétricamente sincronizados para dar verismo a una escena antológica de nuestro cine.
Es una verdadera lástima que a partir de este arranque demoledor, la película camine de forma dubitativa a lo largo del resto de la  trama, con chispazos de verdadero ingenio aunque con una tónica general que se instala en un terreno cercano al tedio y la repetición. El esbozo apresurado de los personajes centrales, especialmente el payaso triste al que da vida Carlos Areces (Muchachada Nui, Spanish Movie), nos sitúa en un complejo triángulo amoroso que une a este último con la explosiva trapecista del circo en el que comienza a trabajar (interpretada por Carolina Bang, también vista en la aventura televisiva de De la Iglesia, Plutón BRB Nero) y con su novio, el violento payaso tonto que encandila a los niños y atemoriza con su cólera imprevisible a los adultos (genial una vez más Antonio de la Torre, reivindicándose como uno de los actores con más talento del panorama interpretativo español). Las tensiones desatadas entre este improbable trío de personajes rocambolescos precipitarán una serie de hechos trágicos auspiciados por la súbita mutación del payaso triste, antes apocado y ahora devenido en un ser sediento de venganza.
A partir de este punto, la acción se torna un tanto repetitiva, protagonizada por una persecución infinita que condena a los personajes a encontrarse una y otra vez, un aciago destino de amores imposibles y odios viscerales anidados durantes años. El guión adolece aquí del vigor suficiente para mantener la tensión dramática que la historia requiere. Alex de la Iglesia naufraga así entre momentos de inexcusable inspiración (esa mordedura al Generalísimo o la apelación a los etarras; «¿ustedes de qué circo sois?») y tramos anodinos de cuestionable valor, hasta alcanzar un clímax final apoteósico con el trío protagonista encaramado en la imagen icónica por excelencia de la dictadura de Franco. Un desenlace muy del gusto del realizador vasco que sorprende por la poderosa estética gótica que impregna la escena y el último giro de guión que vuelve a enfrentar, como una mueca grotesca del azar, a los dos payasos entre risas y lágrimas de desesperación.
Balada triste de trompeta es una muestra más de la imaginación desbordante de un autor que ahonda con cada obra en un mundo interior inabarcable. Como una suerte de parada de los monstruos, la película ofrece una visión valleinclanesca y desmadrada de una realidad enquistada en nuestro país. Pues, qué mejor forma que acercarse al drama de la guerra civil y sus terribles consecuencias que desde el mundo de la farándula y el esperpento, ese que deforma las apariencias hasta llegar al núcleo primigenio de su verdad. De la Iglesia compone aquí una payasada cinematográfica de altura, pero con garra y pasión insoslayables. Digna de nuestra admiración es su valentía, aunque el resultado final no sea completo. Sin duda, no se nos ocurre un presidente mejor para nuestro cine que este macabro, sensible y genial payaso con alma de artista. 

Crítica Ahora los Padres Son Ellos y Retrospectiva

                       
Ahora Los Padres Son Ellos      2/10
La decepción corría por mis venas mientras transcurría la medida duración de la tercera parte de la franquicia de Los Padres de Ella. No me esperaba que fuera a ser una película mejor que las dos anteriores y tenía mis dudas acerca de si la calidad fílmica iba a ser la adecuada. Pero me negaba a pensar que me fuera a decepcionar una trama con la que me he divertido en un sinfín de ocasiones en estos últimos años cada vez que recuperaba alguna de las dos películas anteriores en DVD.
Sin embargo, mi pronóstico se hacía realidad. Que lo mejor de la película sea el siempre cumplidor Robert De Niro, la más que atractiva Jessica Alba y sus sensuales apariciones en pantalla y las tres secuencias en las que aparece mi adorado Dustin Hoffman es algo alarmante. Y digo bien. Aunque Hoffman aparezca poco en pantalla, el actor tiene ese aura que hace que todo papel que toca se convierta en oro y llegue a salvar lo que parece insalvable. Su rol en esta película sorprenderá a más de uno, puesto que nos toca muy de cerca en nuestra ciudad de Sevilla y en alguna de sus costumbres. No desvelo más. Pero ver a Dustin chasqueando los dedos o moviéndose al son de cierto baile popular no tiene precio.
Lo demás, sobra. Me sobra el canoso Ben Stiller, el cual parece ya cansado de hacer su papel y repite una y otra vez los gestos que hicieron mundialmente conocido a su personaje, Gaylord Focker (o en español, Gay Lofollen, literalmente traducido). Me sobra su señora esposa Blythe Danner, me sobra Teri Polo y me harta Owen Wilson. No entiendo que hace en la película. Si en la primera resultaba gracioso, ahora ya roza el patetismo con su recreación de un gurú de vaya usted a saber qué.
La película no tiene guión alguno y se debate entre una sucesión de evidentes «homenajes» a películas como Tiburón sin saber por donde continuar y perdiéndose en un mar de dudas que ahogan las escasas risas que el espectador puede emitir. Quizás el cambio de director, pasando de Jay Roach a Paul Weitz (creador y primer director de la saga American Pie), el que ha provocado este súbito descenso en la calidad de la última entrega de unas películas divertidas, alegres, frescas y con un humor muy inteligente que ha sido superado por el tiempo, la desgana y una evidente falta de criterio. La película es previsible, no sorprende, no cala. Hay momentos en que todos los personajes llegan a resultar antipáticos e indeseables. Todos los actores están perdidos. Nadie sabe encontrarse, ni tan siquiera el espectador, al cual sólo le queda volver a casa y poner en su DVD las dos anteriores. 
Porque nunca debimos saber que ahora los padres son ellos.
Los Padres de Ella       6/10
La primera, la (en teoría) mejor de las tres películas de esta saga fue la que nos dio a conocer a la familia Byrnes cuyo patriarca, Robert De Niro, encarnó a uno de los seres más maléficos de los últimos años de la comedia norteamericana. Su rol, el de un ex-agente de la CIA reconvertido a «jardinero» le reportó numerosos éxitos y reconocimientos. La incursión del cómico Ben Stiller en un papel muy acorde con sus capacidades interpretativas hizo que fueran los dos mejores personajes de la película. Los Padres de Ella significó un antes y un después en la excesivamente repetitiva fórmula de la comedia en Estados Unidos y le dio un soplo de aire fresco tanto a sus protagonistas como al propio género. Escenas que quedan en la memoria colectiva (quien no se acuerda del interrogatorio en el polígrafo) dirigidas por Jay Roach, aquel que jamás debió abandonar el barco y quedarse fuera de la tercera entrega. Pero así es Hollywood. Muy recomendable para una tarde lluviosa, soleada, nevada o granizada en la que se pretenda buscar un buen entretenimiento.

Los Padres de Él      7/10
Para mi gusto, la mejor de todas es la que incluyó en el reparto al gran Dustin Hoffman como Bernard, padre del interfecto sujeto llamado Gaylord y con un evidente desorden mental que hará las delicias de cualquier aficionado al cine. Por otro lado, tenemos a su madre, a la actriz y cantante Barbra Streisand (la cual regresó al cine específicamente para rodar esta película) convirtiendo a los padres de él en un matrimonio absolutamente perfecto para una tarde de aburrimiento. Situaciones surrealistas combinadas con un humor muy efectista hicieron que esta película, a mi personalmente, me calara muy hondo. De hecho, es la que más veces he visto y con la que más he disfrutado. Tengo debilidad por Dustin Hoffman y su papel en esta película me parece una demostración latente de uno de sus registros menos explotados: la comedia pura. Un guión sólido compone las relaciones entre los cuadriculados padres de ella y los exacerbados padres de él. Y por si fuera poco aparece un niño adorable que endulza (pocas veces ocurre) el visionado de la película con escenas realmente fantásticas. Jay Roach volvió a lucirse en la dirección al igual que el elenco protagonista. 
Y ahora, un pequeño apunte. Si obtiene la copia de la película en DVD, busque las tomas falsas. Ahí descubrirá lo grande que es el cine.

Crítica Biutiful; La Fonética de una Vida Desgarrada

9/10
Papá, ¿cómo se escribe «beautiful»?
Pues no sé. Como suena, supongo.
Este es uno de los diálogos de la película que mejor ilustra la que posiblemente sea una de las obras cumbre de este 2010. La que nos otorga la definición perfecta a la hora de entresacar todos y cada uno de los momentos clave de la película. El nexo de unión que hace que todas las escenas y secuencias de la película tengan un sentido común. 
Hay mucha gente que se escuda en descalificar la película (salvando el loabilísimo trabajo de Javier Bardem) basándose en que el libreto que conforma los diálogos del metraje ya no están escritos por Guillermo Arriaga, el autor de las tres obras maestras del cine de Iñárritu: Amores Perros, 21 Gramos y Babel. En esta ocasión es el propio director mexicano el que aporta su pluma para escribir las escenas de esta maravillosa película titulada Biutiful.
Hay momentos en los que se nota que Arriaga ya no está. La cohesión de algunas escenas queda en entredicho pero en su lugar tenemos información en bruto acerca de la vida cotidiana. Ya no hay historias cruzadas ni personajes que se relacionan unos con otros por obra y gracia del amor al arte de estos dos ilustres mexicanos. Aquí hay dureza, muerte, supervivencia, lucha, miedo, tristeza y mucho, mucho amor. Amor por la vida que se va, amor por los hijos, amor por una esposa que se abandona a sí misma. Pero tal y como se entiende la película, la vida no es todo lo bella que parece. La vida no es beautiful, sino biutiful. Así, mal escrito. Por que en este mundo no hay nada bonito, ni nada bello. Todo se termina tarde o temprano. La película es pesimista, quizá siendo lo más duro el mensaje que se desprende de ella, el hecho de que antes o después la vida te acaba devolviendo los golpes. Unos golpes que están representados en los acordes de las pocas melodías que suenan en la película, compuestas por el compositor Gustavo Santaolalla, el cual hace digerir las secuencias más desafortunadas de la cinta. 
Sin embargo, viendo la cinta de Iñárritu acabas por concluir que aunque tu vida parezca que va mal, siempre hay alguien pasándolo mucho peor. La película nos dice que nos debemos sentir afortunados porque tenemos un techo firme, una comida digna en el plato tres o cuatro veces al día y una cama cómoda con mantas donde podemos encogernos cada noche, en solitario o con la persona que más amamos en la vida. Aunque Biutiful no deja de contener un mal presagio a la hora de definir la propia vida, es inviable no extrapolar ese mensaje a la vida cotidiana y hacer una autoconfesión acerca de nuestra condición de seres humanos. Muchos nos quejamos por vicio. Tenemos todo lo que queremos cuando lo queremos y aún así, seguimos quejándonos.
Viendo Biutiful entiendo menos el efecto tan arrollador que han tenido otro tipo de películas mucho más simples y menos impactantes. Se nota que en este 2010 el público se ha definido por exigir cintas livianas que no fueran más allá del simple entretenimiento. Hubo millares de personas que disfrutaron con La Red Social y se durmieron con El Americano, la simpleza y concisión contra el estilo y la meticulosidad. No obstante, yo he disfrutado con todas y cada una de estas películas como el que más.
¿Y qué puedo decir de Javier Bardem? Pues simplemente que me ha terminado de conquistar. El actor español era uno de mis «odiados» gracias a sus apariciones en sandeces españolas como Jamón, Jamón aunque sin embargo, comenzó a llamarme la atención cuando realizó Carne Trémula junto a Pedro Almodóvar. No hay ninguna duda de que supo subirse a la cresta de la ola realizando Antes que Anochezca (Julian Schnabel, 2000) por el que fue nominado al Oscar al mejor actor. Posteriormente, sus apariciones en Collateral y Pasos de Baile le terminaron de aupar al estrellato en Hollywood. Mar Adentro, No es País Para Viejos (Oscar incluido) y Vicky Cristina Barcelona le llevaron a lo más alto y a ser uno de los actores más cotizados del panorama fílmico actual.
Bardem no se ha corrompido en Hollywood. No ha sacrificado su carrera en favor de papeles donde se cobre un suculento cheque (como sí ha hecho su querida compañera sentimental, la que todos llaman Pe) sólo por mantener su cara en el compendio cinematográfico americano del año. Javier se ha sacrificado y se ha entregado por cada papel que ha hecho. Incluso su dudoso rol en Come, Reza, Ama responde a la necesidad del actor de enriquecerse como actor, probar nuevas experiencias y trabajar con una de las grandes de Hollywood: Julia Roberts.
En Biutiful, el actor español realiza una de las mejores interpretaciones del año aún sin haber visto las demás películas que compiten a los grandes premios. Sin embargo, la ausencia de Bardem en los Globos de Oro es algo imperdonable. Muy bien lo han tenido que hacer Mark Wahlberg, Colin Firth, Ryan Gosling, James Franco y excuso hablar del pánfilo Jesse Eisenberg. Lo de los Globos de Oro ya es algo personal, aunque la nominación como Mejor Película Extranjera parece intentar salvar este caos que la prensa extranjera ha creado. Y todavía nos quedan por delante los Oscar.
En cuanto a Iñárritu, vuelve a demostrar su inimitable estilo. La lentitud de los planos, el detallismo y el estilo pseudo-documental son puntos a favor a la hora de calificar el positivo trabajo del mexicano detrás de la cámara. Como decimos, el guión sufre de algunas deficiencias en algunos aspectos, muy determinados, pero la falta de Guillermo Arriaga se suple con el gran trabajo de Bardem y con la habilidad manifiesta de Alejandro González Iñárritu. La manera de crear la atmósfera al comienzo de la trama y de finalizarla es una prueba concluyente de ese saber hacer cine del que tanta gente adolece hoy en día.
Sepa, si acude a las salas a ver Biutiful, que tiene dos opciones. La primera, quedarse dormido y perderse un espectáculo realista y un cuadro impresionista que le dejará con la boca abierta. La segunda, abrir los ojos todo lo que pueda y sumergirse en este viaje en compañía de Javier Bardem por los barrios más castigados de Barcelona y por los suburbios de nuestra propia existencia.
Yo, personalmente, le recomiendo encarecidamente la segunda opción. 

Crítica Territorio Prohibido; La inmigración como excusa….

7/10
La nueva película de Wayne Kramer es sin duda un ejercicio de denuncia contra la administración norteamericana (y porqué no contra todos los gobiernos) y su manera de llevar un tema tan espinoso como es la inmigración ilegal. El director de cintas como The Cooler o la próxima Kyne & Lynch nos lleva hasta los rincones más oscuros de la maldad humana cuando se trata de defender un territorio que se cree propio por derecho heredado. 
Por una parte, gente que llega con documentación falsa y trata de hacer creer a las autoridades, con toda una red de mentiras, que su carnet es verdadero y que lo adquirió de manera totalmente legal. Este ejemplo se ve reflejado en dos personajes. Dos caracteres que se van a cruzar en este libreto de una manera humillante para uno y excesivamente favorable para el otro. El descubrimiento de la actriz Alice Eve, la cual muestra todas sus dotes interpretativas en la película, es uno de los puntos clave de la cinta de Kramer. El ansia por triunfar y ser alguien en la vida lleva a esta joven a intentar lograr la residencia en Estados Unidos sea cómo sea.
Si hablamos del segundo carácter que se cruza en la cinta, encontramos a Ray Liotta, en una resurrección más que aceptable, y el cual se hace cargo de un papel al que dota de una psicología muy determinada. No voy a desvelar absolutamente nada, puesto que lo que pretendo es que acudan a las salas para ver la película y disfrutarla. Pero tenga en cuenta que Liotta tendrá la clave de una de las historias que se nos van a narrar.
Si nos detenemos en la segunda historia importante, la de Harrison Ford, observamos que traza un personaje que trabaja para el Gobierno, que desmantela toda clase de talleres ilegales de trabajo pero que odia el cometido que tiene. Su trabajo no es nada agradable y ser agente de inmigración es todo un sufrimiento para él. La propia cara de Ford así lo indica (aunque muchos quieran escudarse en que lleva treinta años con la misma expresión facial) y verá cosas de las que nadie nunca querría ser testigo. Sólo al final descubriremos que sucede con él y con una de las «consecuencias» de su trabajo. Su implicación personal le hace sobrevivir, aunque con mucha dificultad.
Por otro lado, una joven de origen iraquí tendrá la oportunidad de expresarse en medio de su clase. Sin embargo, el tema que escoge para su intervención pública no es para nada delicado. Descubriremos como todavía hay gente que pretende excusar las barbaries más atroces cometidas por el hombre y son capaces de inculcárselas a niños que no tienen ni la mitad de conocimiento sobre el mundo de lo que se supone que tiene que tener un adulto. Esta joven sufrirá las iras del pueblo norteamericano, escenificadas en la película por toda su clase y su profesora. 
Por último, la historia más amable de todas, la protagonizada por Jim Sturgess en la que interpreta a un joven irlandés que entra en los Estados Unidos haciéndose pasar por judío. Su objetivo es entrar a trabajar en una escuela de enseñanza para niños de esta religión. 
Los engaños, las mentiras y un amplio catálogo de excusas para intentar entrar a formar parte de la potencia más supuestamente avanzada del mundo. Estados Unidos acoge cada día a miles de inmigrantes que llegan en busca de ese «American Beauty«, que tan mal le salió al gran Kevin Spacey.
Usted verá la película y me gustaría que se introdujese de lleno en la mente de cada personaje. Todos están fielmente conseguidos y resultan absolutamente creíbles, aún no siendo fruto de portentosas interpretaciones.
Ninguno desentona en una película que, no siendo una superproducción, cuenta con buenos actores y destacables trabajos. Lo que más asusta de la cinta es la reacción poco ortodoxa del público a las películas sobre historias cruzadas. No espere usted un lío mental del estilo Amores Perros o Crash, que aburrían de una manera sobrehumana. Aquí todos los personajes y sus relaciones entre ellos están muy bien delimitados, con lo que el espectador disfrutará de una buena película sobre un tema sobre el que no estamos demasiado acostumbrados, sobre todo viniendo del corazón cinematográfico de Estados Unidos, un tema tabú como es el de la legalización de todos los extranjeros que copan las capitales y pueblos de Norteamérica y de todo el mundo.
La película no es propaganda pura sino una serie de historias muy humanas y de un tremendismo muy natural. No hay artificios ni sobreactuaciones.
Sólo una triste realidad.

Crítica Megamind; Los villanos ya no son lo que eran…

 6/10

Los villanos están de moda. Esa parece ser la noción básica que extraemos de las últimas apuestas del cine de animación hollywoodiense. Si hace algunos meses la nueva división de Universal para estos suculentos menesteres infantiles sorprendiera y encandilara a partes iguales con su Gru, mi villano favorito (aún cosechando beneficios en taquilla), ahora contraataca la factoría Dreamworks con una nueva revisitación al mundo de los superhéroes aunque con un énfasis especial en la figura del malvado de la película, en esta ocasión un alienígena con un gigantesco cerebro azul que  muchos compararán con los fantásticos marcianos de Burton en Mars Attack!. Es una lástima que la precipitación de los productores al programar el film en las mismas fechas que otros estrenos de enjundia como Harry Potter o Las Crónicas de Narnia, pueda restar espectadores potenciales a esta curiosa y divertida Megamind, a pesar de que sus resultados en Estados Unidos han sido notables.
Megamind narra la historia de dos extraterrestres enviados a la Tierra cuando aún son bebés y que configurarán sus personalidades a raíz del entorno en el que, por casualidad, se crían; mientras Metro Man lo hace en una mansión millonaria colmado de atenciones donde desarrollar sus alucinantes superpoderes, Megamind deberá conformarse con su vida en una prisión en la que se contagiará del mal latente de su alrededor. Así, cuando sendos extraños seres sean adultos, la rivalidad entre ambos se escenificará en la  tradicional lucha entre el Bien y el Mal, que significará el hipotético final del primero y sumergirá al segundo en una soledad desquiciante y carente de motivaciones. Megamind, asi pues, deberá buscar el antagonismo de un nuevo superhéroe, aunque sea él mismo quien lo cree.
La película arranca con una ingeniosa estructura elíptica, con el personaje central cayendo al vacío y reflexionando acerca de su naturaleza de villano, momento que volverá a repetirse hacia el final de la cinta cerrando el círculo iniciado al comienzo. A partir de ahí, la acción se desboca con un ritmo demasiado agitado, convulso y caótico, que deja sin respiración al espectador (más aún al que pagó por verla en 3D) hasta que da por finalizado el primer acto y la película adquiere otro rumbo, más interesante y sugerente. Este es, sin duda, la unión inseparable entre villano-héroe de la que ya reflexionó Shyamalan en El Protegido y que aquí sirve como punto de partida para el maquiavélico plan de Megamind. Pero, como siempre, el amor es un escollo que salvar (o disfrutar) en toda historia, y la del alienígena azul no iba a ser menos. La comprometida reportera televisiva conquistará a Megamind y le hará replantearse su comportamiento, más si cabe cuando su creación, el nuevo superhéroe de Metrocity, se desvíe de su camino de bondad y lealtad y comience a aterrorizar a la ciudad.
Es imposible no comparar esta nueva apuesta de Dreamworks con Los Increíbles de Píxar o la última apuesta de animación Gru, mi villano favorito. No obstante, Megamind, sin llegar al calado moral de la primera o a la ternura de la segunda, cobra fuerza por una vía intermedia que no es más que el espectáculo bien confeccionado, un entretenimiento digerible para adultos (son numeros los guiños a estos, como ese Marlon Brando interespacial) y una diversión llena de color, ruido y acción para los más pequeños; todo ello apoyado por el carisma evidente de su protagonista (es una lástima que perdamos aquí la voz de Will Ferrel), quien vertebra toda la trama hasta un final trepidante, ameno y ocurrente que pondrá a todos en su sitio.
Así pues, Dreamworks acierta en su particular apuesta por la temporada navideña con cine de animación fresco y entretenido acompañado, por si fuera poco, por una demoledora banda sonora rockera que incluye temas de AC/DC o Guns and Roses; y un depurado sentido del espectáculo visual, algo apuballante aunque no por ello menos sugerente, que inclduye a sencundarios de lujo como ese pececillo fortachón o el implacable MetroMan. En definitiva, película recomendable para los más pequeños y los adultos que tienen que acompañarlos en estas entrañables fechas que se acercan. Megamind cumple y eso se agradece. Aunque los villanos ya no son lo que eran…

Crítica 3 Metros sobre el Cielo; ¡Le-gen (pausa) daria!… de mala, claro

1/10!
Pocos argumentos se me ocurren para calibrar sutilmente y sin deslizarme por los terrenos farragosos de la indignación (y consecuentemente, a la descalificación más furibunda) lo que supone una desgraciada muestra más del cine español para adolescentes que causa sensación en taquilla y espanto en el resto del público. Si ya el año pasado tuvimos un adelanto con ese engendro sin parangón titulado Mentiras y Gordas, curiosamente guionizado por nuestra flamante Ministra de (in)Cultura, Ángeles González Sinde; ahora nos llega Tres metros sobre el cielo, otro burdo intento de cosechar la plusvalía anual de un cine patrio que agoniza entre el marasmo de estrenos norteamericanos y la desidia de sus propios productores.
La fórmula es bien sencilla; se seleccionan algunos de los rostros más conocidos del panorama televisivo juvenil, toda una cantera de actores perecederos con escaso valor artístico; los cuales son exhibidos cuan fauna de circo para provocar los suspiros de deseo de legiones de jovencitas con las hormonas desatadas; se elabora un guión estándar que no elude los tradicionales clichés del género romántico aunque actualizados con las últimas tendencias en lo que, supuestamente, interesa a los adolescentes; se contratan los servicios de un equipo técnico, con director a la cabeza, con escasos escrúpulos ante su prostitución como artistas devenidos en proletarios; y se agita con fruición, con ritmo de videoclip, efectos sonoros de discoteca y almizcle para edulcorar una trama tan previsible como decididamente infantil.
Cabría reflexionar acerca de la idoneidad de un cine que, producto de su caracter masivo, influye de forma decisiva en el desarrollo de las conductas de los más jóvenes y puede desembocar en patrones de comportamiento inadmisibles dentro de una sociedad avanzada. Por ello, en esta crítica no llevaré a cabo una análisis estrictamente cinematográfico de la película en cuestión, pues de cualquier modo su convencionalismo y falta de pretensiones artísticas tampoco nos conduciría a lugar alguno; sino que ahondaremos en los dilemas subterráneos que plantea y las dinámicas censurables ofrecidas en envoltorio de color de rosa a su público objetivo.
El crítico de El País y Fotogramas, Jordi Costa, ya alertó hace algunas días en su crítica de Tres metros sobre el cielo del faccismo subyacente que la historia ideada por el prolífico escritor italiano Federico Moccia deja entrever ante una atenta observación. Moccia ha sabido construir todo un universo literario para adolescentes, preferentemente femenino, que entronca con las más retrógrados patrones de conducta heredados de tiempos pasados y que coloca a la mujer como un mero objeto de deseo pasivo ante la posición imperante del macho.
La película que hoy comentamos (sin entrar en el espinoso debate de su correspondencia con el original literario) retrata de forma implacable esta idea a través de un personaje masculino detestable, violento, misógino, incorregible, una suerte de bestia indomable que, no obstante, seduce a la chica buena y responsable con más músculo que corazón. Y es que al principio, cuando la atracción física ciega el entendimiento, todo parece ser una buena excusa para reformar a una persona que aparentemente lo ha pasado mal (aquí ni siquiera es creible la justificación a la desatada conducta del chico), se conserva esa esperanza irracional y se toleran situaciones difícilmente admisibles por una mujer independiente. Los problemas surgen cuando la pasión remite, los problemas llegan, y la dulce y comprensiva chica comienza a recibir las palizas que la llevarán a un infierno personal. La violencia de género es un asunto extremadamente grave para el que no se hallarán soluciones con vacuos actos políticos de repulsa; el camino a su erradicación se inicia en la educación responsable y la denuncia de comportamientos machistas, curiosamente como los que se legitiman en esta abominable muestra cinematográfica fascistoide, maniquea y asombrosamente absurda.
Como una ridícula revisitación del mito Grease, aunque con menos brillantina y cursilería y más cuero y violencia gratuita, Tres metros sobre el cielo nos traslada a los lugares comunes de la «juventud de hoy en día», es decir, las carreras de motos ilegales y las fiestas salvajes. Como vértice de este paradigma simplista y disparatado que pretende ilustrar a los jóvenes, emerge la figura del macho alfa de la manada, hipermusculado, con una curiosa alergia al algodón de su camiseta (ya que aparece poco con ella) y el rostro del anhelado ex-protagonista de la serie Los hombres de Paco, Mario Casas. Una elección acertada a tenor los suspiros nerviosos y la hiperventilación risible de la nutrida afluencia de jóvenes en la sala de cine, ya fuese cuando exhibía su cuerpo desnudo o cuando golpeaba con saña a sus numerosas víctimas (aunque siempre con la misma cara de macho desquiciado). No se puede decir lo mismo de su reverso femenino, interpretado por Maria Valverde, una actriz que encandiló a muchos en su debut en La flaqueza del Bolchevique pero que se ha ido deslizando a terrenos progresivamente más cuestionables hasta desembocar en el fango más denso, como muestra su incapacidad para ser creíble en esta película.
Sorprende de Tres metros sobre el cielo su clamorosa ausencia de moral. En ningún momento se reprende, aunque de forma velada, la conducta delictiva de su protagonista o la violencia extrema mostrada sin paliativos. Esto es un cine que repugna, que conecta con los instintos más bajos del ser humano, que ofrece una visión tremendamente peligrosa a su público adolescente frágil e influencible. Es condenable la irresponsabilidad de unos productores (y creadores) que miran de soslayo a la pantalla distraídos por las cifras de la calculadora y el tintinear de las monedas. Es vomitivo el resultado, una película que se vanagloria de su absoluta falta de principios, que bucea en los resquicios de un pseudogénero establecido al calor de la previsión de beneficios, que no lleva a preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, hasta este pozo sin fondo que es la dictadura de la ignorancia y la apocalíptica sentencia al buen gusto.
Finalmente, me he rendido a la indignación.

La saga Harry Potter; Las reliquias de la muerte Parte I

6/10
Harry Potter es ya todo un hombre. Es curioso hacer notar la evolución psicológica y social de un personaje al que hemos visto crecer a lo largo de estos últimos diez años en las pantallas de nuestros cines, desde aquel primer e infantil acercamiento al fascinante mundo mágico ideado por J.K. Rowling, hasta esta última entrega concebida de forma dual en la que la grandilocuencia y gravedad de su discurso nos interna en un complejo universo adulto donde las traiciones, la hipocresía, la envidia o las ineludibles responsabilidades del héroe se conjugan para narrarnos el teleológico final de una saga; la pugna definitiva entre las fuerzas del Bien y del Mal.
Las iniciáticas aventuras de adolescentes que salpicaron las primeras entregas de esta magna obra del cine (por extensión y seguimiento) se han ido diluyendo en la progresiva oscuridad sobre la que se asienta una trama épica de heroes y villanos de corte clásico muy arraigada en el imaginario social de fantasía que todos hemos concebido alguna vez. En ese aspecto, pocas son las novedades que se incluyen en el desarrollo de Las reliquias de la muerte; la lucha introspectiva del personaje central y su contraposición al reverso oscuro amenazante, las repercusiones que acarrea su preeminencia como el elegido ante el resto de personajes secundarios, la exhaltación de los valores de amistad como canalizador necesario para la realización de la misión, y, finalmente, la soledad del héroe en la toma de decisiones y su enfrentamiento contra el vértice del Mal.
La expectación originada por la venta de la última novela sacudió a legiones de fans de todo el mundo en busca de las respuestas que satisficieran las incognitas que jalonaban los últimos episodios literarios del mago de gafas redondas, sin embargo, ese nerviosismo generalizado dio paso rápidamente a un decepción palpable ante el largo y tedioso preámbulo que la autora introducía con caracter previo a la lucha final y que alargaba este último libro hasta las 700 páginas. Curiosamente, esta primera parte cinematográfica que los responsables de la saga han ideado con un evidente objetivo comercial versa exclusivamente sobre ese preámbulo, aburrido, innecesario, enervante y profundamente insatisfactorio. 
Con este planteamiento inicial, no era nada fácil que los aficionados o no del mundo de Potter salieran extasiados con la acción frenética contenida en esta película. Paradójicamente, y si bien la materia prima es la que genuinamente concibió Rowling con sus evidentes deficiencias, Las reliquias de la muerte sorprende como un maduro producto cinematográfico salpicado de momentos realmente sugerentes apoyados con un uso de los efectos visuales demoledor, descarnado e impactante, que elevan el tono espectacular de una trama por lo general anodina.
El arranque de la película es intenso e intrigante, ejemplarizado por ese tour de force a escoba por el cielo londinense en el que los chorros de luz de las varitas de las maléficos mortífagos persiguen a una pléyade de Harry Potter clonados; o la caída apocalíptica del Ministerio de Magia con su líder a la cabeza (maravilloso el breve rol de Bill Nighy) en las manos de un cruel establishment mágico que persigue implacablemente a los muggles y sangre mestiza. Sin embargo, con el cese de la acción el interés va decayendo progresivamente hasta que el desnudo bosque en el que se cobijan nuestros tres protagonistas se erige como el rutinario escenario donde no acontece absolutamente nada.
Es justo reconocer que David Yates tiene buen oficio e intenta en varias ocasiones salvarnos del tedio con chispazos sugestivos, como ese espontáneo baile entre Potter y Hermione cuando todo parace demasiado oscuro, o con instantes verdaderamente divertidos y trepidantes, como la incursión en el peligroso Ministerio de Magia utilizando la apariencia de algunos de sus trabajadores; pero el resto, nos sirve para muy poco. Las reliquias de la muerte Parte 1 es una largo (dos horas y media de metraje) aperitivo de lo que promete ser una experiencia fílmica total en la que se librará la batalla que decidirá la pervivencia del mundo mágico. 
 Salimos del cine con ganas de más, como un chiquillo al que se le promete una golosina y rápidamente se le es arrebatada, conscientes de lo que vendrá, un presumible espectáculo visual sin parangón escenificado en el colegio Hogwarts, y para el cual habrá que esperar algunos meses más (llegará a nuestras pantallas el próximo Julio).
Mientras tanto, deberemos contentarnos con esta interesante propuesta, realizada con vigor y ciertas dosis de buen cine, que intenta salvar el inane desarrollo de la primera parte de la novela de Rowling, algo que al menos repercute en la exhibición interpretativa del trío protagonista, ahora más que nunca en el centro de la acción (o más bien la no-acción). Las reliquias de la muerte Parte 1 ahonda en la madurez discursiva de la saga, la eleva a niveles de gravedad y épica inauditos hasta el momento, y nos introduce en los vericuetos emocionales del héroe en su aciaga lucha por la supervivencia propia y la pervivencia de todo aquello que lo rodea, de lo que se siente garante. La valentía de esta entrega es apreciable, aunque el evidente interés de sus responsables en alargar la aventura para recoger los pingües beneficios reportados por legiones de fans incondicionales la despoje de cieto valor. Continuaremos esperando, impacientemente. El final de una saga ya inmortal bien lo merece. 

Crítica The Town; Ben Affleck se nos hace mayor

7,5/10
Es la sensación que me ha dado al salir de la sala y terminar de ver los créditos de The Town: Ciudad de Ladrones. Un director que ha cogido un estilo determinado y no ha sido traidor a sus principios, que ya exhibió en su anterior película Adiós Pequeña Adiós, una emotiva y absorbente cinta sobre la desaparición de una niña. Una adaptación de la novela de Dennis Lehane (autor de Mystic River) que recordaba en exceso al reciente e irresoluto caso de Madeleine McCann.
En esta ocasión, el cine de Ben Affleck, que de seguir así se convertirá en un buen director en el futuro, nos muestra otro ejemplo de su buen hacer detrás de las cámaras. Las puestas en escena, tanto de una como de otra, nos harta de oscuridad, de suspense y de cierto aire al buen thriller clásico.
No es por alabar a Ben Affleck ni tampoco quiero abonarme a ningún club de fans de su persona, pero simplemente quiero reflejar la realidad latente de un autor que ha vivido el cine de su época y ha cogido los elementos más característicos para mezclarlos todos en una coctelera a la que ha llamado «cine propio».
Si en Adios Pequeña Adiós, tuvo el gran acierto de no aparecer como actor en la película, es ahora cuando ha decidido pornerse las pilas interpretativamente hablando y realizar un muy buen papel en esta ocasión. Después de catástrofes como Armageddon, Algo que Contar, Pearl Harbor, Operación Reno, Daredevil, Al Límite de la Verdad o Pánico Nuclear, por no seguir, Affleck comenzó una buena racha con Hollywoodland, la cual le valió la prestigiosa Copa Volpi del Festival de Venecia. Sin duda, un buen presagio de que este actor se estaba dando cuenta de que estaba perdiendo un tren muy valioso.
Ben tuvo sus quince minutos de fama cuando subió, en compañía de su amigo Matt Damon, a recoger el Oscar al mejor guión por El Indomable Will Hunting. Es, sin duda, una de las películas más destacadas de toda su filmografía y una muestra de que el chaval se manejaba mejor cuando no salía delante de la pantalla. Matt Damon tuvo más tacto a la hora de coger sus papeles y hoy es todo un respetado actor.
Affleck ha tardado, pero se ha espabilado a tiempo. A tiempo de que podamos ver el comienzo de la carrera de un prometedor director. Y no me quiero mojar prediciendo su futuro como actor. Me gustaría, pero no quiero. Por eso quiero añadir a mi veredicto sobre esta película un pequeño gran detalle. Ben sabe dirigir a sus actores. Ya lo hizo con su hermano, con todo un Ed Harris, Morgan Freeman y con la indomable Amy Ryan en su anterior proyecto como director. Ahora ha sido el encargado de desprender al gigante Jon Hamm de su papel de Donald Draper en Mad Men. Su agente del FBI, irónico e incansable, supone un punto de inflexión en la carrera cinematográfica de Hamm y una separación clara y visible de su exitoso rol televisivo. Sin duda, un logro magnífico de ambos, dos profesionales comprometidos.
Por su parte, dos actores de reparto como Rebecca Hall (Vicky Cristina Barcelona) y Jeremy Renner (catapultado a la fama tras su interpretación en En Tierra Hostil) también realizan interpretaciones más que decentes y dotan a este thriller de una buena consideración en el espectador. Todos, narran una historia que algún avezado crítico ha comparado con la obra magna de Scorsese Infiltrados. Sin duda, toda una exageración teniendo en cuenta la excelente calidad de aquella, tanto en su guión como en su dirección, interpretación y puesta en escena. Pero no quiero ser malvado. The Town es una muy buena película, que se desarrolla también en Boston, pero parece que no quiere ahondar demasiado en las relaciones humanas que se establecían entre las altas esferas de la mafia local y sus «resignados» empleados.
En The Town asistimos a un retrato de las frustraciones, miedos y deseos de vida de un protagonista que se ve asesiado por el amor y más en concreto, de la persona que menos le conviene en ese momento. Al ser una buena película americana, el protagonista tendrá que decidir si huir y comenzar una nueva vida o quedarse con su amada aún a riesgo de ser capturado. Sin embargo, una previsible decisión del personaje de Rebecca Hall obligará a Affleck a «buscarse la vida».
Con una puesta en escena oscura, grisácea y unas buenas transiciones separando cada uno de los clímax de la película, Affleck nos trae un buen entretenimiento y una de las películas americanas más destacadas del último año. Cuando hablamos de los premios del próximo año, se nos olvida citar a The Town. Yo, después de verla y compararla con otras películas de estrenos recientes, la tendría en cuenta a la hora de entregar galardones a la mejor fotografía, guión e incluso montaje.
Porque Affleck se merece despegar como director, ya que como actor su suerte no ha sido la mejor de todas. Veremos a ver si The Town: Ciudad de Ladrones se hace un hueco entre las producciones del año. 
Sería justo y totalmente loable.