8,5/10
Para quitarse el sombrero. Si Hunger, nos dejó boquiabiertos, Shame no iba a ser menos. Steve McQueen sorprendió reinventando el cine moderno con su ópera prima, en Shame vuelve a ofrecer lo mejor de sí mismo y de los actores con los que decide trabajar. Si Hunger fue tachada de minoritaria, McQueen ha hecho una obra más perdurable y mucho menos técnica como lo fue su primera película.
Rozando los límites del pacto visual entre espectador y cineasta, Steve McQueen nos narra la peligrosa historia de un adicto al sexo que sacrifica su integridad y la de sus seres queridos por su peligrosa adicción. Con dos interpretaciones absolutamente imprescindibles del actor alemán Michael Fassbender, premiado en Venecia por su papel, y una sorprendente Carey Mulligan, la cinta se convierte en uno de los platos fuertes y de referencia en la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine Europeo.
Sin duda, a lo largo del metraje encontramos diversas referencias al cine de Steve McQueen. No estamos ante una obra voluble o mutada según las querencias de su productora o las apetencias del director. El cine de McQueen es fuerte, duro, directo, cortante. Sus planos y secuencias de larga duración son seña de identidad en la cinematografía del que ya se ha convertido en uno de los cineastas más respetados del continente y de medio mundo. Ya vimos un plano general corto de 17 minutos de duración sin interrupción alguna en Hunger y, en esta ocasión, admiramos una conversación en un restaurante que alcanza los diez minutos así como un travelling por una calle de Nueva York, usado como un rítmico elemento narrativo, que puede llegar a durar tres minutos sin interrupción, salto de eje o cambio de plano.
La película es dura, muy dura y con escenas que revolverán las conciencias más puristas y conservadoras que harán que terminemos por amar u odiar a Michael Fassbender, cuyo papel en la película se ha convertido en uno de los más destacados del año a falta de ver todos los que tenemos pendientes. Por otro lado, la hasta hace poco debutante Carey Mulligan se atreve con el que posiblemente sea el mejor papel de toda su corta carrera. Sin duda, McQueen le ha dado un bautismo de fuego a la joven intérprete con un rol decisivo para el desarrollo del metraje y que, en cierto momento de la trama, provocará un juego con el espectador que terminará por alimentar la complicidad entre el director y los espectadores.
Las referencias a otra película que también levantó ampollas en su época, Eyes Wide Shut, son evidentes. Salvando las distancias, estamos ante una adicción muy complicada de superar y con un desgaste físico y mental absolutamente brutal. Dos vidas acaban por casi destrozarse en este viaje por la indecencia y el lado más oscuro y enfermo del ser humano. Steve McQueen cuenta lo que nadie en la Historia del Cine se ha atrevido a contar. Sabemos de todo sobre las drogas, el tabaco o el alcohol pero sobre el sexo no se ha mostrado nada. Todo ha sido pudor y sexo gratuito. Sin embargo, en Shame estamos ante una prueba fehaciente de que existen adicciones más allá de las conocidas que resultan tan, o más, corrosivas como las usuales.
Shame deja muy mal cuerpo. Es un cúmulo de imágenes que retratan una realidad tan normal como ver amanecer todos los días. Una realidad que ocurre cerca de nosotros y por la que miles de personas en todo el mundo echan a perder su vida. Shame no está hecha para ser admirada por legiones de adolescentes calenturientas ni por papanatas que van al cine a echar un sueño y luego preguntan como absolutos idiotas de qué iba la película. La última obra de Steve McQueen removerá conciencias y las interpretaciones de Fassbender y Mulligan nos recuerdan que todavía existen buenos actores que no se acartonan ante una cámara de cine y dan lo mejor de sí mismos.
Rozando los límites del pacto visual entre espectador y cineasta, Steve McQueen nos narra la peligrosa historia de un adicto al sexo que sacrifica su integridad y la de sus seres queridos por su peligrosa adicción. Con dos interpretaciones absolutamente imprescindibles del actor alemán Michael Fassbender, premiado en Venecia por su papel, y una sorprendente Carey Mulligan, la cinta se convierte en uno de los platos fuertes y de referencia en la Sección Oficial del Sevilla Festival de Cine Europeo.
Sin duda, a lo largo del metraje encontramos diversas referencias al cine de Steve McQueen. No estamos ante una obra voluble o mutada según las querencias de su productora o las apetencias del director. El cine de McQueen es fuerte, duro, directo, cortante. Sus planos y secuencias de larga duración son seña de identidad en la cinematografía del que ya se ha convertido en uno de los cineastas más respetados del continente y de medio mundo. Ya vimos un plano general corto de 17 minutos de duración sin interrupción alguna en Hunger y, en esta ocasión, admiramos una conversación en un restaurante que alcanza los diez minutos así como un travelling por una calle de Nueva York, usado como un rítmico elemento narrativo, que puede llegar a durar tres minutos sin interrupción, salto de eje o cambio de plano.
La película es dura, muy dura y con escenas que revolverán las conciencias más puristas y conservadoras que harán que terminemos por amar u odiar a Michael Fassbender, cuyo papel en la película se ha convertido en uno de los más destacados del año a falta de ver todos los que tenemos pendientes. Por otro lado, la hasta hace poco debutante Carey Mulligan se atreve con el que posiblemente sea el mejor papel de toda su corta carrera. Sin duda, McQueen le ha dado un bautismo de fuego a la joven intérprete con un rol decisivo para el desarrollo del metraje y que, en cierto momento de la trama, provocará un juego con el espectador que terminará por alimentar la complicidad entre el director y los espectadores.
Las referencias a otra película que también levantó ampollas en su época, Eyes Wide Shut, son evidentes. Salvando las distancias, estamos ante una adicción muy complicada de superar y con un desgaste físico y mental absolutamente brutal. Dos vidas acaban por casi destrozarse en este viaje por la indecencia y el lado más oscuro y enfermo del ser humano. Steve McQueen cuenta lo que nadie en la Historia del Cine se ha atrevido a contar. Sabemos de todo sobre las drogas, el tabaco o el alcohol pero sobre el sexo no se ha mostrado nada. Todo ha sido pudor y sexo gratuito. Sin embargo, en Shame estamos ante una prueba fehaciente de que existen adicciones más allá de las conocidas que resultan tan, o más, corrosivas como las usuales.
Shame deja muy mal cuerpo. Es un cúmulo de imágenes que retratan una realidad tan normal como ver amanecer todos los días. Una realidad que ocurre cerca de nosotros y por la que miles de personas en todo el mundo echan a perder su vida. Shame no está hecha para ser admirada por legiones de adolescentes calenturientas ni por papanatas que van al cine a echar un sueño y luego preguntan como absolutos idiotas de qué iba la película. La última obra de Steve McQueen removerá conciencias y las interpretaciones de Fassbender y Mulligan nos recuerdan que todavía existen buenos actores que no se acartonan ante una cámara de cine y dan lo mejor de sí mismos.