Archivo de la categoría: Series de televisión

Series de Televisión: Black Mirror

8/10
Los grandes acontecimientos que marcan la historia de la humanidad no son valorados en su justa medida hasta que el tiempo termina por desvelar su auténtica trascendencia. La extensión masiva de las nuevas herramientas tecnológicas de interaccion social es un fenómeno en constante reconfiguración al que hoy día resulta imposible definir de forma certera pues sus tendencias son inescrutables y sus manifestaciones totalmente novedosas, inexploradas. No existe un manual de uso ni una hoja de ruta que nos permita afrontar los retos que día tras días nos presenta la sociedad en red, se nos escapa a un control lógico y racional, se desborda por la inexistencia de fronteras y por la globalidad de una comunicación compulsiva. Ese el panorama que nos presenta Charlie Brooker en Black Mirror, una miniserie británica compuesta por tres episodios autoconclusivos tejidos en torno a la omnipotencia de la tecnología en el mundo actual y los efectos absolutamente demoledores que puede desencadenar en nuestra propia percepción de la realidad.
The National Anthem (el primero de los episodios) arranca con una llamada de teléfono en mitad de la noche; han secuestrado a la princesa; el Primer Ministro es quien responde. Los raptores han colgado un video en Youtube en el que aparece la princesa maniatada y en un estado de nerviosismo crítico explicando los insólitos pasos que se debería seguir para su rescate. El estado es incapaz de controlar la difusión del video, se reproduce a una velocidad vertiginosa, como una hidra con innumerables cabezas que no dejan de brotar a pesar de los intentos por cercenarlas. En apenas unas horas, todo el país, todo el mundo, conoce las peticiciones de los terroristas; el Primer Ministro deberá mantener relaciones sexuales con un cerdo delante de una camara de televisión, en directo y retransmitido para todo el mundo. Si no cumple con esta particular exigencia, la princesa morirá.
Podemos imaginar el rostro de escepticismo de los productores televisivos a los que Brooker presentó la idea. No sólo se trata de una historia arriesgada y políticamente incorrecta, sino de una fábula tan inmoral como veraz en los tiempos de morbosidad histérica que vivimos, de una descabellada premisa que, no obstante, no se encuentra demasiado alejada de una realidad en la que aún está todo por escribir; un territorio virgen, tal y como asevera la asesora del Primer Ministro. Un nuevo panorama en el que los viejos cimientos de las estructuras de poder se resquebrajan bajo el peso de la información como herramienta suprema de influencia política. Una información que además resulta imposible de controlar, que se filtra entre los resquicios de los ingentes flujos de contenidos que atraviesan la Red.
Puede que The National Anthen sea lo más transgresor que este crítico haya visto jamás en televisión. Las sensaciones que suscita al espectador están cargadas de una obscenidad moral que revuelve las tripas, que hace vacilar nuestros propios patrones de integridad, que nos sumerge en un estado de catalepsia impúdica difícil de digerir, pues no es sólo ficción, nos muestra una hipótesis verosímil de hasta donde podemos llegar como sociedad, de cuan débiles pueden ser los principios éticos sobre los que se sustenta nuestra civilización. Al fin y al cabo, quién sería capaz de apartar la mirada del televisor, quién primaria su propia rectitud al espectáculo incalificable compartido entre el morbo y la repulsión por buena parte de la humanidad. Brooker nos convierte en la diana pasiva de su particular órdago postmoderno (o quizás hiperpostmoderno) haciéndonos reflexionar acerca de nuestra propia percepción mediatizada de la realidad y el rol desempeñado como espectadores y ávidos consumidores de información en la magnificación de todos los acontecimientos amorales que acaecen en el mundo.
Las personas que deciden cometer actos dañinos ya no se contentan con ejercer violencia sobre el otro, sino que persiguen el ridículo público, que todos puedan contemplar los niveles de indignidad a los que puede llegar la víctima. Se trata de un nuevo fenómeno. El secuestrador de la princesa no quería dinero, ni poder, tan sólo que todos viesen al Primer Ministro en la posición más deshonrosa posible. El episodio, en sus apenas cuarenta minutos de metraje, se centra en el breve lapso de tiempo que transcurre entre la publicación del video y la hora límite para cumplir sus exigencias. Y además lo hace con una admirable eficacia, sin grandes efectismos dramáticos o recursos típicos del thriller; simplemente plantea el asunto y lo desarrolla sin ambages, con una abrumadora sencillez que golpea con dureza una y otra vez al espectador hasta un final resuelto de forma rápida y aséptica aunque no por ello menos cruel.
Aún intento recobrar el aliento…

Series de Televisión; Titanic (TV)

5,5/10
La noche del 15 de abril de 1912 se hundía el trasatlántico más ambicioso construido hasta el momento, el Titanic. 269 metros de eslora, 860 tripulantes y capacidad para más de 3500 pasajeros que quedaron el fondo del Atlántico Norte aquella fatídica noche. A partir de ese momento, miles de personas en todo el mundo se vieron identificados con todas y cada una de las personas que viajaban en aquel viaje inaugural del barco más espectacular.
El cine y la televisión han rescatado el viaje del Titanic en innumerables ocasiones. Tantas, que incluso llegan a hartar. La más reciente y exitosa ha sido la que James Cameron rodó en 1997 y que se saldó con 11 premios de la Academia. Ahora, y bajo el auspicio del creador de la ficción Downton Abbey Julian Fellowes, aterrizó anoche en Antena 3 la miniserie de cuatro capítulos que recuerda la memoria de aquellos que perecieron en aquel fatídico viaje.
Cuatro capítulos de cuarenta minutos que fueron emitidos anoche con una duración de tres horas en las que pudimos obviar toda espectacularidad en lo concerniente al naufragio del Titanic, aquella con la que los efectos especiales de Cameron triunfaron en todo el mundo. En esta ocasión, Julian Fellowes sacrifica todo el aspecto visual para narrarnos el hundimiento desde diferentes puntos de vista con un guión que engancha aunque no apasiona, sobre todo en su tramo final. El equipo de la serie decide que, como ya conocemos de sobra la imagen que portaba el Titanic cuando partió de Southampton, la cinta no mostrará más que el interior del buque.
Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos para conseguir una buena fotografía y una exquisita dirección artística marca de la casa, la serie deja indiferente frente a otras opciones televisivas. No se ahonda en la parte técnica del barco ni en los motivos por los que se hundió sino que vemos una lucha de clases muy arraigada en la época a falta de tan solo un par de años para que la Primera Guerra Mundial irrumpa en el viejo continente. El guión de la miniserie resulta de lo más apetecible sobre todo si conocemos que Toby Jones o Maria Doyle Kennedy figuran entre el reparto.
Pese a lo impactante de la trama y al mito que existe en torno al Titanic, la serie resulta poco más que interesante y no homenajea lo suficiente a aquellos que murieron bien buscando una vida mejor o bien presumiendo de dinero para pagar los camarotes de la primera clase. Los diferentes puntos de vista en los que la serie se desarrolla permiten al espectador conocer más de cerca pero no mejor la vida de aquellos que quedaban relegados irremediablemente a una muerte segura por no tener recursos para haberse pagado un billete que, de saberlo, les hubiera salvado la vida.
Julian Fellowes confía en que su criterio al frente de Downton Abbey le de muchos éxitos procedentes de la televisión británica. Sin embargo, las expectativas con Titanic eran demasiadas y poco compensadas con lo que se nos queda la sensación de tener ganas de volver a ver la epopeya multipremiada que James Cameron tejió alrededor del barco más espectacular jamás construido. El hundimiento del Titanic merece un reconocimiento por su centenario mucho más digno de su grandilocuencia marítima que el que se nos ofreció anoche en Antena 3.

Series de Televisión: Crematorio

7’5/10
En ocasiones, la ficción ejerce las funciones de una gigantesca caja de resonancia de la propia realidad, completando aquellos huecos que nuestra naturaleza de espectador nos impide conocer. Día tras día asistimos a una crónica apresurada y a todas luces incompleta de los acontecimientos más trascendentales de la actualidad, de los cuales se nos ofrecen apenas unos datos con los que formarse una vaga conciencia del asunto. Podemos observar cómo se detienen a presuntos culpables de corrupción y el revuelo mediático levantado en torno a ellos, sin embargo ¿qué sabemos realmente de sus historias personales, de los detalles de sus actos fraudulentos, de las personas implicadas en las tramas?
Crematorio aborda un tema candente en la sociedad española a partir de una recreación ficticia de una realidad más que verosímil. Misent, la localidad donde se desarrolla la serie, no existe geográficamente, aunque sus similitudes con algunos de los emporios urbanísticos de la costa andaluza y levantina son más que evidentes. Rubén Bertomeu es un magnate de la construcción ideado en la mente de alguno de los hermanos Sánchez Cabezudo (creadores de la ficción televisiva), no obstante bien podría compartir rasgos, actitudes y trayectoria con muchos de los empresarios y políticos corruptos que pululan, la mayoría con total impunidad, por la geografía española, haciendo y deshaciendo a su antojo la fisonomía de nuestro país.
Se trata, pues, de una fábula adherida indefectiblemente a la realidad, a la cual completa a partir de todos aquellos datos y dinámicas internas que no llegan a la ciudadanía mediante los medios de comunicación. Incluso se podría decir que la serie no deja de ser un amplio reportaje de investigación de pulso sostenido, estética sencilla (sin concesiones al espectáculo) y narración rigurosa que se sumergue en el seno de de una compleja trama de intereses y servilismos entre toda una variopinta clase de hombres de una ambición impúdica regidos por los hilos invisibes del auténtico caudillo. Un hombre cuya codicia no le impide divisar el bosque en toda su amplitud, consciente de los sacrificios y riesgos por emprender en un gigantesco juego de ajedrez en el que se conjugan la lealtad interesada y un miedo desmedido a caer sin red.
José Sancho, en una de las interpretaciones de su carrera, logra componer verazmente a un personaje con luces y sombras, implacable en los negocios, comprensivo y fiel en sus relaciones emocionales, que nunca pierde la compostura ante las adversidades. De hecho, Crematorio es la crónica de la caída en desgracia de Rubén Bertomeu tras décadas de fortuna e impunidad forjadas en turbios negocios y en un privilegiado sentido para detectar las oportunidades, aunque estas fueran de una inmoralidad insultante. Tal y como aseveraba en uno de los capítulos finales, no había que hacer caso a aquellos que lo criticaban, pues eran unos mediocres que envidiaban el éxito. Sin duda alguna, él no era un mediocre, pero su visión de la vida como un auténtico campo de batalla en el que todos tenían un precio, si bien le dio grandes resultados durante mucho tiempo, terminó por acabar con él sin remisión, pues, al menos en eso queremos creer, existen personas que no lo darían todo por fortuna o poder. Al fin y al cabo, dónde reside la felicidad cuando no te quedan personas con las que compartir tus logros o cuando la presión a la que te somete tu propia codicia te impide disfrutar de todo aquellos que has acumulado.
La serie, confeccionada con una seriedad y solvencia envidiables, se inscribe en una tendencia (esperemos prolongada en el tiempo) de valorización de la ficción televisiva de la mano de Canal+ España en la misma senda que los canales de cable estadounidenses, quienen han conseguido implantar una nueva edad dorada de la televisión con productos de una calidad en la mayoría de los casos superior a las propuestas cinematográficas actuales. Crematorio es quizás, en este sentido, una base de lo que puede dar de sí una industria con talento. A través de sus ocho episodios, basados en la novela de Rafael Chirbes, la serie transcurre de forma implacable, apoyada por un reparto coral que más allá de su calidad confiere verosimilitud a una trama resuelta quizás de forma precipitada aunque sostenida sin altibajos en su desarrollo. Ficción para tiempos de crisis. Tal sólo podemos desear que la realidad supere a esa ficción y finalmente todos los corruptos de este país sean encerrados después de devolver a la sociedad lo que no era suyo.

Series de Televisión; American Horror Story

6/10
De acuerdo, todos sabemos que el mercado inmobiliario, a pesar de que la burbuja haya reducido la presión en los últimos años, continúa siendo una jungla impenetrable donde los bancos detentan el poder absoluto del crédito frente a los que las familias poco pueden hacer, sin embargo, de ahí a, en un acto desesperado, comprar la casa de tus sueños por un precio irrisorio obviando de que se trata de la principal atracción turística de la tournée de los horrores de San Francisco, hay un considerable trecho en el que juega un papel trascendental la amenaza de ruina que se cierne sobre el matrimonio Harmon tras la aventura pasional de Ben (interpretado por Dylan McDermott), un prestioso psicoterapeuta enredado con una joven paciente a la que da vida Kate Mara.
Salvar una relación de pareja en horas bajas y de paso estrechar vínculos con una hija con tendencias autodestructivas puede constituir dos poderosas razones para volverse rematadamente loco, sin embargo en American Horror Story no es más que el telón de fondo de un espectáculo de terror surrealista, tintes góticos y un cierto toque de erotismo pervertido. No puede negarse que Ryan Murphy es un creador televisivo especialmente habilidoso para la explotación de géneros a priori desfasados o difíciles de ubicar en la pequeña pantalla, tal y como demuestran sus dos éxitos precedentes, la mordaz sátira sobre el mundo de la cirugía plástica Nip/Tuck y la comedia musical adolescente Glee. En su nueva serie redimensiona la ficción de terror al formato seriado y le imprime un estilo propio lleno de matices y referencias a los grandes hitos del género.
Por si fuera poco, consigue que el espectador se remueva en el sofá de su salón ante algunas escenas escalofriantes empezando por la propia cabecera, un espectral recorrido por fotografías de niños de aspecto diabólico, lugares oscuros y recónditos o herramientas de tortura acompañado por una inquietante música que pone los pelos de punta. El miedo que intenta suscitar American Horror Story no es la típica colección de sustos (mayormente sonoros) explotada hasta la extenuación (literalmente hablando) por las películas de terror adolescente, sino un curiosa conjunción de elementos psicológicos (o sencillamente psicópatas), crimenes brutales y un escenario idóneo para historias de suspense. Al fin y al cabo, la hermosa casa de reminiscencias decimonónicas en la que se desarrolla la trama es la auténtica protagonista de la serie, como si de una maléfica presencia que altera las conciencias de sus inquilinos, al más puro estilo de El Resplandor, se tratase.
Es una lástima que American Horror Story, si bien formalmente roza la perfección, no logra enganchar al espectador a lo largo de los trece episodios de su primera temporada (ya se ha confirmado la segunda), por una cuestión evidente; el escenario y los personajes son siempre los mismos, por lo que la evolución de la serie se encuentra lastrada por la repetición de situaciones rocambolescas que no aportan nada nuevo, sino que redundan en el brillante planteamiento de la misma. Y eso que todos sus actores se esfuerzan en construir un ambiente lo más verosímil posible, especialmente una inquietante Jessica Lange (reconocida con el Globo de Oro a la mejor actriz secundaria) en el papel de una vecina un tanto curiosa con grandes secretos que guardar.
Desconocemos cuáles serán las líneas por las que transcurrirá la segunda temporada de American Horror Story, pero es un hecho manifiesto de que el interés de la serie no puede extenderse indefinidamente en el tiempo, más aún tras corroborar que la primera temporada se hace inusitadamente larga. Son muchos los aspectos interesantes de la serie creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk, sin embargo su súbito éxito comercial puede constituirse como su propia perdición. 

The Walking Dead se toma un necesario descanso hasta Febrero

Los zombies de The Walking Dead se toman un merecido descanso hasta Febrero (concretamente el día 12) y la comunidad de apasionados seguidores de la serie de AMC no cesan de expresar sus opiniones a lo largo y ancho de la red sobre esta primera parte de la segunda temporada. La acogida ha sido, por lo general, bastante tibia, más aún si se tiene en cuenta la enorme expectación suscitada por el rotundo éxito de la  temporada precedente. Y es que toda gloria conlleva una importante responsabilidad para sus creadores, que se han visto de alguna forma sobrepasados por el amplio seguimiento internacional de una serie que a priori estaría dirigida a un público minoritario.
Cuando las cifras de audiencia aumentan a tal ritmo, la labor de los guionistas deja pronto paso al apetito insaciable de directivos y publicista ajenos a cuestiones, para ellos tan triviales, como la calidad del propio producto. Y eso es un hecho indiscutible en el desarrollo de The Walking Dead, asimismo lastrada por una acusada e inexplicable reducción del presupuesto y la salida de Frank Darabont del círculo creativo. En primer lugar, pasamos de una primera temporada compuesta por seis episodios a otra que contará con trece, por lo que el planteamiento narrativo cambia radicalmente. Es decir, si el año pasado pudimos disfrutar de una acción trepidante en cada capítulo con abundantes giros dramáticos y un despliegue técnico admirable; lo que llevamos visto hasta este momento demuestra un descenso apreciable en el ritmo de la serie, así como la ralentización del propio devenir de la trama.
Muchos argumentan que la acción ha perdido peso en favor de una mayor profundización de los conflictos internos de los personajes y las relaciones entablada entre los mismos, como si ello justificara el tedio que provoca la mayoría de los episodios. The Walking Dead, al fin y al cabo, no es una serie de gran hondura emocional, no pretende retratar fielmente los sentimientos de sus protagonistas, y cuando lo hace los resultados son nefastos. No podemos obviar de que se trata de una historia sobre un mundo infectado de zombies en el que intentan sobrevivir un grupo de personas aterrorizadas; por lo que la acción debe estar presente de forma intrínseca en la mayor parte de su metraje, y no con un carácter anecdótico basado en la aparición periódica (y en algunos casos inexplicable) de una serie de caminantes con los que saciar la ‘sed de sangre’ de buena parte de su público.
El argumento de la serie ha padecido un profundo estancamiento a partir del primer episodio de la presente temporada, únicamente espoleado por el que recientemente ha cerrado esta primera parte (el séptimo), y a través del cual se ofrece el desenlace de una de las líneas principales de la trama. La única solución a este empobrecimiento evidente de la serie es el cambio de escenario (que efectivamente se augura pronto) y la vuelta al camino (si el presupuesto lo permite) de nuestro grupo de supervivientes. De igual modo, se debería zanjar finalmente con la dinámica negativa de algún personaje mantenido de forma forzada que enturbia el desarrollo de la trama y crea conflictos sin ningún sentido y muy alejados del cómic original en que se basa la producción.
Todos esperamos sinceramente que la segunda parte de esta interesante y excitante serie ofrezca nuevos estímulos, más acción y otros ejes argumentales que legitimen la existencia de una tercera temporada ya confirmada antes que la comunidad de fans le retire definitivamente su apoyo.

Series de Televisión; Californication

 7’5/10
Padres y madres del mundo, la virginidad de vuestras dulces hijas no estará a salvo mientras sobre la tierra aún queden personajes como Hank Moody. Es mujeriego, charlatán, descarado, algo bebedor e irresistible ante la mirada de cualquier fémina indefensa a la verborrea embaucadora del escritor más descreído de Los Ángeles; sin embargo, más allá de toda esa parafernalia pseudointelectual de galán trasnochado, existe un Hank tierno, fiel (a su manera) y extremadamente sensible a los encantos de la mujer como ser de suprema perfección al que amar de forma irremisible. Y es que más allá de su comprensible predilección por el sexo, Hank Moody encuentra su razón de ser en su entrega consciente al género femenino. No será perfecto, incluso puede que sus eventuales suegros no estén especialmente entusiasmados con tenerlo en la familia, pero al menos es sincero y coherente con su doctrina; «nunca desaproveches una erección».
Como en toda obra de ficción con demasiadas similitudes respecto a la realidad, el espectador siempre duda cuanto de verdad hay en lo que se narra. Es de dominio público que el actor David Duchovny (también productor en la serie) ha protagonizado numerosos escándalos sexuales venteados por la prensa amarillista así como una tormentosa relación con su esposa, la también actriz, Tea Leoni, sin embargo cualquier semejanza con las aventuras y desventuras de su alter ego en la pequeña pantalla deberían quedar en un segundo plano para no mezclar ámbitos tan diferentes por cuestiones de escrúpulos y privacidad. Por ello, disfrutemos sin indagaciones indiscretas de una de las series  más transgresoras, bizarras e irreverentes que nos ha regalado la televisión en los últimos años.
Californication nos pone tras la estela de un escritor agraciado por el éxito de su último libro (bochornosamente adaptado a la gran pantalla) que debe enfrentarse a una preocupante crisis de inspiración agravada por la intermitente relación amorosa entablada con su ex mujer de la que aún está enamorado, ahora prometida con un aburrido burgués que lo desprecia. Por si fuera poco, debe ejercer de padre de una pre-adolescente algo particular al mismo tiempo que goza de una intensa vida sexual con un extenso abanico de amantes en un estimulante submundo de alcohol, drogas y rock and roll.
Sin embargo, y a pesar de la crudeza del universo de cartón piedra que se desvela tras las rutilantes bondades de la fama, el bueno de Hank consigue permanecer casi siempre ajeno a las derivas peligrosas que lo rodean acompañado por su fiel escudero y agente Charlie Rankel, un tipo calvo y bajito casado con una pequeña cocainómana con la que atraviesa inverosímiles crisis matrimoniales que incluyen a actrices porno, secretarias lesbianas y antiguas glorias del pop. Y es que Californication no es una serie de televisión convencional, sino una febril sucesión de episodios demenciales aderezados por escenas de alto voltaje, diálogos de una mordacidad descacharrante y un cierto toque nostálgico que enlaza con la existencia incompleta de Moody cuando se encuentra lejos de Karen.
Puede que muchos perciban un mensaje erróneo y crean que la serie versa sobre las andanzas sexuales de un mujeriego empedernido, pendenciero y escéptico, no obstante, el auténtico amor siempre permanece más allá de infidelidades y juergas en la forma de un vacío irremplazable y nunca superado. La relación entre Hank y Karen es la que verdaderamente vertebra la trama de la serie, la que le da sentido y cuya indeterminación prolonga la acción hasta un final que previsiblemente no tardará en llegar (la quinta y quizás última temporada llegará a comienzos de año). Aunque pueda parecer descabellado (y ciertamente lo es a tenor de lo que acontece en algunos capítulos), Californication es un canto al amor verdadero, el único susceptible de dotar de la felicidad imprescindible al ser humano.
Sea como fuere, la serie provee de horas de diversión, reflexiones de medianoche y situaciones rocambolescas en torno a uno de los protagonistas más irresistibles que ha dado la pequeña pantalla. La complicidad que se alcanza con las diatribas existenciales y amorosas de Hank Moody es tal que el espectador logra comprender y empatizar con sus acciones a pesar de no compartirlas. Finalmente, el personaje se nos antoja entrañable, auténtico; un pobre diablo desgraciado y solitario que necesita tener sexo con cientos de mujeres para acallar su imperioso deseo de estar con la única mujer que verdaderamente ama.

Series de Televisión; Treme… Welcome to New Orleans!

 9/10
Ya se siente; las trompetas cantan, el trombón gruñe y la trompa gime, el color y la música se mezclan en una vertiginosa espiral de ritmo y swing, estamos en Treme y lo vamos a pasar bien. Pues ni siquiera el más implacable de los huracanes o el más despiadado abandono del gobierno puede acallar el espíritu polifónico, multicultural y bullicioso de la legendaria Nueva Orleans, cuna irrenunciable del legado musical de los Estados Unidos; Jazz, Rithm’ & Blues, Rock n´ Roll, Blues, Funk o Cajún combinados al son de los ritmos africanos, caribeños, indios, franceses y latinos para el más absoluto deleite de cualquier oído exigente o cuerpo atrevido. Ya se siente; hemos llegado, esto es el paraíso, Welcome to New Orleans!
El tiempo ha pasado pero los vestigios de la destrucción aún permanecen visibles. Lo que bien podría ser el paisaje decadente de una capital de país subdesarrollado si el skyline irregular de rascacielos no delatase su pertenencia al gran imperio económico mundial, corresponde a la ciudad sureña con más encanto de Estados Unidos y su denodada lucha por recobrar la normalidad tras el desastre desatado por el huracán Katrina en 2005, que sumergió el 85% de la urbe bajo el agua y provocó el éxodo apresurado de buena parte de su población.
Los ciudadanos de medio mundo asistieron atónitos al colapso televisado de una de las ciudades más emblemáticas de un país de apariencia omnipotente pero acuciado por las lacras consustanciales de la corrupción, la incompetencia política y la falta de solidaridad. Al fin y al cabo, la mayor parte de los residentes de Nueva Orleans eran afroamericanos caricaturizados por sus propios compatriotas como vagos y pendencieros que además votaban tradicionalmente a los demócratas. De ahí la parsimonia del señor Bush para paliar lo que era un tragedia previsible, así como para propiciar la rápida reconstrucción de la ciudad.
La nueva serie del laureado David Simon (The Wire, The Corner) nos traslada a ese lugar de reminiscencias funestas donde el olor a moho y humedad se mezcla con la putrefacción de los cuerpos aún no enterrados en una atmósfera inquietante de tintes postapocalípticos, cargada de una extraña energía decadente. La gente regresa paulatinamente a sus hogares (o lo que queda de ellos), recobra el ritmo de una cotidianeidad impostada, vuelve a la vida intentando obviar la herida supurante del pasado reciente; pero la mirada de cada uno de ellos apenas puede disfrazar el pesar arrastrado desde la tormenta, el dolor por la pérdida, el miedo que se apoderó de sus nervios ante la incertidumbre de su propia supervivencia, la indignación hacia aquellos que dicen ser sus representantes y que nada hicieron cuando la necesidad apremiaba. Nueva Orleans es una ciudad de espectros en vida a los que tan sólo la música puede amparar.
Los destinos de los personajes de este drama coral se entrecruzan en virtud a su relación con ella, un canal de conexión único e insólito a través del cual los sentimientos soterrados afloran con mayor facilidad, ya sea bajo la impetuosidad del trombón doliente de Antoine Batiste, las letras mordaces de Davis McAlary, el quejido delicado del violín de Annie, los cánticos espirituales de ‘Big Chief’ Lambreaux o la amalgama de trompas, saxos, guitarras, contrabajos y voces únicas que jalonan la trama de este tributo entregado a la música de New Orleans. Y es que en Treme, el mítico barrio negro de la ciudad, transitan de forma desordenada generaciones de prodigiosos solistas, cantantes legendarios y melómanos de todo el mundo atraídos por el ambiente excitante y espontáneo del lugar. Aquí todo emana ritmo y música en un ciclo sin fin cuyo momento cúlmen es el Mardi Gras (martes de carnaval), fecha trascendental para la vida de todos sus habitantes y auténtico punto de confluencia de los diferentes ejes argumentales de la serie.
El desfile de este año, sin embargo, se encuentra lastrado por la ausencia de muchos y el dolor de los que han regresado. El espíritu de fiesta y jolgorio rivaliza con el ánimo lúgubre que la destrucción ha sembrado en derredor. Un Mardi Gras extraño, desvaído, pero no por ello menos colorista y estimulante. La gente necesita del aire despreocupado de los desfiles, del sentimiento de comunidad en torno a las barbacoas, del goce de las bandas de la ciudad tocando y las tribus de indios marchando con su aire místico por las calle. Es imposible resistirse al magnetismo de este vórtice cultural cuando apenas puedes retener tus pies del ritmo eléctrico de los trombones.
Esto es Treme, la compleja crónica musical de una ciudad con luces y sombras, con dramas subyacentes y heridas abiertas, pero sobre las que emerge un espíritu irredento de pasárselo bien. La HBO lo ha vuelto a hacer; nos ha cautivado con este acertado retrato social de una época y un lugar determinados compuesto por retazos de vida interconectados a los que dan forma un extenso cúmulo de intérpretes brillantes encabezado por Khandi Alexander, Wendell Pierce y Rob Brown (todos ellos viejos conocidos de The Wire), así como otros nombres de referencia en Hollywood como Melissa Leo, John Goodman o Steve Zahn. Y por último, la música, la que mueve este mundo, la que expresa todo el amor, la incertidumbre, el gozo y el dolor del ser humano. Tan sólo disfruten de esta joya, véanla, escúchenla, siéntenla. 
Puedes escuchar toda la música de la serie en el siguiente podtcast de CadenaSer

Series de Televisión; The Shadow Line

9/10
La difusa línea que separa los bíblicos territorios del bien y del mal parece estar más sujeta a una cuestión de percepción personal que a una división moral definida entre virtuosos e infieles. Al menos eso es lo que se desprende de los contradictorios vaivenes argumentales a los que nos aboca la densa e intrincada trama de esta nueva serie de la BBC, donde cada uno de sus personajes abanderan su propia misión de acuerdo a unas ambiciones variables más allá de dicotomías existenciales acerca de la idoneidad de sus actos. Pues, cómo establecer un valor común sobre lo correcto, lo bueno, lo provechoso para la sociedad, cuando cada uno de los actores de este vasto tablero de ajedrez acomete sus movimientos según sus propias normas de integridad e intereses.
El misterioso asesinato del capo de la droga londinense Harvey Wratten no es sólo el fascinante arranque de esta miniserie de siete episodios creada por Hugo Blick, sino el punto inicial de la reconfiguración de una extensa red de nodos interconectados en torno al lucrativo mercado de las sustancias ilegales. Y es que cuando cae un gigante, son muchos los que acuden ávidos a suplir el vacío dejado. Es entonces, en ese caótico periodo de transición, cuando se desvelan las traiciones y lealtades larvadas durante años, las ambiciones no satisfechas, el miedo a perder lo hasta ahora gozado, las contradicciones de un submundo que no entiende de valores o tradiciones; y emerge, sobre todo ello, el dinero como catalizador último de la multitud de líneas trazadas para su consecución.
En pugna, las dos históricas familias del crimen organizado; los servicios de seguridad del estado y los traficantes, todos ellos unidos en una amalgama de núcleos independientes donde la honradez es una quimera y el afán de poder una condición indispensable. Apenas es posible discernir entre el amplio abanico de policías y funcionarios corruptos y la despiadada fisonomía de la jerarquía mafiosa, pues su simbiosis es el requisito ineludible para la pervivencia del sistema en un orden relativamente estable. Para ello son igualmente necesarios en el juego los periodistas, ya sea a través de su silencio o actividad, como curiosamente ha quedado ilustrado con el caso de las escuchas ilegales del News of the World en el Reino Unido.
The Shadow Line se antoja en ocasiones como un impenetrable rompecabezas de tramas yuxtapuestas y personajes con objetivos dispares e indescifrables, enmarcado en una atmósfera cerrada, cruda, de una violencia explícita sin paliativos donde cada acción es ejecutada sin contemplar sus consecuencias. Aquí no hay lugar para consideraciones sentimentales, no existe la familia ni la amistad, todo lo rige el interés por el dinero, por lo que los clichés tradicionales del género de gángsters carecen de sentido. The Shadow Line nos muestra un panorama hiperrealista de un ámbito oculto que apenas se siente en la superficie de la sociedad, narrado en un tono frío y un ritmo cadencioso salpicado de momentos de acción inesperada a partir del característico estilo pulcro y académico de los británicos sin artificios ni concesiones al espectáculo
Más allá del fascinante argumento que vertebra la serie y que, según su creador, fue construido con la ayuda de una pizarra blanca con la que atar cabos; un puñado de personajes memorables hacen de esta obra una exquisita muestra de cómo realizar un thriller dramático con rigor y profundidad. El veterano Stephen Rea da vida a Gatehouse, una misteriosa figura que hipnotiza a través de sus diálogos pero que apabulla con su despiadado proceder; Chiwetel Ejiofor y su rol como el policia Jonah Gabriel aporta el componente de moralidad a la trama; Christopher Eccleston está espléndido en la piel de Joseph Bede, Kierston Wareing convence como la compañera de Gabriel y un largo etcétera de secundarios que completan el mosaico desordenado de una historia con un final sorprendente.
Recomendar The Shadow Line es toda una obviedad. Un humilde servidor ha tenido pocas ocasiones de disfrutar de una serie tan bien construida, con un estilo tan convincente y un argumento decididamente adictivo. La ficción televisiva muestra una vez más que sus formatos son, en muchos casos y géneros, muy superiores a lo que puede ofrecer la duración limitada de una película, sin ser necesario extender la acción durante largas temporadas. Siete episodios son suficientes para contar una historia de una forma tan perturbadora, atractiva, dramática, frenética, cruda y magistral como lo hace la que podría ser, salvo una nueva genialidad por llegar, la serie del año. Y es que los británicos lo han vuelto a hacer; su producción es puro arte televisivo y, a pesar de no ser reconocidos por el público internacional, no cabe duda de que están un paso por delante del resto.

Series de Televisión; The Crimson Petal and The White

 8/10
El excelente estado de lucidez de los creadores norteamericanos de series televisivas ha tendido a concentrar buena parte de la atención internacional hacia sus inestimables productos, sin embargo, dicha incuestionable realidad dista mucho de excluir el interés por la producción de otros países. La industria de ficción de Reino Unido es, en este sentido, un claro ejemplo de cómo anteponer la calidad de sus obras al aspecto más puramente comercial de las mismas, a partir de formatos atípicos y temporadas reducidas que se adaptan a las características inherentes del material original en lugar de recorrer el camino inverso. Aún más sorprendente es el hecho de que este fascinante campo de experimentación creativa desarrollado en la televisión británica se ha incentivado de forma predominante desde el sector público a través de las cadenas de la BBC, las cuales han apostado por productos arriesgados, insólitos y, en muchos casos, alejados de los cánones tradicionales de lo políticamente correcto exigidos a la televisión pública.
La adaptación a la pequeña pantalla de la novela de Michel Faber, The Crimson Petal and The White (Pétalo Carmesí, Flor Blanca en español), publicada en el año 2002 con un rotundo éxito de crítica y público, se erige como un ejemplo idóneo para ilustrar la falta de tibieza de los responsables de la BBC a la hora de acometer sus proyectos. La miniserie de cuatro episodios dirigida por Marc Munden y adaptada por la dramaturga Lucinda Coxon supone un acercamiento al Londres victoriano desde un enfoque que dista mucho de la estética clásica y la narración académica consustanciales a los dramas de época. Aquí la cámara se agita y se deforma de acuerdo a la recreación de los ambientes contradictorios de la capital de un imperio sustentado en las desigualdades de su propio pueblo; todo adquiere un matiz barroco, esperpéntico incluso, que juega con los extremos del abanico cromático para dar carta de naturaleza a los sentimientos de sus personajes; desde la frialdad de los grises y azules metálicos de los bajos fondos hasta la explosión colorista del interior de los burdeles y las mansiones de la clase aristócrata. 
The Crimson Petal and The White narra la historia de Sugar, una prostituta con cierta fama entre la clase alta londinense sobre la que se extiende un halo de misterio que incentiva el deseo de sus numerosos pretendientes. Uno de ellos, William Rackham, propietario de una fábrica de jabones en decadencia un tanto trastornado por los problemas económicos y la enfermedad mental de su esposa, queda súbitamente prendido de la belleza delicada y la mente perspicaz de la joven, llegando a conseguir sus servicios en exclusiva para convertirla en amante y confidente de sus cuantiosos dilemas y preocupaciones existenciales. La conjunción de ambos mundos opuestos desvela la hipocresía subyacente de una aristocracia que acude a los bajos fondos para saciar los instintos humanos más primitivos vedados en su particular burbuja de solemnidad y comedimiento; y el impulso vital de los desheredados que mueren cada día fruto de las enfermedades y el hambre por escapar de ese pozo oscuro al que se han visto condenados a vivir.
Un grito desesperado es lo que pretende proferir Sugar a través de su ‘Libro del Odio’. Allí se venga de todos aquellos señores respetables que le han robado su inocencia y su juventud, esa es la válvula de escape hacia una suerte de limbo inconsciente que la emplaza a una indiferencia existencial, hasta que el amor del señor Rackham le promete una vida digna alejada del burdel de la señora Castaway. La mirada desvaída de la bella Romola Garai (ahora en la nueva serie de la BBC, The Hour) dota de un atractivo hipnótico a su personaje, de frágil apariencia pero sólida disposición, suscitando una vaga sensación de lejanía, como si efectivamente fuese el ángel salvador que la demente señora Rackham veía en ella. Resulta complejo apenas retirar la vista de su poderosa presencia, como la débil llama de una vela hermosa, magnética, cautivadora, casi divina. 
Más terrenal, sin embargo, es el patético señor Rackham, interpretado de forma brillante y profunda por Chris O’Dowd, actor británico lanzado a la fama por su papel de geek en la sitcom The It Crowd y ahora en un rol diametralmente opuesto; o su esposa a la que da vida con una autenticidad pasmosa a pesar de su dificultad la actriz Amanda Hale. También espléndidos están la irreconocible Gilliam Anderson (la mítica agente Scully de Expediente X) como la señora Castaway, Richard E. Grant en el papel del oscuro médico de la familia, y la excelente Shirley Henderson como la señora Fox.
The Crimson Petal and The White es una obra de contrastes entre la podredumbre de las húmedas callejuelas londinenses de finales del siglo XIX y la elegancia impostada de los salones de la clase acaudalada; que se filtra en nuestra pensamiento en un vorágine desconcertante de sexo, esperanza, pasión y destrucción, con un ritmo pausado pero implacable, diálogos profundos y miradas que desvelan las más hondas sensaciones. Una serie con alma que te embarga desde un arranque demoledor (y algo inconexo), que te seduce en su devenir y que finalmente te atrapa en un desenlace evocador; una verdadera joya contemporánea con una estética fascinante, un elenco de actores insuperable y una valentía encomiable.

Series de Televisión; The Killing

 8/10
Tras el abrumador éxito comercial del subgénero policiaco o de investigación obtenido en la pequeña pantalla tras la irrupción de series como C.S.I Las Vegas en el año 2000 (la franquicia se extendería a Miami y Nueva York en 2002 y 2004 respectivamente), Navy, NCIS, Mentes criminales o Caso abierto, pocos éramos los que augurábamos un mínimo resquicio de originalidad en un formato de ficción explotado hasta la extenuación. La infinita perspicacia de los detectives de turno llegaba a ser cargante a lo largo de un ciclo de episodios autoconclusivos, sin el más mínimo atisbo de veracidad, de matices que aportar a una trama planificada con aséptica minuciosidad pero a su vez escaso ingenuo.
No obstante, cuando las esperanzas parecían ser toda una quimera para el espectador exigente, la cadena de cable estadounidense AMC nos ha devuelto la ilusión por el relato clásico policiaco, ese que se siente deudor de la novela negra labrada por referentes indiscutibles como Jim Thompson, Dashiell Hammett o Patricia Highsmith, gracias a un producto atípico dentro del panorama televisivo por su ritmo sosegado y ajeno a efectismos pero acorde con el estilo distintivo de otras joyas de la cadena como Mad Men o Breaking Bad, donde se prima la calidad artística sobre cualquier otra consideración comercial.
The Killing, la serie creada por Veena Sud y basada en el thriller danés Forbrydelsen, destierra el tradicional formato de episodios con un principio y fin delimitados por una trama aislada, para enlazar con otro de los hitos de la ficción televisiva Twin Peaks, a partir de la investigación del caso de Rosie Larsen, una joven asesinada y hallada en el maletero de un coche sumergido en un lago, que se extenderá a lo largo de los trece episodios que componen la primera temporada (la cadena acaba de anunciar su renovación). La extensión temporal de la que goza la serie (cada entrega corresponde a un día de la investigación) permite al espectador sumergirse en una opresiva trama ramificada en tres grandes líneas argumentales que tienden a confluir en torno al asesinato de la chica, dotando a la narración de una riqueza descriptiva y emocional inaudita entre los productos televisivos policiacos. Las disquisiciones morales de sus personajes, así como los puntos oscuros de sus conductas e historias individuales, se van desgranando paulatinamente en un desarrollo sin grandes alardes pero provisto de una veracidad incuestionable.
Con The Killing asistimos, por un lado, a un intenso drama familiar desencadenado por la súbita muerte de la joven, que sume a los padres de esta en una profunda depresión que los llevará a adquirir un papel determinante en el devenir de los acontecimientos; por otro se nos presenta un rotundo e implacable retrato de la vida política a partir del candidato a la alcaldía de la ciudad, quien se ve salpicado por el caso tras haber encontrado a la chica en un coche de la campaña; y por último guía el relato la investigación policiaca propiamente dicha, llevada a cabo por una extraña pareja de detectives compuesta por una tozuda mujer embarcada en su propia deriva sentimental y por su singular aprendiz, un policía de extravagantes recursos y apariencia de criminal en plena reinserción social. Como escenario de excepción de los acontecimientos, surge la ciudad de Seattle a modo de un actor más, creando una atmósfera cerrada, asfixiante y angustiosa marcada por la lluvia siempre presente (de hecho, el sol no aparece en ningún momento a lo largo de la serie).
La acción se desarrolla, pues, focalizada en los detalles de cada uno de los ejes argumentales con un ritmo pausado pero adictivo, como si de una novela de intriga en la que no se puede contener el ansia de conocer el final se tratase. The Killing arroja diferentes pistas falsas acerca del hipotético asesino de Rosie Larsen a lo largo de toda la trama; los presuntos culpables aparecen y desaparecen en cada capítulo a partir de constantes giros del guión, hasta confluir en un final que no contentará a todos por su ambiguedad pero que supone el sorprendente punto de partida para una más que posible prolongación del caso en la siguiente temporada. No en vano, buena parte del reparto ya ha sido renovado, incluidos los padres de la niña, unos excepcionales Brent Sexton y Michelle Forbes como los portadores de la carga dramática de la serie. A ellos les acompañan Mireille Enos, la actriz que da vida a la detective Sarah Linden en un rol que le ha valido su primera (y merecida) nominación a los Critic’s Choice Awards; Joel Kinnaman, actor sueco que interpreta a Holder, el peculiar compañero de Linden; y Billy Campbell, como el concejal candidato a la alcaldía de Seattle; hasta componer un reparto de un atractivo evidente y dotado de una veracidad pasmosa.
The Killing es, sin duda alguna, una serie policiaca para aquellos que rehúyen de este género televisivo por sus efectismos y tramas planificadas al detalle. En la nueva creación de AMC hay algo más que un caso por resolver, existe un drama tras cada uno de sus personajes, seres que se enfrentan a sus propios problemas en un entorno opresivo y cerrado. En esta serie hay vida, no se trata de un mero decorado de cartón piedra construido para fascinar al espectador, aquí todo desprende autenticidad, emoción y mucha intriga.