Archivo de la categoría: Series de televisión

Series de Televisión; The Borgias

Siempre que aparece una serie de este estilo suelen salir tambien de debajo de las piedras centenares de expertos que se ubican en la corriente del llamado «escepticismo televisivo». Esta denominación podría enmarcar a todos aquellos que analizan cada segundo de cada ficción de la pequeña pantalla para poder criticar simple y llanamente (aunque a veces, con mucha razón) comportamientos de los guionistas que poco tienen que ver con lo realmente sucedido.
Yo no proclamo la inexactitud histórica pero todos sabemos de qué pie cojeamos. La objetividad es un mito viviente y aún hoy, para los que tenemos la ingrata suerte de estudiar Periodismo, es uno de esos preceptos máximos y dogmas de fe a los que debemos llegar algún día. Los periodistas somos como una suerte de budistas que esperan llegar a su «nirvana».
Efectivamente, la objetividad en la ficción televisiva histórica es algo que resulta casi quimérico. Nuestro viaje por el éxito comenzó en 2005 cuando la Meca de la Televisión, la Home Box Office (HBO) realizó con un presupuesto de 100 millones de dólares por temporada una de las series más exitosas de la historia de la pequeña pantalla: Roma. Un recorrido por una de las más apasionantes tramas urbanas de la Roma imperial y que tenía a carismáticos personajes como lúcidos protagonistas. Vorenus, Marco Antonio, César y toda la sarta de arpías y sátrapas que poblaban los palacios romanos estaban reflejadas en una serie que pasará a la Historia por querer narrar cientos de relatos de una manera apabullante y que posteriormente quedó en un exceso de metraje y una apabullante puesta en escena que bien mereció cada dólar invertido en su producción. Roma fue uno de los primeros ejemplos en la televisión actual de que la objetividad no estaba tan diáfana como se pretendía. Hay teorías, procedentes de los historiadores más ávidos, que investigan la procedencia real de cada uno de los personajes que aparecen en el metraje.
En todas estas series hay una obsesión por encontrar un equilibrio entre la realidad / Historia y la ficción / licencias narrativas. Al final nos preocupamos más de si Marco Antonio realmente concibió a sus hijos con Cleopatra en un campamento entre Tebas y Alejandría que de intentar disfrutar con una superproducción como nunca jamás volveremos a ver. Por si fuera poco, se nos introducía en una espiral de sexo y violencia que a poca gente gustó en su primer visionado pero que fue sustituyendo por altas dosis de calidad en la redacción de todos y cada uno de sus veinticuatro capítulos de una hora de duración.
En segundo lugar, y dos años después, el actor irlandés Jonathan Rhys Meyers estrenaba bajo el auspicio de la productora Showtime una serie muy popular sobre un tema muy recurrente en la Historia como son los seis matrimonios del rey Enrique VIII y el fatídico destino de algunas de sus esposas. Con un planteamiento tan atractivo, a Los Tudor le llovieron los palos nada más comenzar. Nadie se imaginaba al orondo y rosado monarca británico con aquel porte esbelto que poseía Rhys Meyers. Sin embargo y a pesar de su flagrante éxito, las inexactitudes históricas en la serie son evidentes. Muchos de los acontecimientos ni siquiera sucedieron o están confundidos de una manera bastante escandalosa. La muerte de Ana Bolena o Tomás Moro, el nacimiento de Bolena, la fundación del Vaticano o algunas fechas de guerras imposibles de librar por Enrique VIII son algunos de los ejemplos más demostrados de una serie que terminó con su cuarta temporada pero que le dio numerosas alegrías tanto a su productora como a sus intérpretes, resucitando las carreras de Sam Neill y Jeremy Northam o relanzando la de Jonathan Rhys Meyers.
Es normal que para el estreno de The Borgias la mayor parte de los historiadores ya estén de uñas a ver lo que se encuentran en esta serie que bebe, sobre todo, de Los Tudor en su planteamiento aunque difiere en su temática. Especialmente atentos se hallan los expertos españoles que, viendo como nos tratan fuera de nuestras fronteras, están a la espera de cualquier atisbo de ineficacia narrativa para comenzar a dar palos a diestro y siniestro.

Tras ver el episodio piloto (en versión original, por supuesto) este escritor os anima y os exhorta a no perder el hilo de una serie que promete seguir en la estela de las grandes ficciones históricas. En España tendremos ocasión de verla en Cuatro aún sin fecha confirmada aunque ya podemos ver las correspondientes promos que nos ponen la miel en los labios.
Puedo afirmar que la serie tiene todos los ingredientes necesarios para convertirse en un éxito. Jeremy Irons ha sido siempre un intérprete formidable y lo sigue demostrando a sus 62 años encarnando de manera sublime a Rodrigo Borgia, heredero de la familia española que llega como miembro de la curia a Roma y se convierte en Vice-Cardenal del papa Inocencio VIII. La trama comienza con la muerte de dicho pontífice y se nos van retratando las intrigas que rodean a una saga familiar que ha sido objeto de las más diversas teorías y conspiraciones. Los cuatro hijos de Rodrigo Borgia (Juan, Gioffre y, sobre todo, César y Lucrecia) serán el origen de los desvelos del protagonista y de nosotros, los espectadores ansiosos de ver cada uno de los capítulos de una serie que ya ha conquistado su terreno en Estados Unidos y Canadá como perfecta heredera de la recientemente desaparecida Los Tudor.
Creada por Michael Hirst, guionista de todos los episodios de la trama de Enrique VIII, The Borgias supone la primera incursión de un director consagrado como es el irlandés Neil Jordan (Juego de Lágrimas, Entrevista con el Vampiro, Michael Collins) en el terreno televisivo. Diálogos sólidos, una ambientación perfecta de la ciudad de Roma en el año 1492, cuando Rodrigo Borgia comienza sus fechorías, y un tema inicial que invita al visionado de cada capítulo es lo que se nos ofrece en esta nueva apuesta de la cadena Showtime, la cual sigue teniendo en Dexter a su buque insignia dentro de la alta competencia inserta en la nueva ficción televisiva norteamericana.
Sólo hemos visto un episodio, el piloto, pero las sensaciones son más que excelentes. Yo, gran amante de la Historia y de las artes interpretativas de Jeremy Irons, encuentro en esta serie un aliciente para seguir creyendo que todavía existen posibilidades de poder ver buenas tramas en televisión alejadas de los condicionantes adolescentes o de los tópicos harto repetidos de las series que se están estrenando recientemente. La fidelidad a ficciones como Mad Men, Dexter, House o Breaking Bad son garantía de calidad.
Y ahora más que nunca. Mi compañero Jesús Benabat tuvo el placer de hablar sobre sus sensaciones acerca de la llegada de la primera temporada de Juego de Tronos a la pequeña pantalla, en lo que supone una nueva serie de HBO que está enamorando a centenares de miles de espectadores y que, junto con The Borgias, se convierte en una de las apuestas más importantes para este 2011 en lo que a televisión se refiere.

Series de Televisión; Juego de Tronos

Es un hecho incontestable; las fronteras interpuestas entre los formatos televisivos convencionales y la producción cinematográfica tradicional han sido arrumbadas finalmente propiciando un transvase de calidad y presupuesto desde la industria del séptimo arte hasta el mercado masivo de la pequeña pantalla. Para aquellos que aún guardaban ciertas reticencias en legitimar este movimiento iniciado por series como Hermanos de Sangre, Los Soprano o The Wire, la cadena de cable estadounidense Home Box Office (HBO) ha dado un rotundo golpe de autoridad en el panorama televisivo con una nueva propuesta de ficción de tintes épicos, tanto en su argumento como en su despligue financiero, que promete marcar el definitivo hito histórico de la gran época dorada que estamos viviendo desde nuestros hogares.
Juego de Tronos (Game of Thrones) no es ya sólo una muestra más del rigor creativo de una productora independiente que ha suplido la carencia de originalidad de Hollywood, sino la traslación definitiva del espectáculo cinematográfico a un formato seriado de infinitas posibilidades narrativas al que se adhieren elementos hasta este momento inéditos en el espectro catódico. Lejos quedan ya las historias convencionales filmadas según patrones rutinarios y con un indisimulado conservadurismo formal; la televisión de hoy es un estimulante laboratorio de apuestas transgresoras que no eluden la violencia, el sexo o el humor más negro para cautivar a una audiencia masiva global. En ese sentido, la nueva serie de HBO concentra en sí misma muchos de esos ingredientes y les añade un escenario totalmente nuevo, inaudito, reservado hasta ahora para las grandes superproducciones cinematográficas. Juego de Tronos podría haber sido una saga fantástica al estilo de la trilogía de El Señor de los Anillos, no en vano se basa igualmente en una serie de novelas (Canción de Hielo y Fuego) escritas por George R.R. Martin; sin embargo su singularidad viene dada por su adaptación a un formato episódico que puede elevarla a una categoría antológica.
Al menos sus responsables, la plana mayor del panorama televisivo entre los que destacan Tim Van Patten (Los Soprano, Boardwalk Empire), Brian Kirk (Los Tudor, Luther), Daniel Minahan (Deadwood, True Blood) y Alan Taylor (Roma, Bored to Death); van a poner todo su empeño en conseguirlo con el respaldo económico suficiente para lograr una ambientación fiel al original literario. Juego de Tronos en un proyecto majestuoso que ya en su capítulo piloto sienta las bases de lo que promete ser todo un espectáculo visual sustentado en un tejido argumental complejo subdividido en diferentes tramas y en las interpretaciones sólidas de un elenco actoral encabezado por el siempre convincente Sean Bean.
Llega el invierno… y con él la oscuridad de una época cruda y larga en la que la amenaza de criaturas salvajes y las ambiciones enconadas por el trono de los siete reinos se extiende como una sombra preludio de aventuras y empresas por llevar a cabo. La acción se abre paulatinamente, con cierto aire enigmático, tenebroso, en los confines del Muro, en un bosque helado donde unos soldados se enfrentan a un enemigo incierto, temido desde hace siglos. El pulso del primer acto es brillante, algo grotesco, pero con un sentido del ritmo deudor de las grandes obras del suspense, hasta dar paso a un desarrollo más disperso aunque no menos cruento. En este primer episodio, los personajes son esbozados con cierto hondura por una cámara curiosa, con el genuino estilo de Van Patten (pues ya en televisión podemos hablar de cierta autoría), que enlaza los tres grandes bloques de una historia que confluye en la lucha por el tan ansiado vértice de poder, a través de una sólida narración enmarcada por el ambiente gris, frío e implacable de Invernalia.
Una obertura que anticipa algunas de las bondades de una serie en la que la violencia, el sexo sin tapujos y las truculentas relaciones entre sus protagonistas van abriéndose paso en el flujo discursivo de los episodios, hilvanados por un necesario componente adictivo emplazado en el final de cada uno de ellos (o al menos eso se intuye tras la primera entrega). La expectación en torno a Juego de Tronos ha estado, pues,  justificada a tenor de la calidad indiscutible de su inicio demoledor, por lo que las sombras de dudas acerca de si logrará mantener el pulso en su posterior desarrollo están desacreditadas. La HBO ha apostado fuerte y su consecuencia directa no puede ser otra que la competitividad de un mercado que vive un esplendor al que auguramos una larga existencia. Millones de espectadores ya han quedado prendidos por este espectacular entrega de fantasía épica que adapta lo inadaptable según los propios directivos de la cadena, y aún quedan otros once capítulos por disfrutar, además de una segunda temporada confirmada. La aventura continua..nosotros no nos la perderemos.

Series de Televisión; Spartacus: Sangre y Arena

3/10
Se que muchos me echarán a los leones por lo que se dispone a leer en esta crítica a continuación. Lo se porque ya me ha pasado y tengo asumido que forma parte del espectro de opiniones que existe alrededor de una serie o película, algunas buenas, otras no tan buenas y algunas pésimas.
La mía sobre esta serie, Spartacus: Sangre y Arena, es de las pésimas. Me bastó el primer capítulo de la primera temporada para darme cuenta de que esta serie no es lo que yo esperaba. Me la anunciaron casi como una continuación de aquella maravillosa serie titulada Roma entremezclada con el montaje sensacional que Zack Snyder tejió para 300. Todos los adjetivos gloriosos se quedaban cortos.
La diferencia es que Snyder, además de sorprendernos con unos efectos especiales realmente novedosos y brillantes, supo captar el espíritu de la época y plasmar a nuestra tecnología y realidad una apasionante historia acerca de trescientos espartanos y su lucha contra el poderoso imperio persa. Si a eso unimos a un Gerald Butler en estado de gracia, tenemos un buen y delicioso cóctel. 
En Spartacus: Sangre y Arena el guión, además de ser uno de los peor construidos de la historia reciente de la televisión, sacrifica la historia en favor de continuas escenas de violencia sin sentido y de sexo explícito que no vienen a cuento. Lo que de verdad resulta sangrante son los saltos temporales donde un soldado aparece, de buenas a primeras, en casa con su amada esposa y en la escena inmediatamente anterior, está con el resto de su guarnición repeliendo un ataque romano en la otra punta de la Europa imperial. Aquí, uno comienza a darse cuenta de que la historia no tiene ni pies ni cabeza y la construcción del metraje parece hecha por algún primo del creador, un adolescente sediento de sangre y sexo.
El montaje es fastidioso. Molesta mucho ver cortes y fundidos sin ton ni son en una serie supuestamente histórica, que debe cuidar un poco el tratamiento del montaje. No es que sea un puritano, pero es lo menos que se debe hacer. Espartaco es una serie informatizada donde los croma-key (pantallas verdes, para los no-iniciados) son la nota dominante. Una serie a la que se le ve el truco desde el primer capítulo y que no aporta nada a la ya consagrada calidad que tiene la televisión norteamericana en materia de series.
Diálogos impropios de una época con palabras como bastard, bitches y lo peor, una frase harto repetida en la serie (con perdón): «por la polla de Júpiter». Escenas de sexo, mujeres desnudas, un asombroso despliegue de pechos, penes, vaginas y toda suerte de aparatos reproductores masculinos y femeninos. Litros y litros de sangre que se derrochan al cortar un cuello. La sangre ni siquiera salpica a la pantalla, se queda lejana. 
Ya lo advierto. Las comparaciones son odiosas. Gladiator, 300 y Roma son tres obras fílmicas independientes de las que esta serie coge ideas. El nivel es bajo y cualquier parecido con la realidad es pura ficción. Lo peor no es eso. Lo peor es que haya habido gente que ha hecho circular el rumor de que esta serie la ha producido HBO, el palacio de la calidad televisiva, cuando es algo totalmente falso y hasta doloroso para los amantes de la buena televisión.
También nos venden la serie como la historia de aquel famoso esclavo que fue apresado y pasó a convertirse en un guerrero que luchó contra la tiranía del Imperio Romano. Si de verdad, quiere conocer la historia le recomiendo que no pierda el tiempo viendo esta serie y se acerque a la obra que hizo Stanley Kubrick en 1963 llamada Espartaco, donde Kirk Douglas, Laurence Olivier, Tony Curtis, Peter Ustinov y Jean Simmons sí hacen las delicias de cualquier aficionado al cine de verdad.
Como siempre, estaré encantado de que me hagan cualquier tipo de comentario a esta crítica. Pero, por favor, absténgase de insultarme. He tenido bastante con los improperios de la serie. Y recuerde que mi opinión es tan respetable como la suya. 
Muchas gracias.

Series de Televisión; Downton Abbey, la joya de la corona británica

                      8/10                 
Es curiosa la fascinación que causa la pompa y el boato de los dramas conspiratorios de la aristocracia decimonónica entre un público que guarda ya escasas similitudes con la mentalidad y el entorno de estos curiosos personajes arraigados a su tiempo histórico. Probablemente sea el decadente mundo subyacente hibernado entre el oropel y el deslumbrante poder de las apariencias; o la vacilante linde que rige los inciertos terrenos de la grave rectitud y el transgresor nihilismo más insospechado; o quizás el acérrimo inmovilismo de una clase social abocada al precipicio como una crónica anunciada de su propio cataclismo, los que hacen de la amanerada conducta de la nobleza un producto de consumo digno de aprecio y seguimiento entre las nuevas generaciones.
En este sentido, nadie como los británicos han sabido ensalzar las miserias y bondades de la aristocracia conjugando su poder de seducción con el implacable retrato de su fingido pundonor. No en vano, ha sido su propio devenir histórico el encargado de modelar una suerte de icono basado en la dignidad y caballerosidad de su clase, que tradicionalmente se ha opuesto a los excesos grandilocuentes y extravagantes de sus vecinos franceses y españoles o la ruda austeridad de los centroeuropeos. Hablamos de esa característica flema británica, esa distante traza de superioridad que abarca desde el terreno político hasta la herencia cultural heredada a través de los siglos con la asumida certeza de ser los pioneros en crear conceptos tan abstractos como el liberalismo o el teatro. Más allá de ser todas ellas cuestiones al menos objetables, no vamos aquí a negar que se trata de una cultura admirable, repleta de matices, tan profusa en atributos como en lacras; un submundo, en fin, de códigos y lealtades apasionantes que es un verdadero placer ver desgranado en sucesivos episodios en la pequeña pantalla.
Downton Abbey es una obra maestra que corrobora lo que podríamos catalogar como la edad dorada de la televisión. Si bien es cierto que la producción de ficción televisiva estadounidense ha centrado buena parte de la atención de la crítica y el público internacional con series de inestimable valor artístico, no se debe obviar los exigentes patrones cualitativos autoimpuestos por los creadores británicos, especialmente por los responsables de la cadena pública BBC, con trabajos como Sherlock, Luther, Being Human, Doctor Who o Gavin & Stacey. La competencia no ha tardado, pues, en comprender la necesidad de, en lugar de descender al fango del sensacionalismo, apostar por una televisión de calidad; el Canal 4 sorprendió hace dos años con Misfits e ITV arriesgó esta pasada temporada con Downton Abbey, una seria con un coste neto de un millón de euros por episodio, que ha sido recompensada con el favor de crítica y público, hecho que le ha valido la renovación para la esperada segunda temporada, actualmente en proceso de producción.
Es una obviedad que de méritos no adolece. La serie creada por Julian Fellowes cuenta con la clara referencia televisiva de Arriba y Abajo (1971-1975) y evidentes similitudes con la fantástica película de Robert Altman (y escrita por el propio Fellowes) Gosford Park; con las que, además, comparte el minucioso retrato de las relaciones humanas entabladas en un entorno cerrado y estratificado, en este caso la la mansión señorial de los Grantham. Es precisamente esa atmósfera de cierta clausura donde la comunicación exterior es muy limitada la que propicia que los sentimientos recíprocos se intensifiquen, cobren una especial dimensión en cuanto determinan directamente las relaciones entre los personajes. Envidias, ambiciones, amores soterrados, conspiraciones, el honor como máxima indiscutible y lealtades insobornables se dan cita en un microcosmos sobre el comportamiento humano en una época ya superada de la que, sin embargo, perviven muchos de sus equívocos.
Todo se nos antoja como una función de teatro en la que representar mediante máscaras unos roles adquiridos por la tradición y la coyuntura concreta de los acontecimientos. Este espectáculo dramático de tintes rocambolescos se inicia con la contrariedad de una muerte inesperada que puede desencadenar una crisis sucesoria en todo regla, además de introducir un elemento extraño y exótico dentro de la rutina ambiental de Downton Abbey. Desde el conflicto, el cual coincide con el hundimiento del Titanic,  la trama se desarrolla con un ritmo sosegado, desplegando sus claves en un primer acto brillante en el que seguimos por los vericuetos de la abadía a los personajes en sus quehaceres diarios, ya sean estos limpiar una chimenea, preparar el desayuno, planchar las hojas del periódico o dedicarse a la extenuante vida contemplativa de una joven aristócrata. Cada uno de ellos cuenta con su particular libreto que respetar tal y como lo requiere su interpretación; desde el mayordomo severo y algo cotilla, hasta la joven casadera a la que hallar prontamente un pretendiente, pasando por la oronda cocinera gritona, la estricta ama de llaves, la hermana envidiosa, el lacayo malévolo, el padre de familia solemne y consciente de su crucial importancia, o la abuela que da sentido a la expresión rancio abolengo.
El mayor interés de la obra reside, no obstante y paradójicamente, en el cambio. Ese dinamismo temido por una clase social afincada en un tiempo inmemorial que debe adaptarse a una época de efervescencia política, tecnológica y cultural. El cambio de siglo no llegó hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, y los Grantham debe presenciar cómo el orden conocido y heredado de siglos atrás se desintegra en un corto periodo de tiempo; la electricidad revoluciona los hábitos del hogar, el teléfono las comunicaciones, el socialismo amenaza con arrumbar con el orden político, el feminismo y su reivindicación del voto se enfrenta al anacronismo de la tradición machista, la modernidad de pensamiento hace surgir el concepto mismo de ‘fin de semana’ y un nuevo modo de organización del trabajo… La realidad muta, y los individuos, aunque siempre reticentes a la transformación, deben adaptarse a ella, y así lo presenciamos en una temporada de siete capítulos vertebrados por un rigor histórico envidiable y una capacidad pasmosa para cautivar al espectador mediante historias de evidente atractivo.
En ese sentido, es digno de mención el trabajo excelente del reparto coral que compone la producción, deudores del mítico buen hacer de la escuela interpretativa británica, en el que destaca una Maggie Grace que parece haber nacido bajo la piel de la viuda de lengua afilada Lady Grantham, el inconfundible rostro y la portentosa voz de Jim Carter como el mayordomo omnisciente, o la sugerente Michelle Dockery como Lady Mary. La ambientación, el gusto por el detalle, la fotografía y la banda sonora de John Lunn son otras de las credenciales para poder aseverar sin temor a equivocarnos que Downton Abbey es, a día de hoy,  la serie del año. Juzguen por ustedes mismos. Eso si, no pierdan la oportunidad de gozarla en versión original para apreciar los matices y el acento británico más aristocrático. Una verdadera joya.

Series de Televisión; Sherlock Holmes (BBC)

8/10
Los clásicos de la literatura universal parecen estar sujetos a una perpetua revisitación que los traslada a las tablas de un escenario, las páginas de un cómic o la gran pantalla de un sala de cine. A esta constatable tendencia de espíritu retrospectivo se suma ahora el incipiente mercado de la ficción televisiva, consciente de las oportunidades de un formato, el literario, fácilmente adaptable al carácter episódico de los productos de la pequeña pantalla. A este respecto, la última de las inmortales figuras del acervo popular resucitadas por la maquinaria creativa del mundo televisivo ha sido el cáustico y perspicaz personaje concebido por el británico sir Arthur Conan Doyle, el detective Sherlock Holmes. 
Y además regresa con evidentes aires de modernidad; en pleno siglo XXI, deudor de las nuevas tecnologías de la comunicación y en un Londres cosmopolita y renovado en plena fiebre pre-olímpica. No obstante, todo ello no es óbice para que este Sherlock conserve ese genuino espíritu que le dio carta de naturaleza a lo largo de innumerables aventuras entre pliegos de papel y olor a libro viejo. La figura del personaje literario perdura en la pantalla con una fidelidad digna de admiración, más aún en tiempos en los que la espectacularización de las historias y los héroes es una tendencia manifiesta (el Sherlock Holmes de Guy Ritchie, aunque divertido y apabullante, no tiene nada que ver con el ideado por Conan Doyle).
Puede que parte de esta minuciosidad en la recreación del mundo victoriano del sempiterno detective se deba a la vigorosa producción de la BBC británica, una cadena que ha sabido relanzar con maestría el género de ficción gracias a productos tan estimables como Doctor Who, Jekyll, Luther o la recientemente estrenada Outcasts. Creada por Mark Gatiss, Steven Moffat y Paul McGuigan (Obsesión, El caso Slevin), Sherlock es una miniserie dividida en tres episodios de 90 minutos de duración que sigue las pesquisas de la mente deductiva más brillante del universo literario en los sucesivos casos que se le presentan. 
Con el rostro del joven Benedict Cumberbatch, ya visto como secundario en algunas películas británicas (Las hermanas Bolena, Amazing Grace), el nuevo Holmes da verdadera entidad a la célebre flema del viejo imperio con su distinguida pose aristocrática y su conducta un tanto soberbia que le granjearán no pocos problemas en sus complejas relaciones sociales. No obstante, para la interacción con testigos y policías, goza de la compañía de un John Watson traumatizado por la guerra de Afganistán de la que acaba de regresar como médico y al que da vida Martin Freeman (coprotagonista de la original The Office y un rostro que nos será cada vez más familiar, ya que interpretará a Bilbo Bolsón en la versión de El Hobbit que prepara Peter Jackson).
Vertebrada por este improbable dúo de personalidades antitéticas, la serie nos sumerge en un asfixiante mundo de rastros inciertos, asesinatos sin resolver y rincones oscuros de un Londres desconocido; todo ello aderezado por una banda sonora absorbente y una cuidada puesta en escena que elevan cualitativamente la libre adaptación televisiva de la figura de Sherlock Holmes. De hecho, ante el aplauso unánime de la crítica y una gran acogida por parte del público británico, la BBC ya rueda una segunda temporada que volverá a contar con tres capítulos de 90 minutos y que previsiblemente se emitirá en el periodo estival. 
Y es que Sherlock no decepcionará a los acérrimos seguidores de las aventuras literarias de Conan Doyle, pues su espíritu, irónico, pretencioso, altivo, desconsiderado y con ciertas tendencias paranoides, continúa vivo, aunque ahora utilice teléfonos móviles e Internet en lugar de su legendaria lupa. Así pues, el nuevo Sherlock espera impacientemente en su apartamento de la calle Baker a ser redescubierto en la pequeña pantalla, renovado, pero eso sí, tan astuto como siempre. 

Crítica The Walking Dead: Zombies en la pequeña pantalla

 7/10

Los zombies vuelven a nuestras pantallas… aunque en esta ocasión a las de nuestros hogares. Los muertos vivientes son una de esas criaturas, como los vampiros o los hombres lobo, que nunca pasan de moda. Ha transcurrido ya más de medio siglo desde que George A. Romero y su La noche de los muertos vivientes diese inicio a un género cinematográfico tan aterrador como verdaderamente adrenalítico, y aún hoy los zombies continúan cosechando éxitos y seguidores por todo el mundo. Se han realizado diferentes vueltas de tuerca, desde la parodia descacharrante (Zombies Party) hasta el terror puro (28 días después) pasando por desvaríos gore  con litros de sangre por segundo en cada escena (Amanecer de los muertos); sin embargo, el flujo de propuestas que cuentan como protagonistas con estos seres diabólicos y a la vez humanos no cesa en virtud del beneplácito alcanzado entre el público.
Y ahora, al fín,  llegan a la televisión. Los zombies dejan la oscuridad de las grandes salas de cine para internarse en el íntimo espacio del hogar, donde luchan con todo tipo de criaturas y personajes excepcionales por una cuota de pantalla que les permita seguir aterrorizando al personal. Lo cierto es que el proyecto no podía ser mejor: The walking dead, inspirada en el cómic de Robert Kirkman, es una serie de la AMC inicialmente concebida para ser desarrollada en seis capítulos dirigidos, cada uno de ellos, por directores relevantes en el panorama televisivo o cinematográfico (de hecho, el episodio piloto, exhibido el día de Halloween en Estados Unidos, fue dirigido por el laureado realizador Frank Darabont), pero que sin embargo, a tenor del éxito cosechado desde el día de su estreno (coincidendo con Halloween y marcando un hito histórico para la cadena), ya ha sido confirmada para una segunda temporada que llegará en Otoño de 2011.

La premisa es bien sencilla. Un policía que fue herido en un tiroteo mientras se encontraba de servicio, se despierta en una habitación de hospital en la que reina el silencio y el abandono. Fuera, todo ofrece un aspecto desolador, los muertos jalonan los pasillos, el desorden reina en cada rincón. El sorprendido protagonista (interpretado por Andrew Lincoln, recordado por ser el enamoradizo pretendiente de Keira Knightley en Love Actually) comprueba a cada paso la pesadilla en la que ha devenido la realidad; deambula por una ciudad desierta en la que únicamente encuentra seres de aspecto cadavérico arrastrándose por el suelo, hasta que finalmente comprende que se encuentra sólo en un mundo destruido. Sin embargo, no todos los humanos han desaparecido y se topará con algunos que le ayudarán a encontrar a su familia.
Cualquier obra fílmica que nos sitúe en un mundo dominado por los zombies promete unos alicientes similares; tensión, claustrofóbia, drama e incluso ciertas dosis de humor espontáneo y sarcástico. The Walking Dead no deja de ser menos y da lo que promete; sangre y terror a partes iguales. La acción se desarrolla con cierta fluidez y guardando una perceptible fidelidad con su homólogo de tebeo, desbrozando las complejas situaciones con las que los desgraciados protagonistas topan a cada paso, acosados por una turba de no muertos hambrientos.
La serie congela el aliento, te mantiene en un estado constante de tensión, el corazón en un puño ante la incertidumbre de lo que ocurrirá en la siguiente escena.
 De hecho, en The Walking Dead no se elude la tragedia personal, la colisión de sentimientos primarios propios de un superviviente en un mundo devastado o las relaciones tumultuosas entre diferentes personajes al límite de su lucidez racional.
Así, hallamos momentos francamente espeluznantes (un ataque inesperado en la noche), desgarradores (cómo olvidar ese lamento solitario desde la azotea), espectaculares (la entrada triunfal a caballo en Seattle y ese plano cenital sobre el tanque) de una genialidad pasmosa (cuando se hacen pasar por no muertos), o decididamente sanguinolientos (aquí os dejamos una colección muy divertida de muertes de zombies), que complementan lo que podría haber sido un mero espectáculo televisivo gore.
 No obstante, se ha de señalar ciertos altibajos de ritmo e interés en los sucesivos capítulos, algo que difícilmente puede ser concebido en una serie con tan sólo seis episodios y, por ende, escaso tiempo para desarrollar tramas paralelas a la verdadera acción.
Y es que en ocasiones, la instrospección de algunos personajes (secundarios incluso) provoca cierta desesperación en el público, el cual ansía por encima de todo el frenetismo propio del género. Quizás por ello, Darabont (en funciones de productor) haya despedido a todo el plantel de guionistas de esta primera temporada, a los que buscará sustitutos para la siguiente.
De cualquier modo, The Walking Dead ha supuesto una brisa de aire fresco a un panorama televisivo que, si bien de una calidad superior, se encuentra dividido entre propuestas dramáticas y cómicas. Con la incursión de los zombies en la pequeña pantalla, se allana el camino a una enorme variedad de géneros que aún no han sido explotados pero que pueden verse beneficiados por los exitosos formatos televisivos.
 Este es, sin duda alguna, un ejemplo excepcional de cómo confeccionar un producto de entretenimiento para el gran público con unas dosis de calidad evidente, manifestadas en una cuidada puesta en escena, una recreación fascinante de la fantasmal ciudad de Seattle, un retrato certero aunque apresurado de sus protagonistas o la minuciosa construcción digital (y artesanal) de los zombies, quizás, los más creíbles y atractivos de la historia.
Esperaremos, impacientemente, a que la televisión vuelva a teñirse de rojo y el irracional pavor de ese mundo post apocalíptico y brutal domine nuestras alucinadas miradas de espectador. Todo ello, el año próximo.

Series de Televisión de Siempre (III)

Y con diciembre llegamos al último escalón de nuestro repaso por las series de televisión que han marcado nuestra vida. Si en octubre vimos aquellos telefilmes de nuestros mayores, en noviembre repasamos las series de nuestra infancia, aquellas que eran de carne y hueso. Ahora, en el último mes del año, es tiempo de recordar aquellos programas con los que disfrutábamos de verdad. Faltan muchos pero mi intención es de rememorar los clásicos para que todos recordemos nuestra más tierna infancia. Ahora, todos los que vimos aquellas series, somos unos apasionados de Dexter, Los Soprano, Cómo Conocí a Vuestra Madre y todas esas experiencias televisivas únicas que vivimos hoy en día y que nos tienen tan atrapados con cada capítulo que se va sucediendo.
1. La Vuelta al Mundo en 80 Días (1983): Basada en la novela homónima del gran dramaturgo francés Julio Verne, se adaptó para la televisión española una serie magnífica de dibujos animados en la que asistiamos a los viajes que Willy Fog realizaba a través del mundo por una apuesta en su club de jugadores en la cual debía dar la vuelta al mundo en 80 días. La secuencia de créditos iniciales estaba cantada por el grupo español El Consorcio.
2. La Banda de Mozart (1995): Cuatro niños con los nombres de cuatro de los más grandes músicos de la Historia son los protagonistas de esta serie en la que estos infantes quieren formar una banda mientras les ocurren cosas en su vida diaria exactamente igual a las que les ocurrieron cuando eran jóvenes a estos maestros de la música clásica. Una entrañable serie que yo recuerdo con el máximo de los cariños. Recuerde la secuencia de apertura en el siguiente enlace.
3. Don Quijote de la Mancha (1978): La más antigua de las series a las que vamos a retrotraernos. La serie con la que aprobé un examen de 1º de Bachillerato. Sí. No me leí el Quijote y decidí ver esta gran adaptación de la novela de Miguel de Cervantes con las voces de Fernando Fernán-Gómez y Antonio Ferrandis. Rememore la secuencia inicial en este link.
4. Los Fruitis (1991): Una de las más entrañables series que jamás tendremos la ocasión de haber contemplado. Somos la generación afortunada en cuanto a televisión se refiere. Nuestros hijos, si somos buenos padres, contemplarán de nuevo esta serie gracias a la magia de Internet. Recuerdo mediodías sentados delante del televisor viendo como Gazpacho o Berenjena hacían de las suyas. Hay incluso gente que todavía conservan colchas o sábanas de Los Fruitis, homenajeando a su propia infancia. Recuerde la secuencia de apertura de esta mítica serie.
5. En Busca de Carmen Sandiego (1994): Los norteamericanos crearon a mediados de la década de los 90 una serie que, a mi gusto, es una de las que merece el calificativo «mítica». La búsqueda por parte de dos jóvenes de una señorita vestida de rojo que siempre afanaba los objetos más inusuales alrededor del mundo. La apertura de la serie es una de las más recordadas en lugares como Madrid o Andalucía, donde emisoras como Telemadrid o Canal 2 Andalucía se encargaron de ofrecerla. A otros lugares del país, ni siquiera llegó. Para recordarla, pulse en el siguiente enlace.
6. D´artacan (1981): Alejandro Dumas fue versionado en esta serie que mucha gente recuerda en su infancia pero que a mí nunca me llegó a atrapar tanto como otros casos anteriormente explicados. Sin embargo, la intención era buena y el mensaje de amistad y de buenos valores que se transmitía nada más comenzar la trama, era síntoma de ser una buena forma de educar a los niños. Recuerde la secuencia de títulos en este link.
7. El Inspector Gadget (1983): Los franceses y los italianos se pusieron de acuerdo para, con dinero norteamericano, crear una grandiosa serie sobre un detective que poseía toda una serie de artilugios para cazar a los malos. Tarde tras tarde delante de la televisión en la única época de mi vida en la que confieso haber monopolizado La 2. Recuerde la serie en el siguiente enlace
8. Oliver y Benji (1983): Desde Japón nos llegó una serie que tuvo 128 episodios para contarnos la vida de dos futbolistas jóvenes que soñaban con ganar el Campeonato de Fútbol. Una serie a la que recordaremos por haber hecho jugar a Oliver Aton en el F.C. Barcelona (escondido en el metraje bajo el nombre de `Catalonia´), por tenernos en ascuas episodio tras episodio esperando a ver en qué momento llegaba el balón a la otra porteria en un campo notablemente redondeado o esas paradas inexplicables que Benji realizaba sin que se le moviera un ápice su famosa gorra roja. Recuerde la mítica sintonía de apertura en el siguiente link.
9. Los Cazafantasmas (1986): 140 episodios duró esta serie que adaptaba de manera aún más alocada si cabe la película homónima de Ivan Reitman. Los personajes eran básicamente los mismos. Yo sigo prefiriendo la versión de carne y hueso pero la serie tampoco estaba tan mal. Esta es la secuencia de apertura.
10. Las Tortugas Ninja (1987): Les gustaba la pizza y cazar a los malos. Además, tenían el nombre de pintores italianos bastante conocidos: Leonardo, Donatello, Rafael y Michelangelo. El famoso «cowabunga» era la seña de identidad de uno de ellos. Pasable serie con un argumento muy absurdo pero con un gran éxito. Esta es su secuencia de inicio.
11. La Pajarería de Transilvania (1994): Un doctor es despedido de unos almacenes y decide que se ganará la vida vendiendo mascotas muy raras en su castillo situado en Transilvania. Una historia excesivamente surrealista pero muy entretenida para las tardes de aburrimiento. Aquí puede recordar su apertura.
12. Sherlock Holmes (1984): Una coproducción entre Italia y Japón sirvió para adaptar las novelas de Arthur Conan Doyle. En lugar de ser un humano, los creadores decidieron que fuese un zorro en virtud de las cualidades que definen a este animal. Tampoco merece más atención una serie que tampoco fue realmente excelente. Puede recordar su apertura en español, en este enlace.
Como ya he dicho anteriormente, no están todas. Ahora os toca a vosotros comentar y recordar también cual ha sido la serie favorita de vuestra infancia. Se abre la veda…

Boardwalk Empire y la herencia de Los Soprano

La cadena de televisión de pago HBO tocó el cielo con la inteligente y primorosa Los Soprano, y ahora busca una digna sucesora que acapare audiencias, críticas elogiosas y galardones en una medida similar a lo que consiguió la serie creada por David Chase e interpretada con una genialidad inaudita por James Gandolfini.
No es una tarea fácil. A pesar del éxito de público de otras series de la cadena como True Blood o Entourage, ninguna de ellas ha cosechado unas alabanzas tan unánimes como las recibidas por cada una de las temporadas de Los Soprano, concretamente seis, más capítulos finales. No es, pues, de extrañar la expectación suscitada por una nueva producción que cuenta entre sus responsables con Terence Winter, escritor y productor de la mítica serie sobre la mafia de New Jersey, Tim Van Patten, realizador también de algunos de los capítulos de Los Soprano, y Martin Scorsese, director del episodio piloto y muy implicado en el desarrollo de esta nueva serie.
Boardwalk Empire nos sitúa en el Atlantic City de los años 20, concretamente en el periodo de la ley seca, y gira en torno a la figura de Nucky Thompson (magistralmente interpretado por Steve Buscemi), un influyente político de la zona dedicado a actividades ilegales de contrabando, concretamente el alcohol que él mismo ha ayudado a prohibir con objeto de extraer una mayor rentabilidad al negocio. En torno a su figura, toda una terna de gángsters, políticos corruptos, policías de dudosa reputación y chupatintas con escaso aprecio a su dignidad.
El retrato de los submundos de las drogas, el alcohol o el poder ha atraído sobre sí una amplia admiración por parte del gran público, una especie de reverso oscuro sobre el que mirarse negativamente. Boardwalk Empire va más allá y nos traslada al mismo seno del que emana esa atracción fatal, la hace cotidiana, un relato implacable y fascinante a la vez de una época oscura donde la hipocresía y la doble moral eran un hecho cotidiano.
Martin Scorsese no es nuevo en esto. A lo largo de su carrera cinematográfico se ha configurado un perfil claro de realizador de los bajos fondos, ya sean físicos o morales, en cintas como Malas Calles, Taxi Driver o Gangs of New York. Ahora se traslada momentáneamente a la pequeña pantalla, donde realiza todo un despliegue abrumador de sus dotes artísticas irreprochables. El episodio piloto de Boardwalk Empire costó 18 millones de dólares, el presupuesto más alto de la historia para un producto televisivo, y contó con más de una hora de duración, una película corta, en fin, que podría ser insertada sin rubor en la amplia fimografía del director como otra obra maestra. De hecho, esta primera entrega está rodada con una profesionalidad pasmosa, un gusto excesivo por el plano exquisito, un ritmo sostenido en el que se percibe el aroma a cine clásico con una elegancia comparable a otro producto de la talla de Mad Men, un libro de estilo, en fin, de cómo elevar a una categoría superior una ficción destinada al gran público televisivo.
 
En un muy interesante artículo del New York Times titulado  Are films bad, or is TV just better?, el periodista A.O Scott  nos invita a reflexionar acerca de la prevalencia de un modo de producción y consumo cinematográfico que se está viendo desplazado por la calidad evidente de los productos televisivos que, además, cosechan críticas elogiosas desde todos los sectores. Cabría preguntarse si realmente el destino del cine es su traslado a la confortabilidad del hogar o si, por el contrario, se podría adaptar las actuales series televisivas a las salas de cine.
El hecho es que obras como Boardwalk Empire ponen sobre la mesa un estilo cinematográfico que innova en su forma de presentarse ante el público. Únicamente queda verificar si realmente supone el relevo que la HBO busca para suplir el enorme hueco generado por la excepcional Los Soprano. Lo cierto es que tiene todo a su favor; la segunda temporada confirmada, un estreno magnificiente dirigido por Scorsese y con un presupuesto astronómico (un elefante blanco, tal y como apunta Carlos Reviriego en El Cultural de  El Mundo), un reparto de altura encabezado por Buscemi, Michael Pitt, Michael Shannon y Kelly McDonald, y unos responsables con tablas suficientes como para dar alas a cualquier producto que se tope en su camino.
Continuaremos muy atentos al desarrollo de Boardwalk Empire. El tiempo dirá si la HBO ha acertado y la ausencia de Los Soprano es paliada por otro héroe televisivo, Nucky Thompson.

Series de Televisión de Siempre (II)

En este mes de noviembre nos ponemos algo más nostálgicos y nos dedicaremos a hacer un repaso por una lista de series de nuestra infancia. Aquellas, de carne y hueso o animadas, que nos hicieron pasar largas tardes de entretenimiento acompañados por un Bollycao, una tableta de chocolate y un trozo de pan o bien un buen bocadillo de cualquier embutido.

Tardes en las que, al llegar del colegio, solo pensábamos en encender la televisión y ver nuestras series favoritas. Algunos incluso (los afortunados que podíamos ir a casa a comer) lo hacíamos siempre entre las 14:00 y las 15:00, la llamada «hora santa».
Comenzamos nuestro viaje justificando las quince series que aparecen. Ha sido a criterio del que escribe. Hay millones de tramas con todo tipo de personajes, pero las que recuerdo con más cariño son aquellas que va usted a leer a continuación:
1. Alf (1986-1990): Inspirada en la película E.T., Alf nos contaba la historia de un extraterrestre parlante que se estrellaba con su nave en el jardín de una familia americana. Ellos lo acogerán sin saber que sus problemas acaban de comenzar. Recuerde a este «adorable» ser de otro planeta en la secuencia de créditos de apertura de este enlace.
2. Punky Brewster (1984-1986): La tierna historia acerca de una niña que es abandonada por su madre en un centro comercial. Junto a su perro, se refugiará en un apartamento vacío administrado por un viejo gruñón (George Gaynes). Una serie de nuestra infancia que pudimos ver gracias a las continuas reposiciones de la televisión española y que merece la pena revisar de nuevo para descubrir que ya no se hacen series como esta. Rememore la serie en el siguiente link.
3. Los Vigilantes de la Playa (1989-2001): Según el Libro Guiness de los Récords, es la serie más vista de la historia de la televisión con más de 1.000 millones de televidentes en sus años de emisión. Auténtica serie mítica de la que jamás nos aburriremos. Las camisas de David Hasselhoff crearon una no-tendencia. Todavía se me pone la piel de gallina cuando escucho la canción de la intro a la serie con la que, por cierto, aprendí a nadar. Pamela Anderson y sus «razones» para ser actriz, David Chokachi, Yasmine Bleeth, Alexandra Paul o Michael Newman marcaron a toda una generación. Recuerde la canción y apertura de Los Vigilantes de la Playa en este enlace.
4. MacGyver (1985-1992): Richard Dean Anderson y sus dichosos inventos. Aquellos que le salvaron la vida al mundo. Y es que, ¿como un chicle y una lavadora podían ser un arma eficaz contra una bomba atómica? Gracias a MacGyver, todos los que no tenemos ni pajolera idea de bricolaje poseemos una sabiduría «paralela» adquirida a través de episodios y episodios de esta gran serie. Haga memoria en este enlace.
5. El Coche Fantástico (1982-1986): A esta serie, los más jóvenes no llegamos, pero gracias a Antena 3 y su manía de reponer series, asistimos a ese gran momento en el que un David Hasselhoff pre-camisas Baywatch, le hablaba a un coche llamado «Kitt». Innumerables aventuras son las que hemos vivido en compañía de ese auto que susurraba siempre «Hola Michael«. Recuerde la inolvidable melodía de apertura de esta serie en este link.
6. El Equipo A (1983-1987): El gran George Peppard comandaba este escuadrón de hombres «encarcelados por un delito que no habían cometido». Un negro al que le daba miedo montar en avión, un guaperas y un hombre con un evidente problema psíquico eran los compañeros de Hannibal Smith, el hombre pegado a su puro. Todo un clásico televisivo que puede recordar en este enlace.
7. Remington Steele (1982-1987): Un jovencísimo Pierce Brosnan se puso en la piel de este detective tan peculiar en una más que buena historia policíaca en la que un hombre se hacía llamar como su inesperado jefe: una mujer que regentaba una agencia de detectives con poco éxito. Esta era su secuencia de apertura.

8. Luz de Luna (1985-1989): Cinco temporadas le bastaron a Bruce Willis para convertirse en toda una estrella de la televisión y posteriormente del cine en esta serie que mezclaba de manera deliciosa comedia y romance. Acompañado de una Cybill Sheperd de la que poco volveremos a saber a partir del éxito de esta serie. Uno de esos telemetrajes que merece la pena recordar en estos tiempos actuales de «telebasura». Acuérdese de Luz de Luna en el siguiente enlace.

9. Cheers (1983-1992): Ted Danson, Shelley Long, Rhea Perlman y Kirstie Alley fueron los encargados de dar vida a esta serie ambientada en un bar, con el mismo nombre, de la ciudad de Boston. Historias humanas entrelazadas con grandes momentos cómicos son los alicientes para una de las series que más ha perdurado en el imaginario popular norteamericano. Los bares de las series actuales de televisión siempre nos recordarán a Cheers. Aqui tiene la secuencia de apertura con una canción que fue todo un éxito en la época.
10. El Príncipe de Bel-Air (1990-1996): Will Smith se hizo famoso gracias a esta pedazo de serie, esa que todos hemos visto alguna vez. Imperdibles sus situaciones como imperdible eran todos y cada uno de los miembros de la familia Banks. Por cierto, yo me sigo quedando con Carlton. Esta serie todavía se emite en la televisión digital terrestre y podemos disfrutarla hoy en día antes de comer, como siempre. La apertura de esta serie es algo que ya ha quedado en nuestra memoria visual y colectiva.
11. Los Simpsons: (1987-…): Una de las series más longevas de la televisión y más exitosas le sirvió a Matt Groening para ser considerado un auténtico demiurgo en la pequeña pantalla americana. Un retrato modificado de su propia familia, amarillo y disfuncional se ha convertido en una de las series más seguidas de la historia de la televisión y exhibida en más de 30 países. Todo un éxito que merece ser objeto de estudio en el futuro de este blog y que ahora recordamos como un auténtico manual de la vida cotidiana. La polémica siempre ha rodeado a esta serie, no apta para menores, que puede ver todos los días en Antena 3 de 14:00 a 15:00 (si consigue aguantar los anuncios, claro).
12. Padres Forzosos (1987-1995): Gran entretenimiento que combinaba drama y comedia de manera exquisita. No sabemos nada de sus protagonistas a excepción de las gemelas Olsen, aunque mal dedicadas al espectáculo actualmente. Los mediodías, antes de Los Simpsons, estaban plenamente ocupados y la hora de comer se nos hacía más llevadera antes de volver al colegio. Recuerde la serie en este enlace.

 13. Cosas de Casa (1989-1998): Inolvidable Reginald Veljohnson (aquel mítico polícia de Jungla de Cristal que, con sus improperios, consiguió meternos miedo en la torre Nakatomi de Los Ángeles. Él era el padre de familia de esta peculiar serie que nos legó uno de los personajes más inolvidables de la televisión: Steve Urkel. Tan conocido fue que durante años corrió la leyenda urbana de que el actor que lo interpretaba, Jaleel White, había muerto de una sobredosis. Échele un vistazo a la introducción en el siguiente link.
14. Los Problemas Crecen (1985-1992): No se porqué todas las madres querían tener un hijo como el que interpretaba el inolvidable Kirk Cameron. Una deliciosa comedia sobre las relaciones que se establecen entre los miembros de una familia modelo americana. Los Problemas Crecen sirvió para dar el salto a la carrera de un jovencísimo Leonardo DiCaprio. Recuerde la serie en este enlace.
15. Blossom (1991-1995): Mítica serie acerca del mundo adolescente bajo la batuta de Blossom, una joven que perdió a su madre cuando era pequeña. Los problemas de una edad tan dificil quedaban al descubierto en todo un clásico de la televisión. Esta es la intro de aquella serie.
16. Salvados por la Campana (1989-1993): Otro clásico de la televisión en la que un instituto era el lugar donde transcurría la acción de una serie de adolescentes que vio nacer a una de esas bellezas perdidas en la televisión: Elizabeth Berkley. Una serie mítica en la historia de la televisión que puede recordar en este link.

Modern Family, la familia americana se torna disfuncional

A tenor de los índices de audiencia y los premios cosechados en los diferentes premios anuales de televisión, la familia vuelve a estar de moda como excusa cómica para la ficción de la pequeña pantalla. Y lo hace con el descaro y la mordacidad que únicamente puede suscitar la disfuncionalidad. Se trata de voltear los consabidos clichés y las rancias formas de lo comunmente aceptado, y presentar un producto final excéntrico y a la vez cotidiano para el gran público. En cada familia, al fin y al cabo, existen particularidades que difícilmente mostraríamos a personas del exterior.
Son muchos los ejemplos de este nuevo movimiento de ficción cómico que utilizan los patrones de la sitcom como vía predilecta para llegar a los salones de los espectadores y que de modo muy interesante apareció en un reportaje de Rocío Ayuso para El País Semanal recientemente. Las desventuras de Charlie Sheen y su alter ego en Dos hombres y Medio han alcanzado ya la séptima temporada y su éxito de público promete un largo recorrido aún por llegar, mientras que la familia polígama de Big Love, protagonizada por Bill Paxton y Chloe Sevigny, ya cuenta con cinco años en antena a pesar de lo arriesgado de la propuesta en un país de un conservadurismo militante como Estados Unidos. También podríamos incluir en este grupo a la transgresora y algo bizarra serie de animación Padre de Familia, cuyo responsable, Seth McFarlane, se encuentra en la cresta de ola gracias a las también exitosas  American Dad y El show de Cleveland, ambas cimentadas bajo la apuesta sincera de retratar a la familia del modo más heterodoxo posible como máxima ineludible. Incluso el mundo reducido de Wisteria Lane, con sus Mujeres Desesperadas como representantes del feminismo más militante, puede suponer una manifestación más de una tendencia actual evidente. 
No obstante, si en este curso ha sorprendido una serie por la frescura exhibida en su planteamiento y su clara apuesta por la familia como objeto del análisis cómico más divertido, esa ha sido Modern Family. Con tan sólo un año en antena, esta sería concebida por Steve Leviatan y Christopher Lloyd (hermano del responsable de otra delicia cómica, Cómo conocí a vuestra madre), se erigió como la triunfadora absoluta en la pasada edición de los Emmys con seis premios entre los que se incluían el de Mejor serie de Comedia, el mejor guión y el de Mejor actor de reparto para Eric Stonestreet. 
La premisa sobre la que se asienta es bien sencilla; tres familias de muy diversa naturaleza conectadas por parentesco a través de Claire (Julie Bowen). Esta forma junto a Phil (Ty Burrell) lo que podría catalogarse como una familia convencional compuesta por tres hijos, aunque la realidad que acontece cada día en la casa pudiera sugerir todo lo contrario. Por otro lado, el hermano de Claire, Mitchell (Jesse Tyler Ferguson), acaba de formar otra familia con Cameron (Eric Stonestreet), su pareja  y un bebé al que acaban de adoptar en Vietnam. Y al fin, Jay, el padre de Claire y Mitchell, viudo y ahora casado con una explosiva colombiana (Sofía Vergara) mucho más joven que él y con un hijo de diez años de una relación anterior. 
Como es constatable, el juego que da una serie con este mosaico de situaciones familiares estrambóticas (es la primera vez que una cadena de televisión en abierto coloca a una pareja de homosexuales como protafonistas)  es incalculable, y sus creadores no han perdido la oportunidad de suscitar tanto el conflicto como el sentimiento aglutinador propio de las familias. Modern Family encuentra su principal virtud en la liviandad de sus episodios, de apenas 20 minutos de duración, en los que se plantea una o varias tramas que tiende a conectar los mundos distantes y a la vez tan cercanos de los tres núcleos familiares. De igual modo, la estética ideada con la que se narra las desventuras cotidianas, supone una ingeniosa vuelta de tuerca a los patrones tradicionales televisivos, ya que se utiliza una técnica muy cercana al mockumentary. Para ello, la cámara en mano y las declaraciones de los personajes insertadas a modo de confesor estilo Gran Hermano se erigen como herramientas indispensables de enorme valor y eficacia discursiva. La excentricidad, por otro lado,  de cada capítulo brota de modo espontáneo y con un nivel por lo general bastante elevado, aunque téngase en cuenta que no se eluden los lugares comunes o las evidentes fricciones utilizadas en otras comedias familiares. 
Modern Family ha alcanzado la gloria de modo tan fulminante que algunos ya han llamado la atención acerca de la posible sobrevaloración a la que ha sido sometida. De gran interés es el artículo escrito por teuve, comunidad de televisión alojada en El País, en el que cuestiona la genialidad de la serie norteamericana y los perjuicios de la instantaneidad del consumo por internet del público. 
Sea como fuere, Modern Family ha supuesto un agradable presente para la ficción cómica estadounidense que rompe con la hegemonía de otras apuestas muy alejadas de la familia como The Office o Rockefeller Plaza. Y es que es un hecho, lo raro triunfa; la familia no podía ser menos.