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[Crítica] La bella y la bestia

Christophe Gans abandona la oscuridad y la neblina mortecina de sus últimos trabajos y se introduce de lleno en una auto-invención de la paleta cromática hasta límites insoslayables en su adaptación de La bella y la bestia, el popular cuento europeo. Hay dos referentes máximos que tenemos en mente a la hora de leer esta nueva incursión de Gans en la gran pantalla. Es inevitable acordarse de Jean Cocteau y de Disney. Las comparaciones, pese a las expectativas y para no faltar a la costumbre, son odiosas.
Sin embargo, y pese a un arranque muy interesante y positivo que nos ayuda a encontrar la versión más generalizada del cuento, la que escribió Jean-Marie de Beaumont y que ha sido la llevada al cine en mayor número de ocasiones, nos encontramos con una oda a lo hortera, al colorido sin ton ni son. En medio de este jardín, hallamos a Léa Seydoux y Vincent Cassel, dos actores de lo más destacado de su generación, intentando salvar el barco del hundimiento más certero.
Pese a los esfuerzos de los protagonistas, incluso del español Eduardo Noriega, la película empieza a hacer aguas una vez que la Bestia hace su sonada (y sonora) irrupción. Si el comienzo era interesante y planteaba de manera correcta lo que sucedía en aquel cuento, nos vamos removiendo en el asiento intentando hallar soluciones a lo que se intenta vislumbrar al otro lado de la gran pantalla.
Hay secuencias loables pero errores de lectura básicos. El montaje nos lleva de manera lineal hasta un presente en el que se funden las imágenes del pasado con el presente para explicar el origen de la maldición del príncipe. Pero todo está tan recargadísimo que al espectador no le queda tiempo ni para utilizar la imaginación. Christophe Gans se atreve a fantasear sobre lo fantasioso creando un considerable mareo de luces, colores y sonido.
A lo largo de la trama, entendemos también el porqué, aparecen unos personajillos que evocan un siniestro cruce entre los minions y los ewoks. Los perros de aquel príncipe, debido a la horrible maldición, han sido convertidos en unos bichitos con los que Seydoux tendrá poco para interactuar. Secuencias que rozan el ridículo invaden una producción que podría haber recuperado el precioso cuento del que ha hecho gala la infancia y el cine europeo a través de sus versiones más reconocidas. La bella y la bestia se deja ver. No responde a los planteamientos iniciales del espectador pero se obtiene la sensación de, por lo menos, no haber caído en un aburrimiento in extremis y haber sucumbido a la lira de Orfeo.

[Crítica] El mayordomo

5/10
Decepción absoluta. Es la expresión que se me viene a la cabeza cuando hablo de El mayordomo. Vendida como una película cabeza de cartel de cara a los Oscars, con un reparto de leyenda y una historia, a priori, interesante sobre uno de los periodos más desgraciados de las décadas recientes de Estados Unidos, nos encontramos ante un sketch de Celebrities de Muchachada Nui, lleno de caracterizaciones que rozan el patetismo, falta de seriedad y rigor en el tratamiento de un tema tan controvertido y algunos actores absolutamente fuera de lugar.
Cuando ya llevamos dos horas de sopor presidencial y el final de tan supuestamente épica historia se acerca, comenzamos a intentar averiguar qué ha sido lo mejor de lo que hemos visto. La discreta pero intensa interpretación de Forest Whitaker, buen actor donde los haya, que acaba hundida en un mar de despropósitos que no le hacen justicia como actor, pese a lo grandilocuente de su planteamiento.
Una galería de presidentes de lo más variopinta dibujada por el peor director de casting que se ha visto en mucho tiempo en una sala de cine. ¿Alguien le dijo a Robin Williams que su parecido con Eisenhower era nulo? ¿O la prótesis nasal de John Cusack le iba a dar más aproximación a Nixon? Por no hablar de la aparición de Lyndon Johnson, de la cual evito hablar por no hacer mayores spoilers. Tenemos adjetivos para todos los presidentes que aparecen en la cinta, por orden cronológico: el pintor, el llorón, el defecador, el mendigo borracho y el bonachón. No hay decisiones políticas, no hay tensión ante lo que le sucede al país.
Pese a contar con unas secuencias muy bien dirigidas en lo que a la lucha de derechos civiles se refiere, todas protagonizadas por David Oyelowo, encontramos una falta de interés que se transmite al espectador por lo que le está sucediendo al mayordomo protagonista y lo que acontece alrededor suyo. De la mano de Oyelowo, que interpreta a Louis Gaines, asistimos a una verdadera micropelícula sobre la crueldad que los blancos tenían con las personas de color en aquella época despiadada y odiosa. Nos parece muy bien que el mayordomo protagonista no se quiera meter en política pero considero que necesitamos conocer el contexto histórico mucho más de lo que Lee Daniels aporta en esta fallida película.
Sin embargo, el contar con el apoyo monetario y el lobby de los Weinstein hará que esta película esté, inmerecidamente, en la carrera por los Oscars. Resulta carne de Academia ya que es correcta, con un reparto nutrido en estrellas y un retrato histórico flojo que no ahonda en detalles. Lo peor de todo es que, si nadie lo remedia y si no hay una rebelión en Hollywood, Oprah Winfrey pagará por su Oscar a Mejor Actriz de Reparto (y esperemos que sea este) la suma que haya que pagar. Fumar, beber y poner cara de circunstancias es su función en la película. Y eso sería demasiado triste. No me quiero aventurar pero esperaremos a que comiencen a salir nombres para tal categoría antes de asegurar un futuro que parece diáfano.
Ojalá me equivoque.

[Crítica] Gravity

9/10
Nunca en un cine había experimentado la sensación de estar atrapado, angustiado, atormentado, nervioso, de salir sudoroso como si el protagonista de tal aventura hubiese sido yo. Es complicado hablar de Gravity sin caer en el consecuente entusiasmo ante la experiencia sensorial a la que Alfonso Cuarón nos ha sometido durante noventa minutos de metraje.
No sé a ciencia cierta si Gravity pasará a la historia del Cine o si quedará en el recuerdo de los espectadores que, abrumados por tal sensación de vértigo, la recordarán en sí mismos como parte de su propia vida. Es diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora. Desde el impresionante plano secuencia inicial de treinta minutos de duración hasta el final, acompañados por la banda sonora de Steven Price, donde Sandra Bullock y George Clooney nos consiguen transportar fuera de los límites de nuestro planeta.
Gravity es poderosa en toda su dimensión, es sorprendente en sus escenas y es emotiva, cuando tiene que serlo. Prácticamente podríamos decir que lo tiene todo. El que escribe, ferviente detractor del 3D, ha tenido que cerrar su boca ante lo que el realizador mexicano ha conseguido con esta cinta. He sido uno más de la trama. Nos sentimos atrapados en el traje espacial, hablando a través de la radio, esperando contactar con la Tierra. Somos uno más de la misión. Detrás del casco escuchamos nuestra voz, llamando desesperadamente a nuestro compañero.
He ahí precisamente la magia de esta película. Narrativamente, existen ciertos detalles algo ligeros que afean el conjunto final. A nadie se le ocurriría dejarle el peso de una trama a Sandra Bullock. Sin embargo, y pese a pequeños matices, su papel es el más poderoso de la película. Y es que Gravity es una película sobre el coraje, la valentía, el nihilismo, la superación, el existencialismo. Dentro del guión de Jonás y Alfonso Cuarón se encuentran las mejores líneas escritas que hemos escuchado en mucho tiempo en este tipo de cine, abandonado a su suerte en los últimos años en la gratuidad que supone la destrucción de la Tierra.
No sé a ciencia cierta si Gravity pasará a la historia del Cine o si quedará en el recuerdo de los espectadores que, abrumados por tal sensación de vértigo, la recordarán en sí mismos como parte de su propia vida. Es diferente a todo lo que hemos visto hasta ahora. Desde el impresionante plano secuencia inicial de treinta minutos de duración hasta el final, acompañados por la banda sonora de Steven Price, donde Sandra Bullock y George Clooney nos consiguen transportar fuera de los límites de nuestro planeta.
Gravity es poderosa en toda su dimensión, es sorprendente en sus escenas y es emotiva, cuando tiene que serlo. Prácticamente podríamos decir que lo tiene todo. El que escribe, ferviente detractor del 3D, ha tenido que cerrar su boca ante lo que el realizador mexicano ha conseguido con esta cinta. He sido uno más de la trama. Nos sentimos atrapados en el traje espacial, hablando a través de la radio, esperando contactar con la Tierra. Somos uno más de la misión. Detrás del casco escuchamos nuestra voz, llamando desesperadamente a nuestro compañero.
He ahí precisamente la magia de esta película. Narrativamente, existen ciertos detalles algo ligeros que afean el conjunto final. A nadie se le ocurriría dejarle el peso de una trama a Sandra Bullock. Sin embargo, y pese a pequeños matices, su papel es el más poderoso de la película. Y es que Gravity es una película sobre el coraje, la valentía, el nihilismo, la superación, el existencialismo. Dentro del guión de Jonás y Alfonso Cuarón se encuentran las mejores líneas escritas que hemos escuchado en mucho tiempo en este tipo de cine, abandonado a su suerte en los últimos años en la gratuidad que supone la destrucción de la Tierra.
Aquí no hay más que mala suerte opuesta a las grandes virtudes del ser humano, aquellas que lo convierten en el ser más poderoso del planeta. Una desafortunada misión que tendrá que poner a prueba los límites de los astronautas y los del propio espectador. Ver esta película sin 3D es todo un error, un fallo que no debemos cometer. Esta experiencia implica a todos y cada uno de nuestros sentidos. Todo lo majestuoso que retrata Emmanuel Lubezki con su fotografía se convierte en pesadilla en apenas unos segundos.
Todavía es pronto para calificar a Gravity como la mejor película del año o firme candidata a alzarse con todos los premios habidos y por haber a partir del próximo mes. Lo que sí es cierto es que esta película es un paso de gigante en el uso de las nuevas técnicas cinematográficas y una bofetada a todos aquellos realizadores que, de manera arbitraria y en un amplio sentido de estafa y timo, utilizan las tres dimensiones para hacerse de oro sin respetar lo más mínimo al espectador.
Al finalizar la proyección, y evocar aquella obra maestra titulada 2001: Una odisea del espacio, no podía dejar de preguntarme qué hubiera dicho Stanley Kubrick de esta impresionante, espectacular, portentosa y asombrosa película. Esos planos que Cuarón, desde una cámara que no cesa en su movimiento, nos recuerdan aquel mítico baile de naves espaciales al son del Danubio Azul. Es reconfortante comprobar que, de vez en cuando, existe en el cine la más absoluta magia.

[Crítica] Runner, Runner

4/10
Hoy llega a nuestras pantallas la última incursión de Ben Affleck y Justin Timberlake en la gran pantalla. Runner Runner constituye el sueño de todo estafador y delincuente. Una quimera por la que podemos tocar las narices de los grandes magnates ecónomicos siendo unos auténticos don-nadie y salir absolutamente indemnes. Y, por supuesto, llevándonos a la chica como premio en un avión privado que nadie nos ha regalado.
No es que Runner Runner sea una película mala ni desdeñable. Directamente es un telefilm con mucha música discotequera, demasiadas curvas y exceso de billetes verdes. Es una historia cien veces repetida a lo largo de la historia, en la que un joven entra en la organización de un poderoso, playboy y codicioso hombre de “negocios” para trabajar como su mano derecha y le acaba entregando en pro de una justicia que le haga parecer ético y moral.
En Runner Runner nos falta de todo. Desde un buen guión que nos explique de donde viene cada personaje, sus inquietudes, su desarrollo psico-personal, su ascensión al poder y sus contactos. En este tipo de películas, por experiencia, todo aquello que no explique lo que rodea a las mafias, sean del tipo que sean, están condenadas a ser tratadas como mero producto ligero y de consumo rápido, fácilmente olvidable.
Pese a que no vamos a crucificar a los actores, no nos cabe ninguna duda que son papeles que debieron coger para poder financiar proyectos futuros que, en el caso de Ben Affleck, parecen mucho más interesantes desde que conocemos su implicación en la nueva película de David Fincher o el caché que ha retenido como realizador tras conseguir el Oscar por Argo.  
Runner Runner ha sido su primera prueba de fuego en pantalla tras conocerse que encarnaría a Bruce Wayne y su álter ego en la secuela de El Hombre de Acero. Y ya se han generado ciertas expectativas o, por lo menos, la concesión del beneficio de la duda.
Destellos de buen ejercicio de fotografía, composiciones de montaje bastante salvables y una dirección correcta pero sin profundidad es el resultado de una película que arranca bien pero acaba naufragando sin control alguno. La trama queda sostenida únicamente por las tablas de sus tres intérpretes principales los cuales, en alguna contada ocasión, consiguen que nos olvidemos por un momento de mirar el reloj para ver cuánto falta para poder terminar.
Tal y como está la actualidad cinematográfica resulta complicado no animar al público a ir a ver una película. Sin embargo, el bolsillo agradecerá más si vemos Runner Runner en DVD o alquilada mediante los sistemas actuales para poder disfrutar del cine en casa. Créame que la cartelera está cargada de mejores experiencias.

[Crítica] Las brujas de Zugarramurdi

6,5/10
Álex de la Iglesia ha vuelto. Regresa a sus orígenes con una película alocada, surrealista, divertida y muy resuelta que recuerda el frenetismo de sus primeras obras tales como Acción mutante o El día de la bestia.
Mario Casas y Hugo Silva protagonizan esta nueva incursión del realizador bilbaíno en el terreno que, demostrado queda, mejor se le da: la comedia negra. Con un guión frenético, plagado de humor, reconocemos la coronación de Mario Casas y la desenvoltura de Hugo Silva en un papel de tal magnitud. Ambos se erigen como protagonistas absolutos de esta cinta sin desperdicio ninguno que comienza con un descacharrante atraco en la Puerta del Sol para culminar, de una forma absolutamente surrealista, en una cueva de brujas en el navarro pueblo de Zugarramurdi. La película constituye también un sonoro reportaje sobre la leyenda de las brujas de aquel municipio y las viejas historias que pululan por aquellos lares.
Con la interpretación secundaria de Carmen Maura, Terele Pávez, Enrique Villén, Macarena Gómez, Pepón Nieto, Secun de la Rosa y Carolina Bang, Las brujas de Zugarramurdi es uno de los mejores entretenimientos de los que podemos disfrutar en la cartelera actual y, de paso, apoyar al cine español con uno de sus realizadores más prolíficos.
Tras el paso de Álex de la Iglesia por el drama social en La chispa de la vida, retorna al género que le vio nacer, crecer y desarrollarse como director. La trayectoria del director siempre ha estado plagada de mucha sangre, violencia bizarra y desenfreno. Véase si no, los ejemplos que encontramos a lo largo de su filmografía. El día de la bestia, La comunidad, 800 balas, Muertos de risa o Balada triste de trompeta contienen algunos de los elementos clave del cine de Álex de la Iglesia.
En Las brujas de Zugarramurdi, somos perfectamente conscientes de que la película no hay que tomársela en serio. Estamos ante un despropósito enérgico y sin parangón en los últimos tiempos de cine español. También ante uno de los mejores arranques de la filmografía de su director. Como se ha podido afirmar en uno de los múltiples encuentros con el equipo desde que se lleva promocionando la película, Las brujas de Zugarramurdi es un cruce entre La matanza de Texas y Los Goonies o, incluso, Abierto hasta el amanecer. Ojo al dato.
Ir a ver la última de Álex de la Iglesia es acercarse al cine a divertirse, a no parar de reír, a observar a Mario Casas realizando un magnífico papel (todo hay que reconocerlo), a evadirse sin tomarse en serio lo que está sucediendo y, en definitiva, a divertirse de una manera ligera, sin pretensiones ni malas sensaciones. Una obra tan interesante como intrascendente, tan surrealista como divertida.

[Retrospectiva Woody Allen] Annie Hall

9,5/10

Si uno no ha visto la posterior masterpiece de Woody Allen, seguramente compartirá la opinión que dictamina la sobresaliente forma de expresar, de la forma más certera, problemas tan cotidianos que apenas nos damos cuenta que se suceden. Pero, ¿por qué Annie Hall no alcanza el nivel de Manhattan? Se queda realmente cerca y, aunque la trama es prácticamente similar, hay aspectos que influyen en una subjetividad algo negativa a la hora de valorar la película.

Si la pareja protagonista está sobresaliente, no podemos decir lo mismo de los secundarios. Woody Allen cuenta con Tony Roberts o Shelley Duvall y los desaprovecha en su intento por cuadrar las piezas que no van a encajar. Por si fuera poco, un ligero cambio de ritmo hacia el final de la película no convence demasiado y se puede llegar a perder el interés por lo que sucede. Durante poco tiempo, pero se pierde.
Sin embargo, Annie Hall merece pasar a los libros de Historia del Cine sobre todo por el dominio de la técnica del que hace gala su director. Un alarde de montaje impropio de la época y que sorprendió gratamente a quienes pilló por sorpresa en aquellos tiempos. Por si fuera poco, Woody Allen se salta las leyes de la narrativa cinematográfica y nos narra en primera persona diversas situaciones que le suceden en su vida diaria. El ejemplo más claro es el que ilustra el magnífico y panegírico prólogo y la mítica escena de la cola del cine. En estos veinte minutos iniciales, observamos dos de las mayores influencias de Allen a la hora de hacer cine: Ingmar Bergman, a través de un cartel de su película Cara a cara; y Federico Fellini, a quien el deplorable hombre de la cola del cine está poniendo a caldo mientras empapa de saliva la nuca de nuestro protagonista. Momento previo a la gloriosa aparición de Marshall McLuhan para sentenciar tan épica secuencia.
El guión es una de las maravillas mejor escritas por Woody Allen. Cada sentencia de la película es una pequeña parte de la vida diaria. No nos damos cuenta de que todo lo que se narra sucede a nuestro alrededor hasta que lo escuchamos por boca de otro. La neurosis de la que hacen gala sus protagonistas es un elemento que provoca el nerviosismo necesario para hacer reír y comprender que la vida no está llena más que de pequeñas cosas que se convierten en grandes problemas.
Es imprescindible, aunque nos encante el doblador en castellano de Woody Allen, ver Annie Hall en su versión original. Sólo así lograremos captar la seriedad de lo cómico en esta vida. Lo cómico de la muerte, lo cómico del sexo, lo cómico de tener pareja. La vida es una sucesión de gags, algunos dolorosos, otros agradables. Y Woody Allen es experto en diagnosticarnos hasta el último punto de fricción en la paz más absoluta de nuestro paso por la vida. Con Annie Hall tenemos un documento impagable que debemos agradecer para siempre.

El genio de Billy Wilder en tres secuencias inolvidables

La semana pasada se cumplieron diez años desde la muerte de Billy Wilder y la sensación generalizada es que el tiempo no pasa por la genial obra del director de origen austriaco. Más allá de efemérides y homenajes puntuales, las películas de Wilder permanecen de forma indeleble en nuestro patrimonio cinematográfico colectivo como una referencia indiscutible para los amantes del séptimo arte. Y es que, probablemente, ningún director haya abordado las ingentes contradicciones del ser humano con tanta ironía, comicidad y trascendencia en una dilatada filmografía repleta de obras capitales. En un ejercicio de sincretismo extremo, aquí damos cuenta del genio de Billy Wilder a partir de tres fragmentos fundamentales de tres de sus películas más recordadas y entrañables que definen no sólo un modo de hacer cine, sino una manera de entender la vida. Me uno así a la excelente retrospectiva realizada por mi compañero Antonio Sánchez.

Con faldas y a lo loco (1959)


Cumbre absoluta de la producción cómica de Wilder; alocada, desternillante e ingeniosa en cada una de sus secuencias. La posibilidad de ver a dos actores de la talla de Jack Lemmon y Tony Curtis trasvestidos en una orquesta femenina itinerante disputándose la atención de una despampanante Marilyn Monroe, convierten a esta película en un referente incuestionable del género conducida de forma magistral por un Billy Wilder en estado de gracia. Por si fuera poco, y tras un metraje sostenido por un ritmo vertiginoso donde se suceden las situaciones rocambolescas protagonizadas por los dos entrañables granujas, el filme concluye con una de las escenas más recordadas y absolutamente delirantes de la historia del cine con un Lemmon pletórico al que da réplica Joe E. Brown con el ya mítico «Nadie es perfecto».


El Apartamento (1960)

Probablemente ningún director de Hollywood haya tenido jamás la sensibilidad necesaria para componer una melodrama tan cautivador como El Apartamento. El dúo interpretativo compuesto por un Jack Lemmon en el mejor papel de su carrera y una espléndida Shirley McLaine, el incisivo guión escrito a dos manos entre Wilder e I.A.L. Diamond o la recreación minuiciosa de la rutinaria vida del antihéroe C.C. Baxter, son ingredientes más que suficientes para componer una película redonda, de esas a las que el paso del tiempo no daña su esencia, su capacidad de atracción, su tierna comicidad y su romanticismo descubierto en un final antológico. Ese en el que un champagne descorchado siembra el terror en la dama arrepentida que regresa a los brazos del improbable y entregado amante, éste abre la puerta, y los sentimientos se desbordan como el vino espumoso, las palabras de amor se derraman, las promesas brotan como burbujas surgidas al calor de la pasión escondida durante noches de incertidumbre. Pero quizás este no sea el momento, todo a su tiempo; ahora, juguemos a las cartas…

El crepúsculo de los Dioses (1950)

El mundo glamouroso de Hollywood también detenta su lado oscuro, en los márgenes del éxito, donde los sueños se ven truncados y el tiempo no respeta las glorias efímeras. Billy Wilder retrató con una ironía tan sutil como abrumadora la decadencia de una antigua estrella del cine mudo que barrunta entre los doseles de su mansión su anhelado regreso ante los focos entre la locura y la obsesión enfermiza por la popularidad que un día tuvo y que jamás volverá. Gloria Swanson, también actriz de cine mudo venida a menos (una vuelta de tuerca más al sarcasmo que impregna el filme), da vida a la histriónica Norma Desmond en una interpretación memorable que bucea en los más bajos instintos humanos. El recientemente galardonado Michel Hazanavicius recordó a Billy Wilder en su discurso de recogida del Oscar por The Artist, pues en cierto modo su película no deja de ser el reverso luminoso (con happy end incluido) de la dramática historia de Norma, en la que las sombras imperan en un final antológico que nos muestra hasta dónde podemos llegar por la realización de un sueño imposible.

Homenaje El Rey León; La inolvidable joya de Disney

Han transcurrido 17 años desde su flamante estreno internacional y parece que fue ayer cuando nuestros avezados ojos de niño anhelantes de fantasía quedaron por primera vez encandilados por la apasionante aventura de Simba, un pequeño león desterrado de su reino tras la trágica muerte de su padre y el malévolo plan urdido por su tío Scar (las resonancias de Hamlet son evidentes). Y es que El Rey León es probablemente la película de animación tradicional de Disney más universal de cuantas han salido de la legendaria factoría, en virtud a una larga serie de ingredientes que la hacen única y deleitable en todos los sentidos; una historia de fondo dramático aunque atravesada por una comicidad amable y ocurrente, una banda sonora sensacional compuesta por el que quizás sea el repertorio de canciones más completo de Disney; personajes inolvidables y entrañables; e incluso toda una filosofía vital elaborada en torno al mítico proverbio del Hakuna Matata.
Ante esta milagrosa conjunción de ritmo, color, drama, música y risas envuelta por la mágica belleza plástica de la sabana africana y sus particulares pobladores, la respuesta natural e inevitable es rendirse al espectáculo, sumergirse en un universo poblado por animales a los que se humaniza a partir de marcados estereotipos enraizados en nuestra propia cultura; previsibles y sin matices, es cierto, pero entrañables al fin y al cabo, profundamente evocadores de esa lucha entre el bien y el mal de la cual hacer derivar los valores de bondad, amistad, honor o responsabilidad que todos aprendimos (o deberíamos haber hecho) desde nuestra más tierna infancia.
La historia es narrada con agilidad y sencillez, sin permitir apenas un respiro entre los momentos dramáticos y los números musicales que se despliegan en la pantalla con total armonía. Y es que, a pesar de la honda carga dramática de la película evidenciada por la trágica muerte de Mufasa (tan sólo comparable a la traumática pérdida de Bambi), El Rey León posee la admirable capacidad de suscitar cierta sensación alegría, de hacer que el espectador se sienta bien, que pase un rato trepidante inmerso en ese viaje de ida y vuelta que acomete Simba desde que es desterrado de su propio reino. Ese valor añadido corresponde en parte a la aparación de la inefable pareja compuesta por Timón y Pumba, quizás unos de los personajes más divertidos de la tradición Disney que además nos ofrecen toda una visión hedonista de la vida que actualiza el mismísimo carpe diem romano. El Hakuna Matata es la realización absoluta de la alegría de vivir, un canto a la despreocupación, una auténtica oda al placer como principio rector de nuestra existencia.
De igual modo, no debemos olvidar el ritmo frenético al que nos someten los fantásticos números musicales que jalonan la trama; desde esa majestuosa obertura (y también epílogo) del ciclo de la vida, hasta la visualmente espectacular ‘Yo Voy a ser el rey león’, pasando por ese contrapunto oscuro protagonizado por Scar entre las legiones de hienas, o la emotiva Can you feel the love tonight? (ganadora del Oscar). Las canciones compuestas por Elton John y supervisada por el gran Hans Zimmer pertenencen ya a la herencia cultural de una generación que ha crecido con ellas, que las ha interiorizado como parte de su propia infancia y que es incapaz de escucharlas sin tararear de memoria sus estribillos.
El Rey León supuso en el momento de su estreno la prolongación del estado de gracia de Disney iniciado en 1989 (tras la aciaga década anterior) con La Sirenita y continuado por La Bella y la Bestia y Aladdin. No obstante, el éxito de la película (sobre la cual se primó, en un principio, Pocahontas) sobrepasó cualquier expectativa y legitimó la osadía de sus creadores al trasladar a la pantalla una historia original ambientada en el continente africano y protagonizada exclusivamente por animales (un aspecto poco explotado hasta entonces). La taquilla la auspició al parnaso de las más vistas de la historia y los premios se acumularon en las estanterías de Rob Minkoff y Roger Allers (incluido el Globo de Oro a la Mejor Película Musical). No obstante, más allá de triunfos coyunturales, el gran logro de El Rey León es el de permanecer en nuestros corazones con una huella imborrable, ajena al tiempo. Ahora cumple 17 años, y la necesidad de prolongar su magia en las nuevas generaciones es imprescindible con reestrenos en salas como este. Y es que números musicales como este, bien valen nuestro recuerdo y nuestra admiración.

Crítica Hunger; La moralidad del suicidio

9/10
Una de las obras más desgarradoras de nuestro tiempo. Así es como puedo calificar esta ópera prima de uno de los realizadores más prometedores que han surgido en muchos años en el panorama cinematográfico mundial. Hunger demuestra qué es saber hacer cine y contar una historia sin necesidad de caer en los reiterativos tópicos a los que ya estamos más que acostumbrados.
Es de justicia reconocer que poseo una especial debilidad por todo lo que tiene que ver con el conflicto que protagonizó durante décadas el IRA por la necesidad de crear un gobierno independiente para Irlanda fuera del control británico. Aquellas películas que tienen como trasfondo la encarnizada lucha de convicciones de ambos bandos, en ocasiones, han llegado a helarme las entrañas. 
Si bien uno de los referentes en este cine fue la mítica En El Nombre del Padre, hemos encontrado la horma de nuestro zapato al descubrir Hunger. En ella, y contada de una manera muy particular que analizaremos a continuación, no existen héroes, ni conflictos políticos manifiestos. No hay grandes actores interpretando a políticos ni hay bombas, explosiones ni violencia más allá de la que su director, Steve McQueen, consideró oportuna reflejar.
Bobby Sands fue un preso que murió de inanición en una huelga de hambre que él mismo inició en la prisión de Maze. Corre el año 1981 y, mientras Margaret Thatcher domina con brazo de hierro toda la Commonwealth, el IRA se ve reforzado tras el fallecimiento de uno de los mártires de la lucha armada contra el poderoso imperio británico. Hunger es un recordatorio, ya que no debemos considerarlo como biopic, a la figura de uno de los líderes del movimiento irlandés a través de los ojos de un director debutante y de la interpretación, soberbia y ejemplar, de uno de los actores más importantes del cine europeo actual, Michael Fassbender. 
Hunger contiene secuencias intensas, sobrecogedoras y muy duras. Estamos ante la fría realidad de una de las prisiones más temidas de la Irlanda de principios de los 80. Celdas donde los presos hacen su vida entre la más absoluta inmundicia y son tratados por los oficiales como animales. Violencia extrema en los pasillos de la prisión manifestando la brutalidad con la que eran y son tratados decenas de presos con decenas de convicciones políticas, sociales y culturales.
No hemos de caer en el tedio cuando contemplemos una secuencia de tres minutos de duración en la que vemos a un oficial limpiando de orines todo un pasillo donde, a cada lado, se encuentran las celdas de algunos de los presos más representativos de la lucha armada de finales de los 70 en Irlanda. Sin duda, son planos magistrales que muestran el profundo conocimiento del estilo cinematográfico de McQueen y, buena prueba de ello, es el impresionante plano general corto de 17 minutos de duración ininterrumpida en el que observamos una discusión sobre lo moral o inmoral que resulta el suicidio entre nuestro protagonista, dispuesto a comenzar una huelga de hambre implique lo que implique, y un sacerdote católico, a quien los fieles no le prestan excesivo caso en sus homilias. Esta escena, donde la cámara permanece inmóvil dándonos una sensación de teatralidad constante, sustituye la necesidad de un contexto previo al comenzar el metraje y aporta el conocimiento necesario al espectador para enfrentarse ante la realidad a la que se sometió Bobby Sands y las causas de porqué ha llegado a pensar de ese modo.
Hunger es una tragedia en tres actos, donde en el primero de ellos se muestra la violencia carcelaria más directa, áspera y brutal. En un segundo acto, se produce el plano de 17 minutos anteriormente mencionado que nos lleva directamente a las escenas más impactantes de la película. Un tercer acto en que Michael Fassbender se somete a un proceso de adelgazamiento ejemplar que ilustra, aunque no para estómagos sensibles y mentes cerradas, el doloroso proceso de la inanición. Un suicidio que convierte a Bobby Sands en un mártir de la causa irlandesa, aquella por la que el IRA asesinó durante décadas a miles de inocentes y que finalmente se resolvió con los Acuerdos de Viernes Santo firmados en 1998.
Hunger es todo lo que debería ser una película en nuestros días. Nadie ha reinventado el cine como lo ha hecho Steve McQueen. El uso de la tipología de planos, los silencios, la duración de las secuencias son algunos de los puntos fuertes de una cinta que perdurará en la retina del espectador durante mucho, mucho tiempo.

Crítica Larry Crowne; El Hanks-actor salva al Hanks-director

6/10
La silla del director continúa siendo un simbólico objeto de poderosa atracción para muchos actores consagrados de Hollywood. El significativo paso entre los decorados y el concurrido espectáculo de bastidores detrás de las cámaras no sólo se identifica con un mero cambio de roles en el proceso creativo de una obra cinematográfica, sino con todo un universo de ambiciones en busca de la legitimidad artística, o bien por el simple monopolio de los beneficios. En la historia del cine contemporáneo, buena parte de los intérpretes con cierta prevalencia en la industria han experimentado la emoción de proferir el mítico ¡acción! ante un nutrido equipo de técnicos y artístas (algunos incluso a ellos mismos), aunque, eso sí, con suerte dispar. La fama de muchos actores se ha llegado a asimilar a su propio reconocimiento como realizadores; es el caso de Mel Gibson, Kevin Costner, Clint Eastwood o Robert Redford. Otros, por el contrario, pusieron fin a una carrera mediocre delante de las cámaras para triunfar tras ellas, como Ron Howard, Sydney Pollack, Jon Favreau (en la vertiente más comercial) e incluso Ben Affleck (ampliamente elogiado por sus dos primeras cintas).
No obstante, la tendencia general es que la gloria obtenida a través de interpretaciones memorables constituya una losa demasiado pesada para ser desplazada por un reconocimiento alternativo. Al Pacino, Sean Penn Jodie Foster, Ben Stiller, Ed Harris, Anthony Hopkins, Kevin Spacey, Tim Robbins y hasta George Clooney (el caso, quizás, más honroso), han dirigido alguna vez en su carrera una o más peliculas con resultados desiguales; pero la sensación común es que nunca han dejado de ser actores, que su empeño por aportar algo diferente al cine no ha alterado su papel dentro de él.
Toda esta retrospectiva en torno a las difusas fronteras creativas en el mundo del cine, viene al hilo de un caso paradigmático del último grupo descrito. Y es que Tom Hanks, ese portentoso actor de cintas como Forrest Gump, Philadelfia o Náufrago, presenta su segunda película tras las cámaras después de The Wonders (1996), un film que tuvo la misma repercusión en la carrera del intérprete que la que promete esta Larry Crowne, es decir, nula. Es muy digno que las personas experimenten situaciones a las que no suelen estar acostumbrados, pero el peligro a ser incomprendidos o directamente despazados por la crítica ante una evidente falta de oficio siempre es una amenaza latente. De poco vale que te rodees de una sempiterna estrella de la comedia romántica como es Julia Roberts y de un atractivo elenco de secundarios encabezado por Bryan Cranston; pues si no tienes nada que contar (o lo narras sin pulso y con una acusada falta de pasión) el resultado será tan solo una mancha en un brillante expediente que corrobore la necesaria separación entre actores y realizadores.
Larry Crowne narra la historia de un veterano vendedor de un centro comercial que es despedido súbitamente por una reestructuración interna y debido a su falta de estudios universitarios. Acosado por las deudas y por una comprensible crisis existencial, Larry decide inscribirse en un curso universitario de discurso informal (supongo que los estadounidenses sabrán qué significa esto) y de economía, donde, además de hallar la solución a sus problemas más inmediatos, conocerá a una atractiva profesora algo malhumorada que terminará por cambiarle la vida.
Es cierto que el desarrollo de los acontecimientos de la película no tiene coherencia alguna, sino que obedece a un cúmulo de circunstancias yuxtapuestas teñidas de una complacencia evidente; sin embargo, sorprende advertir que llega a funcionar como un simple entretenimiento inofensivo a través del que disfrutar del talento cómico (ya algo difuminado por los años y las operaciones) de Tom Hanks. Y es que es curioso cómo la torpeza del Hanks-director llega a ser compensada por el encanto y la ternura del Hanks-actor, salvando a la película del más absoluto y previsible desastre.
Debo reconocer que siempre he sentido cierta debilidad por la vis cómica del actor de Big, Esta casa es una ruina o La Terminal, progresivamente dilapidada por sus incursiones en el género dramático (y comercial en los últimos años), por lo que cualquier recuerdo de un pasado mejor es siempre bienvenido. Larry Crowne es una película sin pretensiones, con una estructura bastante simple y sin grandes alardes histriónicos; pero la ternura de su personaje principal se contagia con facilidad y termina por conquistar la mirada escéptica del espectador más exigente.