Archivo de la categoría: surrealismo

[Crítica] Stella cadente

Pocas películas repelen y apasionan al mismo tiempo. Esa doble cualidad garantiza un interés que aumenta a medida que avanza el metraje tanto por la sensación de desaire ante lo que nuestro racional cerebro (en ocasiones) pretende ver y lo que nuestro sentimiento de voyeur cinematográfico ansía ver. Stella cadente, la primera ficción en largometraje de Lluís Miñarro, bordea peligrosamente la fina línea que separa el hastío de la pasión. 

Sin embargo, una somera reflexión ante la experiencia vivida nos hace decantarnos por un lado de la balanza. Esta particularísima retrospectiva sobre el reinado de uno de los monarcas más desconocidos de nuestra Historia, Amadeo de Saboya, nos lleva hasta un siglo XIX alejado de cualquier convencionalismo e historicismo pretendido. El reinado de Amadeo de Saboya fue el gobierno de un títere en manos de la corruptela que ha dirigido siempre un país condenado a no ser conducido por el buen camino. La España posterior a la salida de Isabel II se convirtió en un conglomerado de nombres inútiles ante los que se presentó un rey con, como siempre, una renovada lista de propuestas de las que jamás se supo. 
Una tortuga enjoyada que representa la Providencia, lenta como el paso del tiempo en la corte de Amadeo. Lluís Miñarro juega con el concepto onírico del cine y roza con maestría el surrealismo absoluto. La deformación de la realidad que vive un monarca títere, en manos de una casta política más pendiente de sus asuntos personales y sus favores que del propio Gobierno de un país que se destrozaba cada día. Sobresaliente Álex Brendemühl en el complicado papel de un rey sometido a una atemporalidad manifiesta. Escuchar a Alain Barrière o Françoise Hardy mientras observamos a un rey aguardando a su pomposa mujer, encarnada por Barbara Lennie, es algo que ya nos avisa del carácter reaccionario de la propia propuesta.
Referencias manifiestas a la pintura de Diego Velázquez o Gustave Courbet o al cine de Stanley Kubrick y Luchino Visconti, el uso tan particular de dos cineastas únicos en la concepción de la luz como elemento indispensable en la creación de escenarios, son algunas de las que encontramos a lo largo del interesante visionado de una película tan extraña como impensable. Lluís Miñarro y Stella cadente son, sin ninguna duda, una de las experiencias más célebres de este 2014 de cine español. 

[Crítica] 9 meses… de condena

El humor absurdo debería ser considerado ciencia desde el momento en que, lo que parece que va a hacernos levantar del asiento, cerrar el libro o apagar el sistema, nos hace esbozar una vergonzosa sonrisa que no sabemos si borrar rápidamente antes de que nos descubran o mantenerla con todas las consecuencias. En cine hay multitud de ejemplos que ilustran situaciones que rozan el límite de lo que debería ser considerado “humor”. Sin embargo, en todos nosotros existe un cierto componente morboso que nos hace ir más allá.
En 9 meses… de condena, el actor, guionista y director Albert Dupontel nos pone en la tesitura de rendirnos ante lo que se presupone una nueva muestra del absurdo barato o seguir viendo una comedia sobre los equívocos provocados por una noche descontrolada de una magistrada excesivamente controladora. Llena de paradojas y situaciones que bordean peligrosamente la comedia con la vergüenza ajena, 9 meses… de condena es una experiencia disfrutable pero no olvidable. ¿A qué se refiere el término “no olvidable”? Pues a dos apariciones sorpresa, que no desvelaré por motivos inherentes a la crítica, que hacen desembocar la sonrisa en carcajada. Una mención, evidentemente retocada, al preso más peligroso de cierta Familia encarnado por un Monty Phyton (ojo al dato) y un peculiar traductor al lenguaje de signos de un telediario recreado por un actor francés recientemente galardonado con el Oscar.
Todo ello se encuentra aderezado con pinceladas, pocas pero concisas, de comedia surrealista. Una película que se ríe de sí misma y que, por lo menos, cumple lo que promete. No decepciona pero tampoco interesa demasiado más allá del mayor pecado del film, sacrificar la historia completa al recuerdo por parte del espectador de secuencias a cual más bizarra obviando grandes premisas que podrían haberla convertido en, otra más, deliciosa comedia muy del estilo francés. Sin embargo, los galos cuando quieren también dominan el arte de provocar desde lo más primigenio.

[Crítica] Gente en sitios

Hay que tenerlos bien puestos, muy bien colocados, para crear una obra de semejante calado social, económico y cultural. Gente en sitios, dirigida por Juan Cavestany, representa todo lo bueno y lo malo del ser humano en su interrelación con sus congéneres. De la mano de un reparto con lo más iluminado del cine español, el cineasta nos levanta una sonrisa con una desvergonzada muestra del surrealismo más cotidiano.

En el Manifiesto de André Breton, escrito en 1924, encontramos una definición del movimiento que encaja perfectamente con el sentimiento que demuestran los algo más de 80 minutos de metraje que propone Cavestany: “Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral.” Aquí no hay razón, solo inconsciencia procedente de la más absoluta rutina y una total pérdida de valor estético de nuestro componente humano.
Si hay una película en la que podemos sentirnos identificados todos y cada uno de los que nos acercamos a ella, esa es Gente en sitios (y ojo al título, generalista, sobrio, neorrealista, autodescriptivo). Con temas tan trascendentales para la sociedad actual como es el fraude inmobiliario, la búsqueda infructuosa de empleo, la lucha vecinal, la incomunicación interpersonal, la pérdida de las sensaciones con los objetos que nos rodean. Todo ello se encuentra encajado en un conjunto de sketches que nos retratan de una forma auténtica, objetiva e incluso hiriente.
No podemos ser ajenos a lo que Cavestany, con una técnica natural, nada artificiosa, nos muestra. Hay un nombre y apellidos de esta España en cada uno de los personajes de Gente en sitios. Todos y cada uno de nosotros nos reímos de la existencia de estos caracteres pero, si hallamos el verdadero fondo, encontraremos una pequeña parte de nuestra existencia necesitada de cambio. Con esta propuesta, el director ahonda en nosotros y nos propone otra mirada a la vida, a la cotidianeidad, a la rutina.